El necio afirma saber, el sabio duda, que decía Aristóteles. Y eso es un problema, desde luego para Russell, que lo elevaba de categoría en su conocida frase: “El problema con el mundo es que los estúpidos están seguros de todo y los inteligentes están llenos de dudas”.
La tentación de creer que se sabe es muy poderosa. Hay que estar en guardia, especialmente los que nos atrevemos a veces a pontificar en sitios como este. Dunning-Kruger, el peligro de creer que se sabe y esas cosas. He escrito sobre ello en varios de mis escritos. Y, ojo, yo no tengo mucha idea ;)
Una reflexión tan lúcida como necesaria. Hemos expandido el conocimiento hasta hacerlo inabarcable, hemos tejido redes de información que nos conectan con cada rincón del mundo, pero ¿hemos aprendido a ser más sensatos? Como bien señalas, la erudición sin juicio no es más que una máscara brillante que oculta la soberbia del que cree saber.
Erasmo ya nos advertía del peligro de la vanagloria intelectual, y hoy su eco resuena más que nunca en este océano digital donde la opinión ha suplantado al pensamiento y la certeza al cuestionamiento. La información nos rodea, pero la prudencia parece ausente. Creer saber nos hace sentir seguros, pero esa seguridad es, en sí misma, un velo que impide el verdadero aprendizaje.
La sensatez, como bien dices, es un equilibrio entre saber y comprender, entre conocer y aplicar con humanidad ese conocimiento. No se trata solo de acumular datos, sino de integrar lo aprendido en la vida, en la sociedad, en la mirada hacia el otro. Porque, al final, no es el que más sabe quien ilumina el mundo, sino aquel que, sabiendo, aún se permite dudar.
Quizá, siguiendo tus ideas, la extensión del conocimiento —o, al menos, del acceso universal del que disponemos hoy día— no hace sino apelar a nuestra vanidad al constituirse en una nueva fuente de distinación. Si, tradicionalmente, la erudición otorgaba prestigio, ahora ese aura se ha visto ampliada, causando así una cierta sobreestimación de su potencial.
En efecto, saber y soberbia suelen ir de la mano, así que siempre deberíamos tener cuidado al respecto y valorar la sensatez (y, pienso también, la humildad) en su justa medida.
Tu respuesta ilumina una cuestión esencial: el prestigio del conocimiento y su transformación en símbolo de distinción. Durante siglos, la erudición fue el privilegio de unos pocos, un signo de poder, de exclusividad. Hoy, la democratización del saber, lejos de diluir esa aura de superioridad, parece haberla amplificado, convirtiendo la información en un nuevo capital simbólico. Acceder a ella es sencillo; saber utilizarla con prudencia y humildad, en cambio, sigue siendo una rareza.
Quizá el verdadero desafío de nuestro tiempo no sea solo la adquisición del conocimiento, sino el ejercicio de una sabiduría que lo trascienda. Porque saber mucho no implica necesariamente comprender mejor, ni acumular datos garantiza un juicio equilibrado. Ahí radica la paradoja: mientras más certeza creemos poseer, más nos alejamos de la duda fecunda que alimenta la auténtica reflexión.
Sensatez y humildad, como bien apuntas, deberían ser contrapesos imprescindibles en este mar de información inagotable. Pero la humildad no es solo reconocer lo que no sabemos; es también la disposición a escuchar, a dejar que el conocimiento se entrelace con la experiencia y la mirada ajena. Como indicaba en mi anterior comentario, no es el saber en sí lo que nos engrandece, sino la manera en que lo integramos en la vida, en la relación con los otros, en la construcción de un pensamiento que no se erija como dogma, sino como búsqueda.
Y quizás ahí resida la clave: aprender no para distinguirnos, sino para entendernos mejor. No para imponernos, sino para aproximarnos con lucidez y con esa prudencia que, en su justa medida, nos recuerda que siempre hay más por descubrir.
Ciertos eventos que pasaron en Argentina y en EEUU estos últimos días te dan la razón, Maese Emi. La sensatez es una virtud que parece no solo escasa, sino extinta. Es tanto así que me pregunto si incluso es pedir demasiado y debemos aspirar a algo más prosaico como el sentido común.
A tenor de lecturas clásicas, o meramente antiguas, está claro que la sensatez es una virtud que escasea a lo largo de la historia. Aunque en estos tiempos tan fugaces y convulsos tal vez se añore más de lo normal.
El necio afirma saber, el sabio duda, que decía Aristóteles. Y eso es un problema, desde luego para Russell, que lo elevaba de categoría en su conocida frase: “El problema con el mundo es que los estúpidos están seguros de todo y los inteligentes están llenos de dudas”.
La tentación de creer que se sabe es muy poderosa. Hay que estar en guardia, especialmente los que nos atrevemos a veces a pontificar en sitios como este. Dunning-Kruger, el peligro de creer que se sabe y esas cosas. He escrito sobre ello en varios de mis escritos. Y, ojo, yo no tengo mucha idea ;)
Buena reflexión, Emi.
Está claro que escribir una newsletter es una bomba de relojería en lo relativo a la soberbia… XD
Una reflexión tan lúcida como necesaria. Hemos expandido el conocimiento hasta hacerlo inabarcable, hemos tejido redes de información que nos conectan con cada rincón del mundo, pero ¿hemos aprendido a ser más sensatos? Como bien señalas, la erudición sin juicio no es más que una máscara brillante que oculta la soberbia del que cree saber.
Erasmo ya nos advertía del peligro de la vanagloria intelectual, y hoy su eco resuena más que nunca en este océano digital donde la opinión ha suplantado al pensamiento y la certeza al cuestionamiento. La información nos rodea, pero la prudencia parece ausente. Creer saber nos hace sentir seguros, pero esa seguridad es, en sí misma, un velo que impide el verdadero aprendizaje.
La sensatez, como bien dices, es un equilibrio entre saber y comprender, entre conocer y aplicar con humanidad ese conocimiento. No se trata solo de acumular datos, sino de integrar lo aprendido en la vida, en la sociedad, en la mirada hacia el otro. Porque, al final, no es el que más sabe quien ilumina el mundo, sino aquel que, sabiendo, aún se permite dudar.
Gracias por esta reflexión!
Quizá, siguiendo tus ideas, la extensión del conocimiento —o, al menos, del acceso universal del que disponemos hoy día— no hace sino apelar a nuestra vanidad al constituirse en una nueva fuente de distinación. Si, tradicionalmente, la erudición otorgaba prestigio, ahora ese aura se ha visto ampliada, causando así una cierta sobreestimación de su potencial.
En efecto, saber y soberbia suelen ir de la mano, así que siempre deberíamos tener cuidado al respecto y valorar la sensatez (y, pienso también, la humildad) en su justa medida.
Tu respuesta ilumina una cuestión esencial: el prestigio del conocimiento y su transformación en símbolo de distinción. Durante siglos, la erudición fue el privilegio de unos pocos, un signo de poder, de exclusividad. Hoy, la democratización del saber, lejos de diluir esa aura de superioridad, parece haberla amplificado, convirtiendo la información en un nuevo capital simbólico. Acceder a ella es sencillo; saber utilizarla con prudencia y humildad, en cambio, sigue siendo una rareza.
Quizá el verdadero desafío de nuestro tiempo no sea solo la adquisición del conocimiento, sino el ejercicio de una sabiduría que lo trascienda. Porque saber mucho no implica necesariamente comprender mejor, ni acumular datos garantiza un juicio equilibrado. Ahí radica la paradoja: mientras más certeza creemos poseer, más nos alejamos de la duda fecunda que alimenta la auténtica reflexión.
Sensatez y humildad, como bien apuntas, deberían ser contrapesos imprescindibles en este mar de información inagotable. Pero la humildad no es solo reconocer lo que no sabemos; es también la disposición a escuchar, a dejar que el conocimiento se entrelace con la experiencia y la mirada ajena. Como indicaba en mi anterior comentario, no es el saber en sí lo que nos engrandece, sino la manera en que lo integramos en la vida, en la relación con los otros, en la construcción de un pensamiento que no se erija como dogma, sino como búsqueda.
Y quizás ahí resida la clave: aprender no para distinguirnos, sino para entendernos mejor. No para imponernos, sino para aproximarnos con lucidez y con esa prudencia que, en su justa medida, nos recuerda que siempre hay más por descubrir.
Ciertos eventos que pasaron en Argentina y en EEUU estos últimos días te dan la razón, Maese Emi. La sensatez es una virtud que parece no solo escasa, sino extinta. Es tanto así que me pregunto si incluso es pedir demasiado y debemos aspirar a algo más prosaico como el sentido común.
Qué momento, qué momento.
A tenor de lecturas clásicas, o meramente antiguas, está claro que la sensatez es una virtud que escasea a lo largo de la historia. Aunque en estos tiempos tan fugaces y convulsos tal vez se añore más de lo normal.