Pues a mí me avergüenza hasta cierto punto lo que voy a decir. Seguro que me hará parecer un bicho raro, pero yo multitud de veces me siento como el personaje de Maupassant.
Yo he llegado a un nivel de hastío importante y preocupante cuando se trata de socializar. A veces pienso que es la edad, el hecho de ir cumpliendo años o el hecho de leer demasiado o querer aprender demasiado. Veo que cada día que pasa tengo menos cosas en común con mis amigos y/o familiares. Las conversaciones son siempre las mismas, me quedo siempre con la sensación de no avanzar, de escuchar siempre las mismas cosas. Y cuando saco algún tema nuevo o sobre el que me interesa conocer opiniones, me topo con silencios incómodos o caras de "no sé de qué me hablas" ... ... ...
Como han dicho en algún comentario, la hipocresía está muy presente. Veo ciertos comportamientos interesados en algunas personas que en reuniones grandes donde estamos todos opinan de una manera más comedida y en petit comité opinan de otra, criticando incluso a personas (de nuestro círculo) no presentes. Lo que me sorprende e indigna a partes iguales.
Yo soy de naturaleza introvertida, suelo escuchar más que hablar, y muchas veces cuando tengo que decidir entre "socializar" o quedarme en casa leyendo un buen libro, escojo lo segundo. Cada vez tengo más claro que una reunión con amigos no me va a aportar nada nuevo, y eso es triste, muy triste... Con todo lo que uno tiene que leer y aprender... 😅
De las redes sociales mejor no decir nada. Para mí ya hace tiempo que dejaron de ser "sociales" para convertirse en "escaparates". Antaño se visualizaba en primer lugar lo que publicaban tus allegados, personas a las que seguías, ahora todo eso ha desaparecido. Consecuencia: hace más de 2 años que no abro una red social.
Siento esta opinión tan negativa, pero es tal y como me siento últimamente.
No creo que seas raro en absoluto, Jaime (confieso que soy muy parecido a ti en varios aspectos). Creo que una posible razón de esta sensación es la «sacralización» de la vida social como algo necesario, insoslayable: si no participas de los habituales debates y charlas, eres tildado de asocial, huraño o cosas peores.
Pienso que es habitual que haya personas más interesadas en aprender escuchando, en buscar discusiones enriquecedoras, que en simplemente estar presentes en las charlas «obligatorias»; el problemas con estas personas es que no suelen encontrar interlocutores válidos, porque una gran parte de la gente (no diré la mayoría, pero sí muchas personas) prefiere mantenerse en la zona de confort de lo conocido, de la sencillo, de lo banal. Como tú apuntas, interesarte por algo distinto o tratar de explorar algún argumento suele toparse con el desinterés, cuando no con la repulsa.
No sé si hay algún remedio para esto, más allá de aceptarse con sabiduría y honestidad, y quizá buscar a esas —pocas— personas que puedan aportar algo más. Querría ser optimista a este respecto, aunque, como tú, soy un tanto descreído.
Agradezco mucho tu respuesta Emi. Al menos hoy me acostaré sintiendo algo más de comprensión que en mi último encuentro social y con la tranquilidad de ver que no soy yo el problema, o al menos, que no estoy tan equivocado en mis apreciaciones al respecto de las relaciones sociales.
Por una parte se podría defender que estar únicamente con gente que opine lo mismo que nosotros, alimenta nuestro ego y no nuestro crecimiento.
Por otra que las redes sociales nos dejan “interactuar” con miles de personas, siempre con una barrera de protección que nos encapsula en una relación vivida a medias.
Gracias a ti, Mario, por comentar. Lo cierto es que no se trata tan solo de buscar el refrendo de opiniones similares, sino de confundir sociabilidad con amistad, o incluso con necesidad. Las redes, como apuntas, nos «encapsulan» y distorsionan la idea de relación que construimos, pero también ha mutado de forma considerable la manera en la que entendemos la conexión más personal, más «física».
En todo caso, es un tema que da para mucho y siempre son bienvenidas otras aproximaciones.
Para mí, lo peor, aparte de esas reuniones sociales que mencionas, son los supuestos lazos sociales con personas con las que trabajas. Eso sí que me aburre. Salvo cuando tienes una buena relación con determinados compañeros de trabajo, lo de salir de copas, a comer, e incluso de viaje, con personas con las que sólo te une que ya estás una serie de horas en el trabajo me parece un sinsentido. Pero hay gente que las cultiva con verdadera maestría para ascender, a pesar de lo cual me sigue pareciendo un soberano aburrimiento estar con gente con quienes no te une nada de nada, sólo por la posibilidad remota posterior de que esos "amigos" (que no son más que personas con intereses comunes) puedan algún día apoyarte para ascender o al revés si tú asciendes antes.
Es una conversación que mantengo a menudo con mi pareja. El hecho de que tomemos como «amigos» a gente con la que apenas nos une un elemento azaroso (el puesto de trabajo, la puerta de la vecindad, el transporte público compartido…) es, desde mi punto de vista, un malentendido. Las relaciones sociales, como dice Cuca Casado en su restackeo, no nos convierte en seres sociables: la dferencia entre lazos tenues y vínculos intensos es abismal. Tender a considerar esas relaciones como puntales de nuestra vida en sociedad es un error propio de este tiempo en el que la soledad es vista como anatema.
Gracias por aportar ese nuevo punto de vista, Mercedes. Un saludo.
Encima lo más sorprendente es que hay gente que los llama "amigos" pero luego, a poco que hablas con ellos no se llevan bien por decirlo finamente y en algunos casos hasta desprecian. No puedo con eso: es una hipocresía terrible, porque ni siquiera lo hacen por algo que haya que solucionar en el trabajo. No, lo hacen sólo para ascender, aunque tengan que aguantar conversaciones anodinas, ir espectáculos que odien y demás. Cuanto antes se aprenda a diferenciar (también en esas otras relaciones que dices, lo de los vecinos... 🤦) entre amigos verdaderos y esos, mucho mejor.
Cuando conectamos socialización con la búsqueda de reconocimiento o reforzamiento de estátus, comparto con los personajes literarios que menciona Emi, en cuanto a que la socialización "obligatoria" muchas veces ocasiona un vacío y un deseo de escapar, paradójicamente, de esos encuentros.
Todo me hace pensar en la novela burguesa, que aún dentro de su gesto aspiracional y su ánimo fastuoso, dejaba colar ese hastío en, al menos, algún personaje. Incluso hasta hace poco Wolfe en su Hoguera de las Vanidades algo reflejaba de esto, en clave más cínica y alienante.
Pero hoy día, casi ya pasado un cuarto de este siglo…¿qué lugar tiene la soledad y el tedio cuando nos acomodamos en el scroll y la multitud no multitud de redes sociales?
¿La literatura contemporánea lo alcanza a reflejar?
La literatura decimonónica, especialmente la posterior al Romanticismo, trató mucho ese tema, incluso de maneras muy sutiles, como en el caso de Henry James, por ejemplo. El spleen de Baudelaire representó un punto de inflexión para esa época de salones, fiestas y corrillos.
Como tú, también me preguntó si el arte contemporáneo está sabiendo representar esa psicótica relación entre la soledad del siglo XXI y las multitudes virtuales que nos acompañan a todas horas. Aunque la literatura actual no es mi fuerte, lo poco que he leído más bien tiende hacia un escapismo bucólico, mirando hacia atrás y proyectando historias en un tiempo imaginario; pero seguro que tiene que haber voces que pongan todos estos problemas en sus textos.
Gracias por pasarte y por apuntar esas ideas en tu comentario. Un saludo.
A mí me gusta establecer una diferencia marcada entre las grandes reuniones sociales (más de 6 ó 7 personas), las medianas (3 ó 4 personas) y cuando estamos a solas con otra persona. Las grandes reuniones me cansan mucho. Da igual que aprecie enormemente a todos, pero son erráticas, unos pocos dominan la situación mientras otros muchos no abren la boca y la temática suele (no siempre) ser tremendamente aburrida (suele ser lo necesario en grandes grupos para que todo el mundo esté a gusto). Por la contra, juntarme con grupos de 4 ó menos personas permite tener ciertas conversaciones menos comunes y dar rienda suelta a todo eso que te ha pasado por la cabeza y que aún no has compartido con otros. Me enriquecen y, por ello, las prefiero.
Todo esto no quita que estar solo me guste. Como bien dices, es el momento en el que tu cabeza construye esas ideas que luego puedes compartir, discutir y moldear poco a poco.
Reconozco que el texto está un poco sesgado porque soy más bien introvertido y muy poco social: me gusta congeniar con la gente, pero cuando a priori los puntos en común existan, y no simplemente por el afán de «estar con gente».
Dicho esto, creo que la vida social tiene que afrontarse con la misma templanza que empleamos (o deberíamos emplear) en otros ámbitos de la vida: el hecho de estar rodeados de personas no implica, necesariamente, que estemos intercambiando experiencias o compartiendo ideas; en algunos casos es mero ruido para aislarnos de las voces interiores, una forma de escapismo, una droga para evadirnos.
La «buena» vida social enriquece, como tú dices, y eso es lo que habría que buscar en las interacciones, lejos de ese tedio del que hablaba Maupassant.
Gracias por pasarte, Miguel, y aportar tu granito de arena. Un saludo.
Me alegro de que te haya parecido interesante, Daniela. Pienso que esa diferencia —que veo clarísima, pero no parece serlo tanto— es fundamental para abordar las relaciones con una mirada un poco más coherente y constructiva. Como tú dices, hay fases y «estaciones», por lo que no podemos meter en el mismo saco los vínculos con los demás.
Pues a mí me avergüenza hasta cierto punto lo que voy a decir. Seguro que me hará parecer un bicho raro, pero yo multitud de veces me siento como el personaje de Maupassant.
Yo he llegado a un nivel de hastío importante y preocupante cuando se trata de socializar. A veces pienso que es la edad, el hecho de ir cumpliendo años o el hecho de leer demasiado o querer aprender demasiado. Veo que cada día que pasa tengo menos cosas en común con mis amigos y/o familiares. Las conversaciones son siempre las mismas, me quedo siempre con la sensación de no avanzar, de escuchar siempre las mismas cosas. Y cuando saco algún tema nuevo o sobre el que me interesa conocer opiniones, me topo con silencios incómodos o caras de "no sé de qué me hablas" ... ... ...
Como han dicho en algún comentario, la hipocresía está muy presente. Veo ciertos comportamientos interesados en algunas personas que en reuniones grandes donde estamos todos opinan de una manera más comedida y en petit comité opinan de otra, criticando incluso a personas (de nuestro círculo) no presentes. Lo que me sorprende e indigna a partes iguales.
Yo soy de naturaleza introvertida, suelo escuchar más que hablar, y muchas veces cuando tengo que decidir entre "socializar" o quedarme en casa leyendo un buen libro, escojo lo segundo. Cada vez tengo más claro que una reunión con amigos no me va a aportar nada nuevo, y eso es triste, muy triste... Con todo lo que uno tiene que leer y aprender... 😅
De las redes sociales mejor no decir nada. Para mí ya hace tiempo que dejaron de ser "sociales" para convertirse en "escaparates". Antaño se visualizaba en primer lugar lo que publicaban tus allegados, personas a las que seguías, ahora todo eso ha desaparecido. Consecuencia: hace más de 2 años que no abro una red social.
Siento esta opinión tan negativa, pero es tal y como me siento últimamente.
No creo que seas raro en absoluto, Jaime (confieso que soy muy parecido a ti en varios aspectos). Creo que una posible razón de esta sensación es la «sacralización» de la vida social como algo necesario, insoslayable: si no participas de los habituales debates y charlas, eres tildado de asocial, huraño o cosas peores.
Pienso que es habitual que haya personas más interesadas en aprender escuchando, en buscar discusiones enriquecedoras, que en simplemente estar presentes en las charlas «obligatorias»; el problemas con estas personas es que no suelen encontrar interlocutores válidos, porque una gran parte de la gente (no diré la mayoría, pero sí muchas personas) prefiere mantenerse en la zona de confort de lo conocido, de la sencillo, de lo banal. Como tú apuntas, interesarte por algo distinto o tratar de explorar algún argumento suele toparse con el desinterés, cuando no con la repulsa.
No sé si hay algún remedio para esto, más allá de aceptarse con sabiduría y honestidad, y quizá buscar a esas —pocas— personas que puedan aportar algo más. Querría ser optimista a este respecto, aunque, como tú, soy un tanto descreído.
Agradezco mucho tu respuesta Emi. Al menos hoy me acostaré sintiendo algo más de comprensión que en mi último encuentro social y con la tranquilidad de ver que no soy yo el problema, o al menos, que no estoy tan equivocado en mis apreciaciones al respecto de las relaciones sociales.
Un tema apasionante este.
Por una parte se podría defender que estar únicamente con gente que opine lo mismo que nosotros, alimenta nuestro ego y no nuestro crecimiento.
Por otra que las redes sociales nos dejan “interactuar” con miles de personas, siempre con una barrera de protección que nos encapsula en una relación vivida a medias.
Muchas gracias por el artículo!
Gracias a ti, Mario, por comentar. Lo cierto es que no se trata tan solo de buscar el refrendo de opiniones similares, sino de confundir sociabilidad con amistad, o incluso con necesidad. Las redes, como apuntas, nos «encapsulan» y distorsionan la idea de relación que construimos, pero también ha mutado de forma considerable la manera en la que entendemos la conexión más personal, más «física».
En todo caso, es un tema que da para mucho y siempre son bienvenidas otras aproximaciones.
👏👏👏
🙏🏻
Para mí, lo peor, aparte de esas reuniones sociales que mencionas, son los supuestos lazos sociales con personas con las que trabajas. Eso sí que me aburre. Salvo cuando tienes una buena relación con determinados compañeros de trabajo, lo de salir de copas, a comer, e incluso de viaje, con personas con las que sólo te une que ya estás una serie de horas en el trabajo me parece un sinsentido. Pero hay gente que las cultiva con verdadera maestría para ascender, a pesar de lo cual me sigue pareciendo un soberano aburrimiento estar con gente con quienes no te une nada de nada, sólo por la posibilidad remota posterior de que esos "amigos" (que no son más que personas con intereses comunes) puedan algún día apoyarte para ascender o al revés si tú asciendes antes.
Es una conversación que mantengo a menudo con mi pareja. El hecho de que tomemos como «amigos» a gente con la que apenas nos une un elemento azaroso (el puesto de trabajo, la puerta de la vecindad, el transporte público compartido…) es, desde mi punto de vista, un malentendido. Las relaciones sociales, como dice Cuca Casado en su restackeo, no nos convierte en seres sociables: la dferencia entre lazos tenues y vínculos intensos es abismal. Tender a considerar esas relaciones como puntales de nuestra vida en sociedad es un error propio de este tiempo en el que la soledad es vista como anatema.
Gracias por aportar ese nuevo punto de vista, Mercedes. Un saludo.
Encima lo más sorprendente es que hay gente que los llama "amigos" pero luego, a poco que hablas con ellos no se llevan bien por decirlo finamente y en algunos casos hasta desprecian. No puedo con eso: es una hipocresía terrible, porque ni siquiera lo hacen por algo que haya que solucionar en el trabajo. No, lo hacen sólo para ascender, aunque tengan que aguantar conversaciones anodinas, ir espectáculos que odien y demás. Cuanto antes se aprenda a diferenciar (también en esas otras relaciones que dices, lo de los vecinos... 🤦) entre amigos verdaderos y esos, mucho mejor.
Cuando conectamos socialización con la búsqueda de reconocimiento o reforzamiento de estátus, comparto con los personajes literarios que menciona Emi, en cuanto a que la socialización "obligatoria" muchas veces ocasiona un vacío y un deseo de escapar, paradójicamente, de esos encuentros.
Todo me hace pensar en la novela burguesa, que aún dentro de su gesto aspiracional y su ánimo fastuoso, dejaba colar ese hastío en, al menos, algún personaje. Incluso hasta hace poco Wolfe en su Hoguera de las Vanidades algo reflejaba de esto, en clave más cínica y alienante.
Pero hoy día, casi ya pasado un cuarto de este siglo…¿qué lugar tiene la soledad y el tedio cuando nos acomodamos en el scroll y la multitud no multitud de redes sociales?
¿La literatura contemporánea lo alcanza a reflejar?
En fin, me gusta el elogio al antigregarismo 🙌🏻
La literatura decimonónica, especialmente la posterior al Romanticismo, trató mucho ese tema, incluso de maneras muy sutiles, como en el caso de Henry James, por ejemplo. El spleen de Baudelaire representó un punto de inflexión para esa época de salones, fiestas y corrillos.
Como tú, también me preguntó si el arte contemporáneo está sabiendo representar esa psicótica relación entre la soledad del siglo XXI y las multitudes virtuales que nos acompañan a todas horas. Aunque la literatura actual no es mi fuerte, lo poco que he leído más bien tiende hacia un escapismo bucólico, mirando hacia atrás y proyectando historias en un tiempo imaginario; pero seguro que tiene que haber voces que pongan todos estos problemas en sus textos.
Gracias por pasarte y por apuntar esas ideas en tu comentario. Un saludo.
A mí me gusta establecer una diferencia marcada entre las grandes reuniones sociales (más de 6 ó 7 personas), las medianas (3 ó 4 personas) y cuando estamos a solas con otra persona. Las grandes reuniones me cansan mucho. Da igual que aprecie enormemente a todos, pero son erráticas, unos pocos dominan la situación mientras otros muchos no abren la boca y la temática suele (no siempre) ser tremendamente aburrida (suele ser lo necesario en grandes grupos para que todo el mundo esté a gusto). Por la contra, juntarme con grupos de 4 ó menos personas permite tener ciertas conversaciones menos comunes y dar rienda suelta a todo eso que te ha pasado por la cabeza y que aún no has compartido con otros. Me enriquecen y, por ello, las prefiero.
Todo esto no quita que estar solo me guste. Como bien dices, es el momento en el que tu cabeza construye esas ideas que luego puedes compartir, discutir y moldear poco a poco.
Gracias por traer esta interesante reflexión.
Reconozco que el texto está un poco sesgado porque soy más bien introvertido y muy poco social: me gusta congeniar con la gente, pero cuando a priori los puntos en común existan, y no simplemente por el afán de «estar con gente».
Dicho esto, creo que la vida social tiene que afrontarse con la misma templanza que empleamos (o deberíamos emplear) en otros ámbitos de la vida: el hecho de estar rodeados de personas no implica, necesariamente, que estemos intercambiando experiencias o compartiendo ideas; en algunos casos es mero ruido para aislarnos de las voces interiores, una forma de escapismo, una droga para evadirnos.
La «buena» vida social enriquece, como tú dices, y eso es lo que habría que buscar en las interacciones, lejos de ese tedio del que hablaba Maupassant.
Gracias por pasarte, Miguel, y aportar tu granito de arena. Un saludo.
Me alegro de que te haya parecido interesante, Daniela. Pienso que esa diferencia —que veo clarísima, pero no parece serlo tanto— es fundamental para abordar las relaciones con una mirada un poco más coherente y constructiva. Como tú dices, hay fases y «estaciones», por lo que no podemos meter en el mismo saco los vínculos con los demás.