Tus escritos no me dejan nunca indiferente. Me encanta la forma en la que te expresas y cuestionas multitud de conceptos. Sabes que me pierde Séneca, es mi autor clásico preferido y su legado siempre me conmueve cuando releo sus obras. Tu texto es un ejemplo de lo que él llamaba «vivere secum», vivir con uno mismo, o hacia adentro de uno mismo, no de espaldas, no traicionándose. En esta carta has hecho -a mi parecer- lo que más cuesta: detenerse a mirar el propio camino sin complacencia, con la valentía de quien prefiere ser verdadero antes que aplaudido. Esa reflexión que haces sobre la rendición estética -tan sutil como devastadora- me ha encantado, ciertamente.
Gracias por recuperar el pensamiento irreverente como un acto de honestidad, y no de «pose». Como decía el propio Séneca: «No hay viento favorable para el que no sabe a dónde va». Y sin embargo, tú pareces tenerlo claro: volver a escribir desde la raíz, desde ese “yo” que no busca adornarse, sino explicarse, romperse y, en el intento, quizás también revelarse. Parece fácil ahora que lo escribo en este comentario, pero a la hora de la verdad, cuando yo escribo mis cartas, lo siento difícil, muy difícil.
Gracias, Jaime; suponía que la mención a Séneca iba a gustarte, sí… 😉
Quizá pensamos en la irreverencia como una pose, en efecto, como un acto de rebeldía, de «malismo» —por usar un término en boga—, cuando en verdad supone la piedra de toque para desarrollar un pensamiento original (en un sentido creativo, de evolución personal y cultural). Asumir los estándares impuestos (porque siempre son impuestos, vengan de donde vengan) significa renunciar no ya a una visión genuina, sino al aprendizaje de confrontar las ideas con las que no estamos de acuerdo, o sobre las que tenemos dudas. Sin embargo, esa parte del significado de «irreverencia» no parece tan difundido como debiera, según creo.
El pensamiento irreverente no busca chocar, busca abrir. Es incómodo porque incomoda primero al que lo sostiene, pero creo que justo por eso es necesario. Ceder a lo plano puede ser tentador, pero dejar de mirar hacia adentro acaba pasándonos factura, aunque llegue tarde.
En efecto, Ainhoa. Me gusta tu concepto de «apertura» de ese pensamiento, porque es justo lo que se debería buscar: abrirse a nuevas ideas, a posibilidades arriesgadas.
Casi diría que hay más virtud, Emi, en desviarse y errar, darse cuenta de ello y corregir (y admitirlo), que en nunca haber llegado a errar.
Y me animo a referirme a tu trayectoria última como "error" parafraséandote a ti, pero yo ni siquiera lo llamaría así. Yo lo llamaría "humanidad", que es casi sinónimo de "errar" y "aprender". 😅
Gracias por tu honestidad y humildad, son refrescantes e inspiradoras.
Me quedo mirando a mi propia trayectoria en Substack con ojo inquisitivo... 🤔
Bueno, Clara, es que errar —aparte de humano, por supuesto— no es ningún desdoro, mucho menos un vicio (contrapuesto a virtud).
Coincido plenamente en la humanidad que se encuentra en cada fallo, en cada vacilación: sin esos tropiezos no creo que pudiésemos considerarnos seres plenos.
¡Ah, maldito, has pecado! :-) Yo traduzco pecado por error y reivindico la calidad pedagógica del error, mucho mayor que la del acierto. Con los errores aprendemos, con los éxitos un poco también, pero mucho menos. Alabado sea el error. "la envidia de la virtud, hizo a Caín criminal; gloria a Caín, hoy el vicio es lo que se envidia más" Antonio Machado.
Emi, me ha gustado mucho este artículo. Me interpela profundamente la defensa de ese pensamiento irreverente, auténtico, que no se pliega a las lógicas de la complacencia ni al dictado de lo esperable. Esa reflexión que haces sobre el recorrido de tu propia escritura —y cómo, casi sin darte cuenta, fuiste cediendo espacio a lo que imaginabas que podría "funcionar"— es, a mi modo de ver, uno de los pasajes más honestos y valientes del texto. Porque es muy fácil teorizar sobre autenticidad; lo difícil es asumir cuándo uno ha empezado a traicionarla.
La cita de Pessoa me ha tocado especialmente. Es uno de mis autores favoritos, y esa frase —“todo cuanto hacemos, en el arte o en la vida, es la copia imperfecta de lo que hemos pensado hacer”— resume con una lucidez casi dolorosa el abismo que muchas veces sentimos entre lo que queremos expresar y lo que logramos concretar. Pero como bien decís, es en esa grieta donde puede surgir el arte verdadero.
Reivindicar la fidelidad a uno mismo, en un entorno cada vez más condicionado por la aprobación, la visibilidad y el algoritmo, es un acto de resistencia. Las masas no solo pueden volverse indiferentes al gesto singular, sino que además —como bien adviertes— tienen el poder de condicionar la obra antes incluso de que nazca, como si ya hubiera que escribir, pintar o fotografiar desde una previsión de recepción. Y ahí es donde uno empieza a imitar sin querer, a suavizar lo áspero, a omitir lo incómodo.
Gracias por recordarnos que todo acto creativo auténtico exige una forma de coraje.
Se habla mucho sobre originalidad, sobre distinguirse del resto, sobre cultivar una personalidad (marca, imagen, presencia…), pero la idea que me ha llevado a escribir el artículo es cuánto hay de verdad en todo ello.
Como dices, plegarse a las «lógicas de la complacencia» es muy fácil en un contexto en el que, por un lado, todos consumimos lo mismo, disfrutamos de lo mismo, hablamos sobre lo mismo; y, por otro, en el que la «diferencia» se castiga con el desprecio o, en el mejor de los casos, con la ignorancia. Escapar de esa dinámica supone ya en sí un gesto de reivindicación del propio arte, del propio pensamiento.
No obstante, como confieso en el artículo, en muchos casos es fácil tropezar en la piedra y dejarse seducir por los cantos de sirena de la comodidad y la aceptación. Por eso es conveniente confrontar nuestras ideas con el resto lo más a menudo posible.
Mil gracias por tu comentario, Chus. Me alegro de que el contenido haya resonado contigo.
Qué buen articulo. Gracias por esto, Emi. 👏
Me alegro de que te haya gustado, de verdad.
Tus escritos no me dejan nunca indiferente. Me encanta la forma en la que te expresas y cuestionas multitud de conceptos. Sabes que me pierde Séneca, es mi autor clásico preferido y su legado siempre me conmueve cuando releo sus obras. Tu texto es un ejemplo de lo que él llamaba «vivere secum», vivir con uno mismo, o hacia adentro de uno mismo, no de espaldas, no traicionándose. En esta carta has hecho -a mi parecer- lo que más cuesta: detenerse a mirar el propio camino sin complacencia, con la valentía de quien prefiere ser verdadero antes que aplaudido. Esa reflexión que haces sobre la rendición estética -tan sutil como devastadora- me ha encantado, ciertamente.
Gracias por recuperar el pensamiento irreverente como un acto de honestidad, y no de «pose». Como decía el propio Séneca: «No hay viento favorable para el que no sabe a dónde va». Y sin embargo, tú pareces tenerlo claro: volver a escribir desde la raíz, desde ese “yo” que no busca adornarse, sino explicarse, romperse y, en el intento, quizás también revelarse. Parece fácil ahora que lo escribo en este comentario, pero a la hora de la verdad, cuando yo escribo mis cartas, lo siento difícil, muy difícil.
Un abrazo Emi. 🤗
Gracias, Jaime; suponía que la mención a Séneca iba a gustarte, sí… 😉
Quizá pensamos en la irreverencia como una pose, en efecto, como un acto de rebeldía, de «malismo» —por usar un término en boga—, cuando en verdad supone la piedra de toque para desarrollar un pensamiento original (en un sentido creativo, de evolución personal y cultural). Asumir los estándares impuestos (porque siempre son impuestos, vengan de donde vengan) significa renunciar no ya a una visión genuina, sino al aprendizaje de confrontar las ideas con las que no estamos de acuerdo, o sobre las que tenemos dudas. Sin embargo, esa parte del significado de «irreverencia» no parece tan difundido como debiera, según creo.
Me gustó mucho.
El pensamiento irreverente no busca chocar, busca abrir. Es incómodo porque incomoda primero al que lo sostiene, pero creo que justo por eso es necesario. Ceder a lo plano puede ser tentador, pero dejar de mirar hacia adentro acaba pasándonos factura, aunque llegue tarde.
En efecto, Ainhoa. Me gusta tu concepto de «apertura» de ese pensamiento, porque es justo lo que se debería buscar: abrirse a nuevas ideas, a posibilidades arriesgadas.
Casi diría que hay más virtud, Emi, en desviarse y errar, darse cuenta de ello y corregir (y admitirlo), que en nunca haber llegado a errar.
Y me animo a referirme a tu trayectoria última como "error" parafraséandote a ti, pero yo ni siquiera lo llamaría así. Yo lo llamaría "humanidad", que es casi sinónimo de "errar" y "aprender". 😅
Gracias por tu honestidad y humildad, son refrescantes e inspiradoras.
Me quedo mirando a mi propia trayectoria en Substack con ojo inquisitivo... 🤔
Bueno, Clara, es que errar —aparte de humano, por supuesto— no es ningún desdoro, mucho menos un vicio (contrapuesto a virtud).
Coincido plenamente en la humanidad que se encuentra en cada fallo, en cada vacilación: sin esos tropiezos no creo que pudiésemos considerarnos seres plenos.
¡Ah, maldito, has pecado! :-) Yo traduzco pecado por error y reivindico la calidad pedagógica del error, mucho mayor que la del acierto. Con los errores aprendemos, con los éxitos un poco también, pero mucho menos. Alabado sea el error. "la envidia de la virtud, hizo a Caín criminal; gloria a Caín, hoy el vicio es lo que se envidia más" Antonio Machado.
Alabado sea.
Emi, me ha gustado mucho este artículo. Me interpela profundamente la defensa de ese pensamiento irreverente, auténtico, que no se pliega a las lógicas de la complacencia ni al dictado de lo esperable. Esa reflexión que haces sobre el recorrido de tu propia escritura —y cómo, casi sin darte cuenta, fuiste cediendo espacio a lo que imaginabas que podría "funcionar"— es, a mi modo de ver, uno de los pasajes más honestos y valientes del texto. Porque es muy fácil teorizar sobre autenticidad; lo difícil es asumir cuándo uno ha empezado a traicionarla.
La cita de Pessoa me ha tocado especialmente. Es uno de mis autores favoritos, y esa frase —“todo cuanto hacemos, en el arte o en la vida, es la copia imperfecta de lo que hemos pensado hacer”— resume con una lucidez casi dolorosa el abismo que muchas veces sentimos entre lo que queremos expresar y lo que logramos concretar. Pero como bien decís, es en esa grieta donde puede surgir el arte verdadero.
Reivindicar la fidelidad a uno mismo, en un entorno cada vez más condicionado por la aprobación, la visibilidad y el algoritmo, es un acto de resistencia. Las masas no solo pueden volverse indiferentes al gesto singular, sino que además —como bien adviertes— tienen el poder de condicionar la obra antes incluso de que nazca, como si ya hubiera que escribir, pintar o fotografiar desde una previsión de recepción. Y ahí es donde uno empieza a imitar sin querer, a suavizar lo áspero, a omitir lo incómodo.
Gracias por recordarnos que todo acto creativo auténtico exige una forma de coraje.
Se habla mucho sobre originalidad, sobre distinguirse del resto, sobre cultivar una personalidad (marca, imagen, presencia…), pero la idea que me ha llevado a escribir el artículo es cuánto hay de verdad en todo ello.
Como dices, plegarse a las «lógicas de la complacencia» es muy fácil en un contexto en el que, por un lado, todos consumimos lo mismo, disfrutamos de lo mismo, hablamos sobre lo mismo; y, por otro, en el que la «diferencia» se castiga con el desprecio o, en el mejor de los casos, con la ignorancia. Escapar de esa dinámica supone ya en sí un gesto de reivindicación del propio arte, del propio pensamiento.
No obstante, como confieso en el artículo, en muchos casos es fácil tropezar en la piedra y dejarse seducir por los cantos de sirena de la comodidad y la aceptación. Por eso es conveniente confrontar nuestras ideas con el resto lo más a menudo posible.
Mil gracias por tu comentario, Chus. Me alegro de que el contenido haya resonado contigo.