… sólo al sabio le corresponde el gozo. Éste consiste en una elevación del alma que está segura de su auténtica felicidad.
Epístolas morales a Lucilio, Séneca
¿Qué es la felicidad? ¿Y cuál sería la felicidad auténtica? Excelsas cuestiones para abrir una newsletter, pero me temo que (como habrás adivinado) no tengan respuesta. Sin embargo, tanto tú como yo nos planteamos estas preguntas de diferentes formas en muchas ocasiones: si bien no con una exposición tan clara, sí con circunvoluciones y subterfugios; dudamos sobre las cosas que nos provocan malestar, suponemos que estamos ciertos acerca de las que nos traen alegría, evitamos las que sospechamos que causan dolor. De una forma u otra, en nuestra mente hacemos malabares con el concepto de «felicidad» como si fuese la pieza de un juego de construcciones, la clave que sostiene la bóveda de nuestro bienestar, sin quizá ser conscientes de que rozamos con la yema de los dedos la inefabilidad del universo.
Séneca, pese a sus contradicciones (¿y quién no las tiene…?), era un hombre que amaba el conocimiento y estaba seguro de que solo mediante este podía el hombre alcanzar lo más parecido a la felicidad. En sus epístolas —en casi todas sus obras, en verdad— trató el tema en numerosas ocasiones, relacionando siempre la sabiduría del estudioso con la alegría de vivir.
El auténtico sabio está rebosante de gozo, jovial, tranquilo, inconmovible; vive con los dioses como un igual. Ahora examínate a ti mismo: si nunca estás afligido, si ninguna esperanza perturba tu alma por la angustia del futuro, si en los días y las noches mantienes siempre el mismo temple, propio de un alma noble, complacida consigo misma, has llegado a la cima de la felicidad humana
En varios pasajes, Séneca diferencia dos tipos de felicidad: mientras que al primero le achaca una cualidad física, perecedera (en algunos casos lo denomina gozo), al segundo le otorga un marchamo de eternidad. Es probable que así sea, pero el problema del ser humano, tan tuyo como mío, es que somos criaturas terrenales, débiles, ávidas y ansiosas, que no perdonan la satisfacción inmediata de sus deseos. Algo que los publicistas han sabido aprovechar con desmesura.
Y es que la consecución (o persecución, más bien) de la felicidad es algo realmente paradójico: no deja de ser curioso que, para acercarnos a aquello que nos proporciona bienestar, que nos causa deleite, que nos transporta fuera de nosotros, que nos arrebata de lo mundano, tengamos que «trabajar». ¿Cómo puede precisar de esfuerzo algo que, en sí, lleva el sello de la abundancia? Quizá por esta absurda cualidad tendemos a confundir aquello que nos provoca placer (inmediato, fugaz, insignificante) con lo que nos acuna en el placentero estado de la dicha. En muchos casos, ni siquiera somos conscientes, pero el prurito de nostalgia que sentimos cuando algo de poco valor nos ha abandonado como pecios en la playa de la melancolía es la aguja de la brújula señalando el camino incorrecto.
Como seres frágiles que somos, nos suele bastar con ese goce esporádico y fugaz, porque en esta inmensa vastedad de incógnitas que es la vida es necesario, imprescindible, aferrarnos a cada destello de alegría. Pero me gusta pensar que se puede aspirar a algo más, a algo un poco más sólido, más agradecido, que, sin llegar a brindarnos la imposible paz que anhelamos, nos otorgue una visión más sagaz del júbilo. Si crees que es así, el domingo seguiremos hablando de ello en el primero de los artículos para suscriptores, así que te espero allí.
Hola Emi. Qué gran tema el de la felicidad...
Posiblemente Séneca, comenzaría diciendo que hoy nos venden un camino falso hacia la felicidad. En este primer cuarto del siglo 21, el concepto parece estar más cerca de lo material que de otra cosa; identificamos la felicidad con el bienestar personal, con la satisfacción de nuestros deseos, con la creación de riqueza y reconocimiento externo. ¿Será, como decía Séneca, que estamos equivocando el camino hacia la felicidad? Nos creemos casi dioses, pero el consumo nos deja insatisfechos; el dolor y la muerte nos asustan más que en época de Séneca; los miedos nos acosan día a día, y lo deseos nos desbordan...
El ser humano siempre quiere más. Esa es la base de su éxito y también de su condena. Estamos dotados de una inteligencia muy superior al del resto de los animales y eso nos infunde un deseo y una necesidad de reflexionar sobre nosotros mismos y de levantar nuestro propio edificio de la felicidad; porque ésta no nos viene de serie: la felicidad es un proceso de construcción personal, una conquista sobre nosotros mismos, «vincit qui se vincit» diría el pensador cordobés, vence quien se vence. Aspirar a ser feliz requiere inteligencia y autocontrol. Además, así lo creo, exige un «saber estar» ante el mundo y la sociedad y ante las relaciones que mantenemos con otras personas y entorno cercano. Esa era la idea central de Séneca acerca de la felicidad, y he de decir, para terminar, que no es algo fácil de conseguir dada la vorágine en la que estamos inmersos como sociedad, me temo.
Me ha encantado reflexionar contigo, una vez más, Emi.
Gracias por estar. 🤗
Yo recelo del concepto. Quizá porque me quede esa famosa frase de Bauman que decía algo así como que en el mundo actual toda idea de felicidad acaba en una tienda.
Y porque hay una lectura muy burguesa y acomodada de esa búsqueda de la felicidad. Muchos cristianos, por ejemplo, la hicieron suya, olvidando que el de Nazaret no les exhortó a ser felices, ni parece que la “buscara” para su propia vida, pues acabó en una cruz.
Me da en la nariz, con los años, que sucede como con Goodhart: si quieres conseguir la felicidad, no la busques.