Qué necesaria esta defensa de la mirada como gesto inaugural del artista, como temblor primero ante el mundo. Leerte ha sido como escuchar un leve crujido en medio del silencio: ese que advierte que aún hay quien observa sin moldes, sin fórmulas, sin ese corsé de productividad que hoy parece asfixiar toda pulsión poética.
En este tejido de relatos que nos envuelven a diario —todos tan parecidos, tan eficientemente diseñados para el scroll rápido— echo en falta justo lo que aquí reivindicas: la grieta, el titubeo, la mancha, lo no dicho. Porque la mirada genuina no se limita a registrar: interpela, hiere, revela. Es un modo de estar en el mundo que implica riesgo, lentitud, y, sobre todo, una radical honestidad.
A menudo me pregunto si no estamos convirtiendo la creación en una maqueta: perfecta en su simetría, vacía en su aliento. Frente a eso, como tú bien señalas, queda el gesto insumiso de quien elige no complacer, no repetir, no encajar. Y quizás ahí, solo ahí, empiece a hablar el arte.
Gracias por recordarnos que la verdadera creación no imita.
Lo cierto es que, viviendo como lo hacemos en una sociedad que no perdona el error, el disenso, la duda, es difícil que el arte no se avenga a ello y se abogue (quién, cómo, dónde…) por una creación constreñida, ramplona, digerible, que no solo no «increpe» al espectador (sea cual sea la disciplina), sino que ni siquiera perturbe al propio —sedicente— artista.
Esa honestidad que mencionas es justo lo que hemos arrumbado, como si ser fiel a una visión del mundo y del arte (errada o no: me parece que eso no tiene la más mínima importancia, si es que de «verdad» puede hablarse) fuese una equivocación. Pienso que necesitamos recuperar la mirada del artesano, que guiaba con su sabiduría y experiencia el acto creativo, sabiendo que cada fallo también sumaba a la obra final.
El placer es el de tus comentarios, Chus. Un saludo.
Hola, Emi. Te reconozco que, en los últimos 15 años, he estado menos pendiente del panorama cultural de lo que lo estuve cuando era más joven, con lo cual tampoco tendré una visión tan actualizada sobre el tema, como supongo la tuya.
Aun así, yo que siempre ando buscando las causas profundas de todas las cosas, se me ocurre pensar que, hoy en día, pocas personas llegan a ser individuos (entendiendo la palabra "individuo" como el resultado del proceso que Jung llamó "individuación"). Digo esto basándome en una simple sensación, la de que actualmente hay más presión social que nunca hacia la conformidad. A pesar de que, sobre el papel, se valore la autenticidad y la originalidad.
¿Qué opinas tú? ¿Crees que actualmente la persona media se ve expuesta a más factores limitantes de su individualidad y originalidad que, ponle, hace 20 o 30 años?
Gracias por plantear este tema, por poner el foco en él, pues yo lo tenía en un punto ciego. 🙏
Pues es toda una cuestión, Clara; y, si me permites la creación de expectativas, me has dado la idea para escribir el artículo del próximo domingo (en abierto), ya que tenía el tema en borradores y me parece que puede ser una forma más extensa y detallada tanto de (intentar) dar respuesta a tu pregunta como de plantearme yo mismo nuevos interrogantes.
Me ha encantado tu reflexión Emi. Valiente y al grano. Sin medias tintas. Estoy seguro que habrá removido conciencias, incluida la mía. 😉
Sin embargo, a pesar de estar de acuerdo en el fondo de tu mensaje, realmente lo estoy, creo que lo que nos cuentas se presta a multitud de matices. Tantos, que no podrían abarcarse en esta caja de comentarios. Existen tantos tipos y formas de expresarse que lo que en unos casos puede admitirse, en otros, en cambio, corresponde a lo que tu nos comentas.
Por la parte que me toca, yo por ejemplo recurro mucho a los clásicos. Los cito porque estoy obsesionado con la idea de que hace 24 siglos ellos mismos se preguntaban y reflexionaban sobre los mismos problemas que yo tengo hoy en día. Dicho esto, también creo que lo que hace único a un texto, carta o ensayo, no es la ausencia de citas, sino cómo el autor las utiliza para construir su argumento. Una cita clásica puede ser el detonante de una reflexión innovadora, una crítica aguda o una reinterpretación audaz. La originalidad no está en evitar lo ya dicho, sino en cómo dialogas con ello y lo llevas más allá. A buen seguro, esto no es algo que predomina en mi contenido, dado que yo apenas me considero escritor, mucho menos artista, y todavía tengo mucho que aprender. Lo que sí intento es construir mi relato, mi reflexión, y luego ayudarme de alguna cita o citas célebres para darle mayor contexto, pero sobre todo, para hacer ver al lector que muchos siglos antes ya se tenían las mismas preocupaciones.
En líneas generales, y salvando los matices que comentaba que creo importantes, pienso que lo relevante es que las citas estén al servicio de tu argumento y no al revés. Un buen texto no es el que evita las citas, bajo mi forma de verlo, sino el que las utiliza para dialogar con el pasado, cuestionarlo y construir algo nuevo. La erudición no está en cuántos autores cites, sino en cómo los haces conversar con tu propia voz.
Gracias Emi, por removerme hoy la conciencia. Coincido con Iván, es de las cartas que más me han gustado y pasa a mis favoritas.
Gracias por el comentario, Jaime. Estoy de acuerdo con tu exposición y, de hecho, no pretendía insinuar en absoluto con el artículo que citas, referencias o glosas constituyan en sí una mera «copia» para nuevas creaciones. Yo mismo echo mano de multitud de extractos de autores porque, como apuntas, son una forma de apoyarnos en sabiduría pasada para apuntalar un argumento, explicar una idea o ampliar un concepto.
Como decía Javier Jurado en una nota, las referencias no son solo ineludibles, sino que, hasta cierto punto, son necesarias para (con)formar un pensamiento sólido y novedoso. No podemos construir argumentos nuevos ex nihilo, obviando toda la tradición, sino más bien dialogando con los que nos precedieron.
Mi crítica iba más bien dirigida hacia los textos que se limitan a mostrar sin más, a copiar, a imitar. Todos hemos leído artículos que exponen las mismas cuestiones una y otra vez, utilizando las mismas citas clásicas o los mismos argumentos mil y una veces expuestos. En estos casos, no se trata de apoyarse en el pasado para crear algo nuevo, sino usar lo existente para amalgamarlo y tratar de hacerlo pasar por novedoso. Y ahí es donde veo la falta de originalidad y de espíritu creador.
Entiendo Emi. Entonces coincidimos. Gracias nuevamente por tu reflexión. Es un placer intercambiar ideas contigo sobre un tema tan relevante para la escritura y el pensamiento crítico.
Me alegro muchísimo de que te haya parecido intersante, Iván. La sensación de que huimos de lo incómodo como de la peste para abrazar lo banal es constante, y se extiende a todos los ámbitos de la creación. Como dice Javier en un comentario a tu nota, es necesaria cierta «herencia» en cuanto al saber, pero pienso que nos centramos en la imitación de lo consagrado —o, peor: de lo sancionado— sin prestar atención a lo precedente.
Qué necesaria esta defensa de la mirada como gesto inaugural del artista, como temblor primero ante el mundo. Leerte ha sido como escuchar un leve crujido en medio del silencio: ese que advierte que aún hay quien observa sin moldes, sin fórmulas, sin ese corsé de productividad que hoy parece asfixiar toda pulsión poética.
En este tejido de relatos que nos envuelven a diario —todos tan parecidos, tan eficientemente diseñados para el scroll rápido— echo en falta justo lo que aquí reivindicas: la grieta, el titubeo, la mancha, lo no dicho. Porque la mirada genuina no se limita a registrar: interpela, hiere, revela. Es un modo de estar en el mundo que implica riesgo, lentitud, y, sobre todo, una radical honestidad.
A menudo me pregunto si no estamos convirtiendo la creación en una maqueta: perfecta en su simetría, vacía en su aliento. Frente a eso, como tú bien señalas, queda el gesto insumiso de quien elige no complacer, no repetir, no encajar. Y quizás ahí, solo ahí, empiece a hablar el arte.
Gracias por recordarnos que la verdadera creación no imita.
Un placer leerte, Emi.
Lo cierto es que, viviendo como lo hacemos en una sociedad que no perdona el error, el disenso, la duda, es difícil que el arte no se avenga a ello y se abogue (quién, cómo, dónde…) por una creación constreñida, ramplona, digerible, que no solo no «increpe» al espectador (sea cual sea la disciplina), sino que ni siquiera perturbe al propio —sedicente— artista.
Esa honestidad que mencionas es justo lo que hemos arrumbado, como si ser fiel a una visión del mundo y del arte (errada o no: me parece que eso no tiene la más mínima importancia, si es que de «verdad» puede hablarse) fuese una equivocación. Pienso que necesitamos recuperar la mirada del artesano, que guiaba con su sabiduría y experiencia el acto creativo, sabiendo que cada fallo también sumaba a la obra final.
El placer es el de tus comentarios, Chus. Un saludo.
Hola, Emi. Te reconozco que, en los últimos 15 años, he estado menos pendiente del panorama cultural de lo que lo estuve cuando era más joven, con lo cual tampoco tendré una visión tan actualizada sobre el tema, como supongo la tuya.
Aun así, yo que siempre ando buscando las causas profundas de todas las cosas, se me ocurre pensar que, hoy en día, pocas personas llegan a ser individuos (entendiendo la palabra "individuo" como el resultado del proceso que Jung llamó "individuación"). Digo esto basándome en una simple sensación, la de que actualmente hay más presión social que nunca hacia la conformidad. A pesar de que, sobre el papel, se valore la autenticidad y la originalidad.
¿Qué opinas tú? ¿Crees que actualmente la persona media se ve expuesta a más factores limitantes de su individualidad y originalidad que, ponle, hace 20 o 30 años?
Gracias por plantear este tema, por poner el foco en él, pues yo lo tenía en un punto ciego. 🙏
Pues es toda una cuestión, Clara; y, si me permites la creación de expectativas, me has dado la idea para escribir el artículo del próximo domingo (en abierto), ya que tenía el tema en borradores y me parece que puede ser una forma más extensa y detallada tanto de (intentar) dar respuesta a tu pregunta como de plantearme yo mismo nuevos interrogantes.
Si te parece, comentamos en ese artículo.
Fantástico! 😊
Me ha encantado tu reflexión Emi. Valiente y al grano. Sin medias tintas. Estoy seguro que habrá removido conciencias, incluida la mía. 😉
Sin embargo, a pesar de estar de acuerdo en el fondo de tu mensaje, realmente lo estoy, creo que lo que nos cuentas se presta a multitud de matices. Tantos, que no podrían abarcarse en esta caja de comentarios. Existen tantos tipos y formas de expresarse que lo que en unos casos puede admitirse, en otros, en cambio, corresponde a lo que tu nos comentas.
Por la parte que me toca, yo por ejemplo recurro mucho a los clásicos. Los cito porque estoy obsesionado con la idea de que hace 24 siglos ellos mismos se preguntaban y reflexionaban sobre los mismos problemas que yo tengo hoy en día. Dicho esto, también creo que lo que hace único a un texto, carta o ensayo, no es la ausencia de citas, sino cómo el autor las utiliza para construir su argumento. Una cita clásica puede ser el detonante de una reflexión innovadora, una crítica aguda o una reinterpretación audaz. La originalidad no está en evitar lo ya dicho, sino en cómo dialogas con ello y lo llevas más allá. A buen seguro, esto no es algo que predomina en mi contenido, dado que yo apenas me considero escritor, mucho menos artista, y todavía tengo mucho que aprender. Lo que sí intento es construir mi relato, mi reflexión, y luego ayudarme de alguna cita o citas célebres para darle mayor contexto, pero sobre todo, para hacer ver al lector que muchos siglos antes ya se tenían las mismas preocupaciones.
En líneas generales, y salvando los matices que comentaba que creo importantes, pienso que lo relevante es que las citas estén al servicio de tu argumento y no al revés. Un buen texto no es el que evita las citas, bajo mi forma de verlo, sino el que las utiliza para dialogar con el pasado, cuestionarlo y construir algo nuevo. La erudición no está en cuántos autores cites, sino en cómo los haces conversar con tu propia voz.
Gracias Emi, por removerme hoy la conciencia. Coincido con Iván, es de las cartas que más me han gustado y pasa a mis favoritas.
Un abrazo. 🤗
Gracias por el comentario, Jaime. Estoy de acuerdo con tu exposición y, de hecho, no pretendía insinuar en absoluto con el artículo que citas, referencias o glosas constituyan en sí una mera «copia» para nuevas creaciones. Yo mismo echo mano de multitud de extractos de autores porque, como apuntas, son una forma de apoyarnos en sabiduría pasada para apuntalar un argumento, explicar una idea o ampliar un concepto.
Como decía Javier Jurado en una nota, las referencias no son solo ineludibles, sino que, hasta cierto punto, son necesarias para (con)formar un pensamiento sólido y novedoso. No podemos construir argumentos nuevos ex nihilo, obviando toda la tradición, sino más bien dialogando con los que nos precedieron.
Mi crítica iba más bien dirigida hacia los textos que se limitan a mostrar sin más, a copiar, a imitar. Todos hemos leído artículos que exponen las mismas cuestiones una y otra vez, utilizando las mismas citas clásicas o los mismos argumentos mil y una veces expuestos. En estos casos, no se trata de apoyarse en el pasado para crear algo nuevo, sino usar lo existente para amalgamarlo y tratar de hacerlo pasar por novedoso. Y ahí es donde veo la falta de originalidad y de espíritu creador.
Entiendo Emi. Entonces coincidimos. Gracias nuevamente por tu reflexión. Es un placer intercambiar ideas contigo sobre un tema tan relevante para la escritura y el pensamiento crítico.
Si es que no podemos desarrollar una mirada propia si estamos constantemente fijándonos en la ajena...
Qué guantazo de realidad y reflexión más necesario, Emi. Con elegancia y contundencia, como siempre. Entra directamente en mis favoritos de los tuyos.
Me alegro muchísimo de que te haya parecido intersante, Iván. La sensación de que huimos de lo incómodo como de la peste para abrazar lo banal es constante, y se extiende a todos los ámbitos de la creación. Como dice Javier en un comentario a tu nota, es necesaria cierta «herencia» en cuanto al saber, pero pienso que nos centramos en la imitación de lo consagrado —o, peor: de lo sancionado— sin prestar atención a lo precedente.
Un abrazo.