Esa batalla entre sentirnos fuertes por saber, y débiles por descubrir que no tanto. Me encanta.
Mi propuesta: ¿y si en vez de pensar en ello como una batalla lo hiciéramos como un baile? Un baile en el que hay que sentir el ritmo del saber y no saber para disfrutar de la melodía.
Buenísimo. Creo que das en el clavo, las preguntas decisivas nos ponen en una situación de incomodidad. Tomar una decisión importante no nos gusta, ya que requiere renunciar a algo, y poca gente está dispuesta a renunciar a nada. Como dices, preferimos preguntas que se respondan con absolutos, no con decisiones. Como lo veo yo, creo que esto viene de una falta de responsabilidad sobre uno mismo, aunque este es un tema que da para un artículo entero.
Sí, ahí está la clave: en plantearse preguntas importantes, difíciles, esquivas, que nos obliguen a afrontar miedos y poner en cuestión nuestras creencias. Si nos quedamos con las preguntas fáciles, obtenemos respuestas fáciles (muy en boga hoy día); y esas ¿para qué las queremos?
Me has hecho pensar en que las grandes preguntas muchas veces no se formulan a tiempo, probablemente porque, en realidad, durante mucho tiempo e incluso toda nuestra vida, no sólo es que incomodan por hacernos pensar o porque la respuesta pueda escocer, sino que lo hacen porque no tenemos respuesta para ellas. Y por eso, es insostenible exhortarnos a hacérnoslas más. No podríamos sobrevivir si lo hiciéramos. Por ejemplo, la pregunta sobre el sentido de la vida suele aflorar en situaciones particulares (un acontecimiento intenso, un fallecimiento, un cambio vital sustancial, una pérdida señalada...). Pero no podemos hacernos esa pregunta todos los días y todo el tiempo. Porque la sombra insuperable de que quizá no lo haya duele demasiado para muchos.
Tienes razón acerca de la imposibilidad de cuestionarse ciertas cosas todo el tiempo. Me gusta el ejemplo que has puesto porque es algo en lo que pienso a menudo, especialmente en estos tiempos en los que el sedicente estoicismo que venden algunos nos urge a recordar que somos mortales, que el tiempo pasa, etc.
No creo que encontremos un sentido a nuestra vida solo preguntándonos aquello que, es evidente, no tiene respuesta. Lo que ocurre es que tampoco podemos eludir ciertas cuestiones por miedo, porque al final el resultado es casi el mismo: evitamos afrontar el dolor inherente a la vida (pérdidas, reveses, separaciones, fracasos…) y nos hundimos al menos contratiempo.
Supongo que, como casi siempre, el término medio es lo acertado: pensar un poco en aquello que es realmente importante, pero teniendo presente en todo momento el gozo que es vivir, sin contemplaciones ni subterfugios.
Gracias por aportar esa interesante perspectiva, Javier. Un saludo.
No creo que nos cuestionemos correctamente las cosas, Emi, ni que tampoco nos hagamos las preguntas adecuadas. Para el ser humano es muy difícil entender ciertas cosas, sobretodo si no las interioriza. Sino medita, si vive con el estrés diario. A veces es más fácil hacerlo así porque ver su propia realidad les supondría un decaimiento continuo.
No quiero vivir en un continuo anhelo por el pasado, Emi. Es lo que más me ha hecho pensar. Anhelar lo que ya fue, paraliza para construir un futuro. Y pensar en un futuro, no te deja disfrutar del presente, del instante que estás viviendo. De las personas que tienes a tu alrededor y que algún día no estarán.
La nostalgia puede ser embriagante y adictiva, una poderosa trampa. Y el anhelo, que suele ser más del futuro, es una proyección sobre lo que no es, sobre las desdibujadas e infinitas potencialidades. Mientras tanto, nos privamos de atajar lo que se nos regala, que es el presente. Y de ahí el "presente" como "regalo".
Muchas gracias por tu comentario, Elisa; me alegro de que la newsletter te haya gustado y te haya hecho pensar en ciertas cosas.
Para mí no es tan importante el hecho de «soltar» el pasado, sino de entender que existen ciertas cosas que debemos tratar en el momento justo. Creo que se trata de afrontar problemas a través de cuestionar(nos) cosas, sin rechazar el momentáneo mal trago que podemos pasar en ese momento.
En todo caso, y como bien apuntas, vivir conscientemente el presente es siempre un buen consejo. Un abrazo.
Lo que ocurre, Emi, es que me parece muy difícil afrontar un mal momento con entereza o racionalmente. No sé si me explico bien. Entiendo lo que dices, aunque es complicado. 😂🤦🏼♀️😂.
Esa batalla entre sentirnos fuertes por saber, y débiles por descubrir que no tanto. Me encanta.
Mi propuesta: ¿y si en vez de pensar en ello como una batalla lo hiciéramos como un baile? Un baile en el que hay que sentir el ritmo del saber y no saber para disfrutar de la melodía.
Buenísimo. Creo que das en el clavo, las preguntas decisivas nos ponen en una situación de incomodidad. Tomar una decisión importante no nos gusta, ya que requiere renunciar a algo, y poca gente está dispuesta a renunciar a nada. Como dices, preferimos preguntas que se respondan con absolutos, no con decisiones. Como lo veo yo, creo que esto viene de una falta de responsabilidad sobre uno mismo, aunque este es un tema que da para un artículo entero.
Sí, ahí está la clave: en plantearse preguntas importantes, difíciles, esquivas, que nos obliguen a afrontar miedos y poner en cuestión nuestras creencias. Si nos quedamos con las preguntas fáciles, obtenemos respuestas fáciles (muy en boga hoy día); y esas ¿para qué las queremos?
Gracias por aportar tu granito, Alex.
Gran artículo de Emi: A veces evitamos hacernos preguntas por temor a las respuestas incómodas.
Así es, Daniel; cuando, en realidad, son las preguntas más necesarias…
Gracias, Emi.
Me has hecho pensar en que las grandes preguntas muchas veces no se formulan a tiempo, probablemente porque, en realidad, durante mucho tiempo e incluso toda nuestra vida, no sólo es que incomodan por hacernos pensar o porque la respuesta pueda escocer, sino que lo hacen porque no tenemos respuesta para ellas. Y por eso, es insostenible exhortarnos a hacérnoslas más. No podríamos sobrevivir si lo hiciéramos. Por ejemplo, la pregunta sobre el sentido de la vida suele aflorar en situaciones particulares (un acontecimiento intenso, un fallecimiento, un cambio vital sustancial, una pérdida señalada...). Pero no podemos hacernos esa pregunta todos los días y todo el tiempo. Porque la sombra insuperable de que quizá no lo haya duele demasiado para muchos.
Tienes razón acerca de la imposibilidad de cuestionarse ciertas cosas todo el tiempo. Me gusta el ejemplo que has puesto porque es algo en lo que pienso a menudo, especialmente en estos tiempos en los que el sedicente estoicismo que venden algunos nos urge a recordar que somos mortales, que el tiempo pasa, etc.
No creo que encontremos un sentido a nuestra vida solo preguntándonos aquello que, es evidente, no tiene respuesta. Lo que ocurre es que tampoco podemos eludir ciertas cuestiones por miedo, porque al final el resultado es casi el mismo: evitamos afrontar el dolor inherente a la vida (pérdidas, reveses, separaciones, fracasos…) y nos hundimos al menos contratiempo.
Supongo que, como casi siempre, el término medio es lo acertado: pensar un poco en aquello que es realmente importante, pero teniendo presente en todo momento el gozo que es vivir, sin contemplaciones ni subterfugios.
Gracias por aportar esa interesante perspectiva, Javier. Un saludo.
No creo que nos cuestionemos correctamente las cosas, Emi, ni que tampoco nos hagamos las preguntas adecuadas. Para el ser humano es muy difícil entender ciertas cosas, sobretodo si no las interioriza. Sino medita, si vive con el estrés diario. A veces es más fácil hacerlo así porque ver su propia realidad les supondría un decaimiento continuo.
No quiero vivir en un continuo anhelo por el pasado, Emi. Es lo que más me ha hecho pensar. Anhelar lo que ya fue, paraliza para construir un futuro. Y pensar en un futuro, no te deja disfrutar del presente, del instante que estás viviendo. De las personas que tienes a tu alrededor y que algún día no estarán.
Gracias, he disfrutado leyéndote.
Un abrazo.
La nostalgia puede ser embriagante y adictiva, una poderosa trampa. Y el anhelo, que suele ser más del futuro, es una proyección sobre lo que no es, sobre las desdibujadas e infinitas potencialidades. Mientras tanto, nos privamos de atajar lo que se nos regala, que es el presente. Y de ahí el "presente" como "regalo".
Muchas gracias por tu comentario, Elisa; me alegro de que la newsletter te haya gustado y te haya hecho pensar en ciertas cosas.
Para mí no es tan importante el hecho de «soltar» el pasado, sino de entender que existen ciertas cosas que debemos tratar en el momento justo. Creo que se trata de afrontar problemas a través de cuestionar(nos) cosas, sin rechazar el momentáneo mal trago que podemos pasar en ese momento.
En todo caso, y como bien apuntas, vivir conscientemente el presente es siempre un buen consejo. Un abrazo.
Lo que ocurre, Emi, es que me parece muy difícil afrontar un mal momento con entereza o racionalmente. No sé si me explico bien. Entiendo lo que dices, aunque es complicado. 😂🤦🏼♀️😂.
Un abrazo
Me has hecho pensar que en las preguntas importantes el que siempre pregunta y el que debe responder es el yo interior, el yo profundo.
El ego asiste como un espectador que teme porque el mundo, tal y como lo tiene construido, salte por los aires.
Puede que por eso sean tan incómodas esas preguntas, porque no pilota la conversación la mente sino el corazón
😮💨😮💨🫶🫶