Para ser creativo no basta con tratar de encontrar algo original —cualquiera puede hacer eso, pues puede encontrarse originalidad en cualquier yuxtaposición aleatoria de cosas—, sino que hay que salirse de algún sistema (o de algún cuadro), un sistema que por buenas razones ha llegado a ser algo establecido. Cuando una tradición artística alcanza el punto en el que literalmente «todo vale», los que quieren ser creativos tienen un problema: no hay reglas fijas contra las cuales rebelarse, no hay expectativas complacientes que hacer añicos, nada que subvertir, ningún fondo sobre el cual crear algo que sea sorprendente pero significativo. Conocer la tradición ayuda si quieres subvertirla. Por eso a tan pocos diletantes o novatos se les ocurre nada verdaderamente creativo.
Bombas de intuición, Daniel Dennett
Puede que el término «originalidad» te haga pensar en arte, en manifestaciones creativas, en obras imaginativas que se apartan de lo establecido para erigirse en monumentos idolatrados a los que rendiremos pleitesía con nuestra admiración. Es difícil no hacerlo, desde luego, pero me gustaría invitarte a que pensemos más allá: la originalidad, en buena medida, abarca todas las cosas, desde estas humildes newsletters que escribimos en esta red social hasta los descubrimientos científicos que impulsan el desarrollo de la sociedad hasta límites nunca soñados.
La innovación extiende sus raíces por toda la experiencia humana, por toda su capacidad de visión y de imaginación, provocando saltos cualitativos —y cuantitativos— en nuestra manera de ver y relacionarnos con el mundo. Y si algo define esta cualidad es el hecho de que está reservada a una parte de nosotros: a aquellos que, como afirmaba el filósofo Daniel Dennett, se salen del sistema.
Pero ¿cuál es ese sistema?; ¿dónde está, de qué se compone?; ¿por qué es difícil salir de él? En realidad, creo que más que un lugar, un entorno, es un topos —en su acepción etimológica genuina— construido a base de idealizaciones; una ubicación mental que estandariza nuestras visiones del mundo y pone a prueba las percepciones que tiene aquella personas que aspira (conscientemente o no) a la originalidad. En suma, creo que se trata de desafiar un statu quo tan inherente que la mayoría somos incapaces de captar. De hecho, el domingo desarrollaré una suerte de taxonomía peculiar aplicada a este diminuto universo newslettero que es Substack con esa idea como objetivo.
Ciertamente, parece que los artistas suelen tener una intuición peculiar sobre la constitución de ese sistema y tratan con más ahínco de apartarse de él a la busca de una esencia pura que abra nuevos caminos de expresión. Gilles Deleuze, en su ensayo sobre Proust1, aducía que esa esencia «no es algo visto, sino una especie de punto de vista superior. Punto de vista irreductible que a la vez significa el nacimiento del mundo y el carácter original de un mundo». La palabra «original» surge de nuevo para ilustrar ese distanciamiento de lo ya visto para caminar hacia algo «superior».
Quizá el adjetivo te suene petulante, incluso clasista, pero habría que pensar en la naturaleza de ese punto de vista nuevo que persiguen los «originales». En este caso, pienso que «superior» no se refiere tanto al estatus del que crea —o descubre, o inventa—, sino a la posición que le permite llevar a cabo ese proceso. Para salirse el sistema, para desvelar aquello que el resto no podemos ver, necesariamente hay que llegar a un puesto elevado: un sitio desde el que poder bosquejar un mapa de los territorios conocidos para, solo a partir de ahí, ser capaces de registrar los espacios vacíos que abundan en los márgenes, en los límites, en las fronteras de nuestra sociedad.
El problema, paradójicamente, surge con la confrontación de esos nuevos lugares con los espacios ya conocidos. Es en las fronteras, en los espacios de unión entre lo conocido y lo ignoto, donde surgen las heridas que nos hacen desconfiar; y es que la novedad, como bien sabes, trae consigo la inquina, la suspicacia y el escepticismo: por eso la originalidad debe, casi por obligación, salirse del sistema, ya que no sería posible convivir con aquello que la constriñe cuando aparece. Dice Jean de La Bruyère en Los caracteres:
Hay talentos que me atrevería a llamar inferiores y subalternos, que sólo parecen hechos para ser la recopilación, el registro o el almacén de todas las creaciones de los otros genios: son plagiarios, traductores, compiladores; no piensan; dicen lo que los autores han pensado, y como la elección de las ideas es invención, la tienen mala.
La originalidad, quizás, no es más que una batalla entre lo que no existía y la recopilación de lo ya creado: una lucha desigual en principio, que se libra con cada invención o avance, y que mueve la rueda del progreso a pesar de verse obligada a defender cada metro de terra incognita descubierta. Los artistas lo hacen de una forma estrepitosa, clamando y provocando, lo cual pone una nota de color en la cuestión; pero en otros campos esa batalla puede ser más ardua y, en tanto nos atañe como especie y sociedad, más imperiosa.
Y es que, en palabras de Lamberto Maffei2: «El artista y el científico tienen siempre un pensamiento irreverente, su oficio consiste en tener pensamientos distintos, crear conflictos de ideas y vivir para confrontarse con el pensamiento de los demás». Esa confrontación no debe asustar ni alejar, sino perseverar en su papel como impulsora de lo mejor de esta sociedad.
Proust y los signos, Gilles Deleuze.
Alabanza de la lentitud, Lamberto Maffei.
Muy interesante como siempre. Me vienen varias ideas al leer el texto que intentaré sintetizar (y no divagar en exceso).
La primera es una reflexión que se me ha aparecido por comparación. Al leer las palabras de Dennett, mi primer pensamiento fue inevitablemente el arte contemporáneo. Mi desconocimiento de esta materia es grande, sin embargo mi percepción va en la línea con lo que intuye Dennett respecto a esas ausencias de reglas fijas, esa difuminación que perjudica el ser original puesto que al final todo vale, todo parece entrar dentro de la categoría de arte en nuestros días.
La segunda reflexión que me viene al leer el texto es la dificultad de ser realmente original. Pensaba en Adam Smith, cuya obra es fundamental en Economía, pero bebe mucho de otros como Mandeville, Quesnay y los fisiócratas o Cantillon. Pensaba en Platón, uno de los más grandes pensadores de la historia, cuya obra solo se entiende (según García Morente) por la influencia en él de las ideas expuestas por Parménides o Sócrates antes. Pensaba en Maxwell, padre del electromagnetismo, que sólo aportó una ecuación original pues el resto se lo debe a Gauss, Ampère o Faraday (entre otros). Por tanto, me parece enormemente difícil llegar a ser plenamente originales sin apoyarnos en lo que otros han creado. Al final el conocimiento humano es acumulativo y nosotros sólo somos enanos a hombros de gigantes.
Y la tercera idea es más relacionada con el aspecto económico, en un intento de hibridar tu texto con la situación europea. Edmund Phelps en una de sus últimas contribuciones ha realizado una teoría de la innovación como clave para la productividad y el crecimiento. La chispa que prendió la llama de las economías occidentales modernas fueron: la adhesión a valores como el individualismo y la expresión personal, las instituciones bien diseñadas (Acemoglu) y la innovación. La originalidad, dentro del proceso de innovar, de descubrir nuevos métodos, de mejorar lo anterior, ese dinamismo de crear sobre lo destruido, es vital para que los países prosperen. Es necesario incentivar a las personas para que se salgan de lo común y busquen nuevas vías. Debemos facilitar que tomen esos riesgos.
Un texto donde hay mucho para hablar. Gracias.
Más que romper reglas, la originalidad requiere comprender por qué existen. Entonces, como bien comentas sobre algunas corrientes artísticas, cuando todo es posible nada es verdaderamente transgresor. Por defecto, entonces, los límites son lo que hacen posible lo original. Gran idea, Emi, como siempre.