El trabajo ha sido siempre creativo, pero los siglos de apropiación capitalista han disuelto el valor de uso de todas las formas de trabajo (domésticas, sociales, emocionales y demás) en medios concretos de generación de riqueza.
[Oli Mould. Contra la creatividad: Capitalismo y domesticación del talento.]
La pregunta «¿Quiénes somos?» lleva atormentándonos desde que nos pusimos en pie y pudimos relacionar nuestra existencia con el devenir del tiempo. «¿Quién soy?» es la cuestión que puede tenerme en vilo sine die o, simplemente, hacerme pensar difusamente en teorías filosóficas estudiadas y olvidadas. Es un interrogante tan enorme que puede llegar a convertirse en una losa vital; de ahí que lo obviemos en nuestra cotidianeidad para no enfrentarnos con la posibilidad de una derrota ontológica.
En la última carta que te envié te hablaba sobre los pajarillos que picoteaban migas de pan en el césped frente a mi ventana. Aún siguen por aquí, expresando su ansiedad a saltitos. Ellos, creo, no se cuestionan su propio ser; se limitan a sentir y se rinden a sus necesidades de una forma (nunca mejor dicho) natural, exenta de prejuicios o razones. Tú y yo, animales racionales como somos, no podemos evitar elucidar sobre aquello que nos acontece, ya que nuestra mente nos impide actuar sin una mínima reflexión acerca de los impulsos que experimentamos.
¿Soy el que está aquí, escribiendo esta carta llena de interrogantes sin solución? ¿Soy el que, hace un rato, terminaba de componer un libro sobre arqueología para una editorial universitaria? ¿Soy el que esta mañana contemplaba, como casi todos los días, a los gorriones disputarse los trozos de pan? ¿O quizá soy el que trata de despejar su mente corriendo 10 km por la vereda del río que fluye cerca de donde vivo?
No hay duda al respecto: soy todos ellos y aun más. Sin embargo, en muchas ocasiones solo me centro en una de esas representaciones: la que ejecuta su trabajo. Pareciera que nos comprendemos a nosotros mismos casi únicamente a través de aquello que hacemos, aquello a lo que nos dedicamos, aquello de lo que extraemos un rédito (capital, por antonomasia) y que nos permite vivir en sociedad. Somos lo que tenemos. En un entorno postcapitalista, más que nunca lo que uno es viene definido por lo que hace y, en última instancia (y por extensión), por lo que posee.
¿Somos, pues, lo que hacemos?; ¿o, más bien, nos convertimos en lo que hacemos sin saberlo? Hemos llegado a un punto en el que nos definimos por nuestro rendimiento, por nuestra producción, más que por nuestro verdadero ser. Las actividades que nos proporcionan placer, que nos relajan y ensueñan, se han ido trocando en vehículos para conseguir cosas: aplausos, seguidores, likes o, directamente, ventas. No podemos ser porque no nos lo permitimos, porque nos negamos la libertad de experimentarnos tal y como somos.
La creación fue tradicionalmente un refugio frente a la vulgaridad, la banalidad y la brutalidad; un campo en el que la pasión, la entrega, el amor, la belleza y la novedad campaban a sus anchas para hacer surgir nuevas ideas que, en muchas ocasiones, acabaron derivando en nuevas y esperanzadoras formas de ver el mundo. Sin embargo, hoy día ser creativo se ha tornado en algo mundano; ya no se genera algo ex ovo o a partir de ideas precedentes, sino que uno se subsume en la fagocitadora expresión capitalista: la creatividad se pone al servicio de lo establecido, de lo (pre)existente, de lo aceptado. Se acabaron las rupturas, los desafíos y las individualidades. Creamos para ser aceptados. Somos tan genuinos como para no poder distinguirnos de los demás.
¿Cómo eludir esta realidad? Tal vez lo principal sea retornar a esa individualidad «pura» e incontaminada de antaño. El acto de creación no debería, per se, tener otro propósito que el de la expresión sincera de un «yo» pugnando por mostrarse; la creación busca entender lo que nos rodea por medio del cuestionamiento, de la duda, del extrañamiento, y no permite ser guiada por rodrigones que atajen su salvajismo natural. No se limita a reaccionar frente a lo que ve, sino que actúa. Cuando nuestras creaciones se limitan a sancionar aquello que ya existe, a comulgar con todo con lo que estamos de acuerdo, dejan de tener valor intrínseco; a lo que deberíamos aspirar sería a poner en cuestión todo, a desatar todos los nudos de una realidad que está acostumbrada a dejarse moldear por lo banal. Habría que desafiar los conceptos existentes y preguntarse si lo que vemos, lo que hacemos y lo que deseamos es, en verdad, aquellos que somos.
No somos esos trampantojos que aparecen en las redes sociales; no somos esos turistas desnortados en el país de moda este año; no somos esos emprendedores que tenían una pasión interior a la que no habían escuchado; no somos esos gourmets que saben más de vinos que del precio de la fruta en su mercado más cercano; no somos esos escritores que tenían que volcar sus vivencias porque sufrían en silencio… Todo ello no son más que clichés de un mercado universal que nos moldea de acuerdo con lo que se espera que seamos, pero que las más de las veces no somos. Al final, no somos más que reflejos de reflejos.
Por eso considero importante saborear esas renuncias, esas provocaciones: contemplar unos pajarillos es una oposición (minúscula, lo sé) a lo que se espera de mí. Del mismo modo, elegir nuestros momentos de libertad, nuestros momentos de vida, es un acto de rebeldía. No somos lo que hacemos. Somos tan solo lo que decidimos ser.
GRA-CIAS por este texto. Totalmente de acuerdo.Que Los "creativos" publicitarios busquen sus cortes de pelo en Pinterest y sus looks de boda en galería de imágenes de bodas ajenas ..... Que las fotos de los Instagrams tengan los mismos tatuajes rojos, los videoclips llenos de power Rangers no es originalidad. No es crear. Apostemos por la singularidad y abandonemos esa necesidad de vender ser artista sin ser artista. Si eres feliz no vendas ser triste. No vendas simplemente sé y deslumbra al mundo.La maravilla de observarnos entre nosotros cada uno de su padre y de su madre sería un acto tan genial cómo el de disfrutar de un buen documental en la selva tropical. 🙃💝
Este es uno de mis temas fetiche, enlazado un poco con lo que hablábamos hace poco sobre hacer cosas "inútiles" o sin propósito. Tengo muy claro que, además de ser trabajadora soy otras cosas, sin desmerecer que me guste o sea buena en mi trabajo. No hay nada en este texto que no firmaría ahora mismo 😉 Me genera mucha curiosidad eso del libro de arqueología, aunque comprendo que hablar del tema es romper el anonimato, pero suena a un Emi interesante también.