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Avatar de Romina

Me pregunto si no es también narcisismo pensar que la mayoría que experimentó el apagón retomó su vida con celeridad sin experimentar algo reseñable. Me recuerda a la época de la pandemia cuando había mucha gente en redes sociales diciendo lo bien que se lo estaban pasando, haciendo cursos, mirando series y viviendo una vida bastante normal teletrabajando y comprando online. Con el apagón, como con el COVID, sí hubo gente que sufrió y no me refiero a casos de no poder comprar una prenda de ropa o ver la serie de moda. Estoy hablando de la gente que vive en ciudades grandes como es Madrid por ejemplo que es donde vivo y desde donde puedo hablar, porque al final todo es subjetivo en este sentido. Desconozco las cifras de la gente que sufrió ese día frente a la que pasó un día cuasi normal y retomó su vida con celeridad. No puedo hablar de números pero las historias de madres y padres del cole al que van mis hijos, las historias de los vecinos del barrio donde vivo, son otras muy distintas. Ahí lo individual se hace público porque en mi barrio (sur de Madrid) se da la circunstancia de que gran parte de la población trabaja en el centro o el norte de la ciudad. Con lo cual, ese día no fueron pocos los que tuvieron que volver andando a casa (cuatro, cinco o seis horas dependiendo la zona), algunos sin saber cómo estaban sus padres dependientes o sus hijos pequeños en el colegio. Hay 140 pisos en la urbanización donde vivo así que historias personales ha habido de todo. Y a mí no me parece que hubiera narcisismo en que te contaran cómo tenían los pies con ampollas de tanto caminar o no tenían agua para darse una ducha o lavarse después de caminar toda la ciudad, perderse, desesperarse, etc. Niños que fueron recogidos de los coles por familiares o vecinos aunque no tuvieran autorización, porque no se sabía nada de sus padres/madres. Ancianos solos en sus casas sin saber qué estaba pasando y sin velas o linternas a mano, algunos con problemas de movilidad, desorientación en los hospitales... No podemos dejar de escuchar esas historias. No veo vanidad en ellas. Quizá entendí mal tu artículo, porque no estuve siguiendo las redes sociales desde el apagón ya que lo que me pasó fue que me parecía que había mucho misterwonderfulismo diciendo que podíamos aprender lo bonito que era estar sin pantallas... como si eso no lo pudiéramos hacer ya por nuestra cuenta sin perder el acceso a la electricidad, el transporte y las comunicaciones.

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Avatar de Emi

Gracias por la puntualización, Romina. Creo que comenté en el texto (y, si no fue así, aprovecho la ocasión) que, por supuesto, había circunstancias diversas y que hubo personas que, por diferentes motivos, sí que sufrieron las consecuencias del apagón. Obviamente, esos casos son importantes y merece la pena reseñarlo no solo como reivindicación de esas circunstancias penosas (como las que tú apuntas), sino como experiencias que sirvan para evitar este tipo de incidentes en un futuro.

No obstante, mi intención era apuntar a aquella gran masa de gente que no sufrió apenas en esas horas, algunos de los cuales, sin embargo, crearon una épica de la nada para convertir un incidente en algo memorable.

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Avatar de Chus Recio

Emi, ¡qué interesante tu análisis de nuestra tendencia contemporánea a convertir lo colectivo en un escenario del yo! Me ha gustado especialmente esa idea de que lo externo debe ser encajado en una cápsula digerible por el ego, como si la realidad, en su crudeza, necesitara ser reducida para no quebrar nuestra frágil narrativa personal.

El apagón, como bien dices, no fue sólo eléctrico, sino también simbólico: un corte en la corriente de sentido que nos sostiene cuando el mundo se desacopla, cuando se interrumpe el flujo constante de estímulos que nos mantienen ocupados en vez de presentes. En lugar de permitir que el apagón abriera un espacio para el silencio compartido, muchos se apresuraron a llenarlo con una sobreabundancia de relatos personales.Como si no pudiéramos soportar, ni por unas horas, la experiencia de lo común, de lo indeterminado, de lo que es más grande que nosotros.

Byung-Chul Han, Lipovetsky, Ginzburg… todos nos hablan, a su modo, de una desconexión más profunda: la de una sociedad que ya no reconoce el nosotros como lugar de pertenencia sino como decorado desde el que seguir alimentando una identidad autorreferencial. Y, sin embargo, sospecho que aún queda en nosotros la posibilidad de resistir esa deriva. Tal vez habitando, aunque sea a ratos, el umbral de la intemperie sin necesidad de nombrarla enseguida como drama propio.

Gracias por este texto que me devuelve la siguiente pregunta: “es esto lo que somos cuando se apaga la luz?

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Avatar de Emi

Interesantísima pregunta, Chus; me arriesgo con una posible interpretación u opinión.

Vivimos en una sociedad, no cabe duda, que viene cultivando el narcisismo en grado extremo desde hace más de medio siglo (como apuntan algunos de los autores que cito en el texto, por ejemplo, y otros muchos). En ese viraje hacia el «yo», todo lo que nos rodea ha devenido escenario, de manera que subjetivizamos cualquier hecho o circunstancia para reducirlos al estrecho —aunque a nosotros nos parezca infinito— dominio del ego.

Así pues, creo que «cuando se apaga la luz» mostramos, simplemente, aquello en lo que nos hemos convertido: criaturas frágiles, al mismo tiempo preocupadas y disolutas, que apenas pueden vislumbrar la realidad más allá de su contexto. Ciertamente, me confieso pesimista a este respecto.

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Avatar de Chus Recio

Gracias por tu respuesta, Emi.

Comparto tu visión del narcisismo como paisaje dominante. Esa reducción de todo acontecimiento a escala del yo es real, visible, palpable. Pero me esfuerzo en pensar que ese paisaje no agota lo que somos. Quizá lo que aparece “cuando se apaga la luz” sea un reflejo de lo que hemos aprendido a ser, pero no necesariamente de todo lo que podríamos llegar a ser.

Tal vez la oscuridad también guarda una posibilidad: la de no verse, la de no ser visto, y en ese no-ser, poder escuchar, compartir el silencio, intuir al otro. Un instante sin relato.

Gracias, de nuevo, por abrir espacio al pensamiento, incluso cuando este duele. O precisamente por eso.

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Avatar de Emi

Me quedo con tu mirada esperanzadora, Chus. Muy necesaria hoy día…

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Avatar de Javier Jurado

Recuerdo cómo mi abuelo me contaba que al acabar la guerra civil española proliferó un pequeño pin o broche que se fijaba en la solapa y que rezaba “no me cuente usted su caso”. Todo el mundo tenía algo terrible que contar. Y aunque era justo hacer memoria especialmente de las víctimas, una experiencia traumática siempre nos da que hablar a todos y alimenta nuestro narcisismo, más si hemos pasado por unas horas de abstinencia. Muy certero Emi.

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Avatar de Emi

Quizá la epidemia de verborrea que padecemos sea fruto (entre otras mil cosas) de haber callado mucho previamente. Quién sabe.

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Avatar de amancio delgado álvarez

"sucedáneos vanidosos de realidad", gran descripción de la esencia del efecto pernicioso de dejarnos llevar por la apariencia. En la "era de la imagen" cuenta más la apariencia que la estructura. La era de la imagen empezó en el Renacimiento y con la digitalización ha llegado a su paroxismo. Lo que no ha impedido, más bien ha fomentado, que los dislates del yo se sigan sin resolver.

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