Para dejar la vida siendo un ser humano mejor que el que entró en ella
Felicidad y moral: el camino hacia nuestro mejor yo
Si, como pretende el humanismo, el ser humano naciese solamente para ser feliz, no nacería para morir. Desde el momento en que su cuerpo está condenado a muerte, su misión sobre la tierra evidentemente debe ser más espiritual y no sólo disfrutar incontrolablemente de la vida diaria; no la búsqueda de las mejores formas de obtener bienes materiales y su despreocupado consumo. Tiene que ser el cumplimiento de un serio y permanente deber, de modo tal que el paso de uno por la vida se convierta, por sobre todo, en una experiencia de crecimiento moral. Para dejar la vida siendo un ser humano mejor que el que entró en ella.
Discurso de Aleksandr Solzhenitsyn en Harvard, 8 de junio de 1978
Si hay algo que, creo, nos hermana a todos como miembros de una comunidad universal es la búsqueda desesperada de la felicidad; podemos pertenecer a culturas distintas, tener ideologías contrarias, esgrimir argumentos dispares, poseer personalidades incompatibles, aspirar a futuros diversos… pero todos, absolutamente todos nosotros ansiamos ser felices. Con desesperación, con rabia, con ansiedad: anhelamos en todo momento alcanzar un estado de gracia que se prolongue todo lo posible en el tiempo y que edulcore este tránsito vital plagado de sufrimientos y reveses. Pero, consecuentemente, si hay algo que nos separa y distingue, que nos individualiza y marca, es la forma en la que perseguimos esa felicidad. Unos rastrean en la literatura, otros husmean el poder, algunos prueban suerte con la fama, otros tantean las relaciones personales, muchos persiguen el dinero, otros tantos acumulan posesiones… Las formas de deleite son casi infinitas. Y, sin embargo, si las examinamos en detalle no podremos pasar por alto el hecho de que la mayoría tienen que ver con lo físico, con lo tangible, con lo material.
A lo largo de la historia, innúmeras voces han condenado esa tendencia al consumo de bienes y pregonado una felicidad basada en lo humano: el amor, la amistad, el conocimiento, la curiosidad; no es algo que hayan descubierto los sedicentes maestros de nuevo cuño que anegan las estanterías de las secciones de autoayuda en las librerías o los gurús de YouTube con su estoicismo de merendero. No obstante, todos nos vamos deslizando, lo percibamos o no, hacia ese estado de angustia perenne que solo parece saciarse con la compra, la adquisición, la acumulación: mientras que las opciones para un placer sosegado y sencillo se reducen, se obstaculizan, se desmoronan, las facilidades para colmar nuestras apetencias son tan ubicuas que apenas podemos resistir sus cantos, faltos de mástiles a los que amarrarnos.
Hace más de doscientos años, Kant aspiraba a una moral que sirviese como faro para el comportamiento humanos: «No poseemos otra guía de nuestras acciones que el comportamiento de ese hombre divino que llevamos en nosotros, con el que nos comparamos, a la luz del cual nos juzgamos y en virtud del cual nos hacemos mejores, aunque nunca podamos llegar a ser como él». Traigo a colación esta idea porque la felicidad y la moral, pienso —y espero que compartas esta creencia—, son inseparables. No hablo de una moral paternalista, displicente y autoritaria, que se imponga desde un púlpito imaginario, aunque sea difícil resistir la ocasional tentación de pontificar (algo que a lo que somos muy propensos aquí en Substack, ¿verdad?); hablo, más bien, de una moral que actúe como modelo, siquiera ideal, y que nos impulse a trabajar en pos de un estado de perfección lo más completo posible. Como imaginarás, ese camino será demasiado largo para ser recorrido en el suspiro de una vida humana, pero, como apunta Solzhenitsyn en la cita inicial, el tránsito podría llegar a ser «una experiencia de crecimiento moral». El domingo hablaré sobre El hombre en busca de sentido en la sección «Voces de la razón», y hay una frase de Viktor Frankl que condensa a la perfección la tesis del escritor ruso: «La historia nos brindó la oportunidad de conocer la naturaleza humana quizá como ninguna otra generación. ¿Qué es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es».
Quizá sea la edad, quizá la experiencia o quizá (como L. me recuerda a menudo) la ínfula filosófica, pero creo que la felicidad radica en nuestra capacidad de escoger ser lo que podemos llegar a ser: no en el terreno material, como te contaba al comienzo, sino en el de la moral tal y como la entendía Kant. La felicidad como camino hacia ese «yo» que indica la dirección a tomar, que sirve como faro en mitad de un hoy que carece de referentes, que actúa como espejo en un mundo desolado sin imágenes. La felicidad como esfuerzo permanente, como indagación perpetua, como búsqueda incesante, pero no a la caza del billete, el clic o el elogio, sino en pos del sosiego, de la curiosidad, de la cercanía. La felicidad como un viaje que no ha sido escogido tras contemplar los selfies de desconocidos en un paraje remoto, sino como un trayecto consciente hacia un «yo» que decide, que analiza, que renuncia, que desea, que lucha, que perdona, que ama.
«Practicando la justicia nos hacemos justos», decía Aristóteles en su Ética Nicomáquea. Tal vez deberíamos practicar esa felicidad para no depender de lo material y decidir por nosotros mismos, como indica Frankl, qué somos verdaderamente.
Esta semana parece que nos hayamos puesto de acuerdo, Emi. 😉
Me ha gustado tu reflexión profunda sobre la búsqueda de la felicidad y su relación con la moral, el consumismo y la esencia humana. Me parece que aborda un dilema crucial de nuestra era: la contradicción entre el anhelo de sentido y el constante desliz hacia lo material.
Me resuena especialmente tu idea de que la felicidad no es una meta, sino un trayecto consciente, una decisión personal que exige indagación y esfuerzo. En eso hemos coincidido de lleno. Yo no lo veo de otra forma.
Es cierto que la mayoría busca la felicidad en lo tangible, en lo inmediato, en lo que se puede poseer y mostrar, mientras que los bienes inmateriales –la serenidad, la curiosidad, el amor, el conocimiento– suelen quedar relegados a un segundo plano. ¿Quizá porque requieren más tiempo, más paciencia, más renuncias? No sé. Quiero pensar que no pensamos. Muchas veces me dicen que no tienen tiempo para pensar...
Estamos equivocando el camino.
Gracias por tu reflexión, Emi. 🤗
Me ha gustado el tema que has expuesto esta semana, Emi. Felicidad y moral. Y además cierras la reflexión con broche de oro: Aristóteles.
Pues si, claro que sí, deberíamos practicar más ciertos valores para poder empaparnos de ellos y que nos calmen la ansiedad de desear algo que no nos ayuda. Creo que ya lo he dicho alguna vez, pero no me cansaré de repetirlo, qué manía tenemos los humanos de ambicionar cosas materiales como si fuéramos a vivir aquí eternamente. En fin. A seguir trabajando ☺️
Gracias Emi.
Un abrazo