Bloqueado en mi propio sufrimiento
El yo que abraza al otro: dignidad, empatía y humanidad
No puedo sentir el dolor de muelas de otro, tampoco su amor, ni su hastío. Estoy bloqueado en mi propio sufrimiento. Gritas agonizante, pero también unos rostros pintados o esculpidos pueden tener el mismo gesto atormentado. ¿Sufre una cabeza esculpida cuando grita? ¿Hay algo real en ello?
El ala derecha, Mircea Cărtărescu
En otros textos hemos hablado sobre la existencia de algo semejante al «yo»: un concepto difícil de aprehender y que da lugar a innúmeras teorías, ideas y especulaciones. Para no dar pie a más disquisiciones, voy a pedirte que demos por buena la presencia de algo parecido a un ser pensante, a un ente cognoscitivo, capaz de representar el papel que habitualmente concedemos a ese constructo psicológico tantas veces diseccionado y en permanente proceso de investigación. Confío en tu aquiescencia.
Así pues, si, partiendo de una ontología cartesiana, sabemos de los demás solo a través de la experiencia propia, ¿cómo ser conscientes, siquiera de forma intuitiva, lejana, empática, del dolor de otros? Apenas somos capaces de formular una idea objetiva y teórica que pueda definir la propia personalidad, así que ¿cómo osar en padecer, aun en abstracto, lo que un ser cercano siente o experimenta? La emoción, tan clara en algunos casos para nosotros, tan apabullante en sus consecuencias sobre nuestra intelección, tan devastadora para nuestros sentimientos, es, sin embargo, ciega ante su manifestación en los demás.
Pero, quién sabe cómo, en muchos casos alcanzamos a palpar ese sentimiento ajeno, atisbamos fugazmente el dolor o la dicha, escuchamos los lejanos sones de la desesperación o el consuelo. Quizá, como dijo Pessoa y veremos el domingo, solo unas emociones extremas nos lleven hasta ese punto de conexión, o al menos de vislumbre; pero, por encima de todo, es posible que lo que nos una con esas experiencias ajenas sea la dignidad. Kenzaburo Oé así lo descubrió en su visita a Hiroshima años después de la tragedia sufrida por la ciudad:
Vi cosas en Hiroshima que tenían mucha relación con la peor de las humillaciones, pero, por primera vez en mi vida, allí conocí a la gente más digna. Aún diría más, los conceptos de dignidad, humillación y vergüenza no son simples términos en el contexto de un lugar donde se ha sufrido la experiencia humana más cruel de la historia. Allí mantienen siempre su significado más profundo1.
El sufrimiento de otras personas es opaco para uno mismo, pero es a través de la dignidad como nos podemos aproximar al otro; dignidad en su sentido latino original, «grandeza», porque es un valor que aquilata nuestra talla moral y la impele a superarse.
La empatía puede parecernos un don azaroso: una cualidad íntima que algunas personas ostentan y de la que otras carecen. Sin embargo, creo que la empatía es una decisión, una opción, una meta; no tengo por qué sentir la aflicción de alguien para compadecerme de su pena; no tengo por qué experimentar angustia ante el mal de otro; no tengo por qué mantener unos lazos estrechos con un ser humano para comprender su alegría por algún acontecimiento feliz. Los sentimientos, como he comentado en algún otro artículo, parecen tener una base biológica2, pero después cabe la posibilidad de que se vean manipulados por la razón, de manera que sentir compasión por una desgracia no implica, necesariamente, que tengamos algún tipo de lazo afectivo o social con los seres implicados en ella, sino que podemos racionalizar esa experiencia ajena para, en cierta forma, «hacerla nuestra».
Ese proceso, pienso yo, constituye el epítome de lo que significa ser humano. Sería hermoso saberlo intuitivamente sin necesidad de sufrimiento o angustia, porque en ese caso la esperanza y la belleza camparían a sus anchas en nuestro «yo», que, de alguna manera, también sería nuestro «nosotros»; por desgracia, solemos necesitar un empujón para percibir ese resquicio de humanidad cuya existencia ignoramos la mayor parte del tiempo. Jorge Semprún así lo dejó escrito: «Era [la muerte] la sustancia de nuestra fraternidad, la clave de nuestro destino, el signo de pertenencia a la comunidad de los vivos. Vivíamos juntos esta experiencia de la muerte, esta compasión. Nuestro ser estaba definido por eso: estar junto al otro en la muerte que avanzaba3».
No dejemos, pues, que sea el mal o el dolor los que nos recuerden que pertenecemos a la comunidad de los vivos. Si la cabeza esculpida parece sufrir, sintamos, obliguémonos a sentir compasión por ella.
Cuadernos de Hiroshima, Kenzaburo Oé.
En busca de Spinoza, Antonio Damasio.
La escritura o la vida, Jorge Semprún.
Me quiere sonar que la empatía involuntaria o no aprendida es a causa de las neuronas espejo, que casi todos los seres humanos tenemos, solo que en mayor o menor número. Creo que son las responsables del reflejo involuntario de sentir como propias las emociones del otro, aun sin vínculos afectivos de por medio. 🤔
Según mi forma de ver el mundo, establezco una diferencia marcada entre la empatía y la comprensión.
La empatía, según la entiendo, es un conjunto de circunstancias (ya sean biológicas o de experiencia vital) que permiten "sentir" la experiencia de otra persona. Creo firmemente que hay personas más dadas a sentir esta empatía que otras, pero sin duda las experiencias que vivimos a lo largo de una vida nos hace más sensibles a otras semejantes experimentadas por gente de nuestro entorno. Para mí, esto no es algo que se pueda adquirir de forma "artificial".
Lo que sí que creo es que se puede trabajar en la comprensión. Intentar entender que la experiencia vital de cada individuo es tan importante (para él) como la la nuestra (para nosotros). Que la vida de todo individuo es compleja y está cargada de circunstancias únicas que posiblemente desconozcamos por completo. Para mejorar esa comprensión, podemos leer, podemos escuchar, podemos adentrarnos en otras culturas y formas de pensar. Ampliar miras y abrirnos a interpretaciones del mundo totalmente alienígenas. Con todo ello, nos será más fácil ponernos en la piel de otros y comprender lo que están sufriendo, pero no creo que eso per sé nos permita empatizar como tal.
Gran texto, como siempre.