Tus derechos son universales
¿Se puede tomar el ser humano a sí mismo como «centro» del mundo para decretar lo que es justo?
Todo lo que se da en el orden natural de las cosas y que juzgamos es malo o puede impedir que podamos existir y disfrutar de una vida racional, todo eso es lícito alejarlo de nosotros por el camino que nos parezca más seguro; y, por el contrario, todo lo que se da y que juzgamos es bueno o útil para conservar nuestro ser y para disfrutar de una vida racional, es lícito tomarlo para nuestro uso y usarlo de cualquier modo; y es lícito absolutamente a cada cual, en virtud del supremo derecho de la Naturaleza, hacer lo que juzga contribuye a su propia utilidad.
Ética, Spinoza
A veces, estas cartas que te envío son un tanto impersonales, quizá más frías, porque en este camino de auto(des)conocimiento que es la newsletter (y la comunidad que acoge, cada día un poco mayor) me doy cuenta de que las reflexiones que me vienen a la mente no tienen tanto que ver con una vicisitud cotidiana, sino con un prurito de aprendizaje que me lleva investigar algo y exponerlo tal cual, sin mayor literatura. Otras, por el contrario, han sido más íntimas, porque tal vez la experiencia era demasiado minúscula como para exponerla como si de una tesis doctoral se tratase.
Así pues, hoy comienzo susurrándote al oído el enojo que sentía cuando, desde hace unas semanas, veía que una vecina aparcaba su coche en una zona prohibida justo frente a mi ventana. Puede parece una fruslería, pero no podía evitar sentir cierta comezón en las entrañas cuando advertía que, en lugar de emplear unos minutos en buscar una plaza libre, esta persona dejaba el vehículo en un lugar cómodo y cercano a su domicilio, aunque supiera que es un acto ilícito. L. me decía que no tiene importancia, que habitamos en un sitio pequeño, tranquilo, donde ciertas normas se supeditan a la familiaridad con la que se construyen las relaciones entre los locales y que, en realidad, el coche así aparcado no molestaba a nadie. Y tenía razón. Pero, desde mi punto de vista, solo en lo formal. Es cierto que es un acto de una importancia relativa, puesto que no supone una ofensa o un estorbo para los vecinos; sin embargo, la realidad es que la zona está señalizada como prohibida para el aparcamiento, por lo que la mujer está cometiendo una ilegalidad sin la menor duda.
Pasados los días ya no me ofusco con la señora (que sigue dejando su vehículo en ese lugar de cuando en cuando), pero cavilo sobre la concepción de «derecho» que me sobrevenía cada vez que miraba su acción desde mi ventana. ¿Qué significa «tener derecho» a/sobre algo? Es evidente que existen leyes que dictaminan las consecuencias de determinados actos, pero ¿hay una ley superior que pueda ejercer algún tipo de influencia sobre nuestras relaciones, sobre nuestros comportamientos, sobre nuestro estar en el mundo? ¿Se puede hablar sobre derechos fundamentales?
Quizá pienses en guerras, como me ocurre a mí, o en otro tipo de acciones menos dolorosas, pero igualmente susceptibles de analizarse bajo la mirada de ese derecho natural. John Locke, el filósofo al que más estrechamente se relaciona con el concepto (si bien ha habido numerosos estudiosos sobre el tema), afirmaba que el hombre ostentaba una serie de derechos que le venían dados de forma natural —que Locke, en parte, atribuía a la legitimidad otorgada por Dios— y que, por lo tanto, estaban por encima de las leyes. Para el inglés había un derecho fundamental, el de autopreservación, que se erigía en pilar de su concepción teórica; el resto de derechos y deberes, por extensión, se supeditan a este. Entenderíamos, pues, la libertad como un resultado de la igualdad que proporciona el hecho de que todos los hombres participen de esa misma naturaleza de autopreservación. Sucesivas interpretaciones y teorías vienen a definir ese derecho natural como algo universal, inmutable e inherente al ser humano.
Pero, después de leer sobre el tema y de acudir a unas cuantas fuentes, mi curiosidad no se ha visto satisfecha; es más, ha ocurrido todo lo contrario. Como ateo agnóstico declarado, me resulta casi incoherente el que pueda existir una suerte de «ley universal», dictada por un ente superior, que rija nuestras concepciones; sin embargo, antropológicamente parece aceptado el hecho de que casi todas las sociedades humanas tienen unas creencias comunes sobre el bien y el mal, sobre lo que es aceptable o no (matar, robar, etc.). El dilema, como ves, puede llegar a ser impenetrable.
Mi «solución», aunque no lo sea en absoluto, ha venido de la mano del filósofo que encabeza esta carta y al que, debo reconocer, me costó acercarme, aún más leerlo y, sobre todo, entenderlo. Y, sin embargo, Spinoza expone una teoría bien clara acerca de su concepción del mundo, de Dios y de la naturaleza, aunque el lenguaje del siglo XVII y el formato deductivo que utilizó nos sea hoy día un tanto complejo. El holandés desarrollo una idea de Dios que, si bien en apariencia era amablemente respetuosa con las creencias establecidas, en su fondo dinamitaba las concepciones levantadas durante siglos por los estamentos religiosos. En pocas palabras (demasiado pocas; quizá volvamos a él en el futuro), Spinoza asimiló la idea de Dios a la naturaleza: no aceptaba la existencia de un ser supremo, sino de un todo que se manifestaba en la armonía del mundo. «El ser eterno e infinito al que llamamos Dios o Naturaleza obra en virtud de la misma necesidad por la que existe. [...] Así, pues, la razón o causa por la que Dios, o sea, la naturaleza, obra, y la razón o causa por la cual existe, son una sola y misma cosa».
¿Resuelve eso mi duda? No del todo, pero quizá me acerca a la idea de que el iusnaturalismo, aun siendo una creación humana —y, por ende, falible y lábil—, tenga algo de fundamento. Si nos es inmanente un sentido de la justicia es posible que, en efecto, existan «reglas» o normas que entendemos como palmariamente evidentes. Quizá es lo que nos salva del infierno a nivel personal, aun cuando todos los días seamos testigos horrorizados de lo frágiles que pueden ser esos preceptos si se manipulan. El ser humano como individuo, tal vez, sí que comparte unas nociones de justicia universales, incluso aunque se deriven de una concepción egoísta de la realidad. Puede que la clave de ese derecho que creo tener o no sobre las cosas radique, simplemente, en compartir con los demás la libertad de ser y estar en el mundo. Quizá debería hablar de ello con la mujer que aparca frente a mi casa.
Qué buena reflexión, Emi. Me quedo con tu idea de que la falta de comprensión sobre los derechos lleva a percibirlos como absolutos, ignorando su contextualidad.
Sobre Spinoza, su visión panteísta fue claramente disruptora. "El más grave error de la teología” , escribió, “ es el haber desatendido y ocultado la diferencia entre obedecer y conocer, el de hacernos tomar los principios de obediencia por modelos de conocimiento."
A mi me ha costado mucho leer a Spinoza. Hay que "entrar en su mundo" para entenderlo.
Te sigo leyendo.
Uy, a mí esta me resulta muy cercana. Soy también atea agnóstica casi desde que tengo uso de razón y sin ningún tipo de justificación alguna (al menos no familiar), así que cuando me vi estudiando derecho y teniendo que estudiar las dos ramas en las asignaturas de teoría y filosofía tuve que intentar entender, incluso con una finalidad egoísta de aprobar, ambas posturas. ¡Lo has explicado bastante bien!