¿Puede el lenguaje ejercer influencia sobre nosotros?
La palabra es más poderosa que la espada, dicen; pero ¿tiene tanto poder como para modificar ideas o creencias?
¿Y quién dirá que soy un malvado, y que no son buenos y sanos mis consejos? Ese es el único modo de persuadir a Otelo, y muy fácil es que Desdémona interceda en favor de él, porque su causa es buena, y porque Desdémona es más benigna que un ángel del cielo. Y poco le ha de costar persuadir al moro. Aunque le exigiera que renegase de la fe de Cristo, de tal manera le tiene preso en la red de su amor, que puede llevarle a donde quiera, y le maneja a su antojo. ¿En qué está mi perfidia, si aconsejo a Casio el medio más fácil de alcanzar lo que desea? ¡Diabólico consejo el mío! ¡Arte propia del demonio engañar a un alma incauta con halagos que parecen celestiales! Así lo hago yo, procurando que este necio busque la intercesión de Desdémona, para que ella niegue al moro en favor de él. Y entre tanto yo destilaré torpe veneno en los oídos del moro, persuadiéndole que Desdémona pone tanto empeño en que no se vaya Casio, porque quiere conservar su ilícito amor. Y cuanto ella haga por favorecerle, tanto más crecerán las sospechas de Otelo. De esta manera convertiré el vicio en virtud, tejiendo con la piedad de Desdémona la red en que ambos han de caer.
Otelo (Acto II, escena tercera), William Shakespeare
Los dichos sobre el poder del lenguaje son tan abundantes como ingeniosos. Todos, en algún que otro momento, hemos intuido que la capacidad de las palabras para influir en las personas es algo tan real como cualquier objeto físico que podamos palpar con nuestras manos. Siendo puras abstracciones, siendo meros contenedores de significados, siendo incluso frágiles en su interpretación, las palabras, el lenguaje, son, han sido y serán artífices de cambio en el mundo.
El Cisne de Avon lo tuvo muy presente en sus obras y lo plasmó en diferentes formas, aunque quizá el personaje de Yago en la tragedia Otelo sea uno de los más representativos. Este protagonista consigue moldear la realidad a su antojo gracias a sus exquisitos parlamentos, provocando malentendidos, urdiendo intrigas y modificando argumentos casi a voluntad. Su carácter manipulador y sus propósitos resentidos no conseguirían nada si no fuese por su afilada lengua, capaz de transformar lo que otros piensan o creen sin que sus víctimas lleguen a entender la sibilina operación que el odioso personaje ha ejercido sobre ellas.
Obviamente, no todos podemos poseer la genialidad de William Shakespeare para la palabra. Ojalá. Sin embargo, sí que podemos intentar nutrirnos de lenguaje para exprimir toda la energía contenida en ese acervo común que compartimos (siempre que hablemos la misma lengua, por supuesto). La riqueza del idioma no está custodiada por los poetas, sino que nos pertenece a todos, por lo que tenemos a nuestro alcance la posibilidad de nombrar, definir, ilustrar, moldear, colorear, sugerir, animar, maldecir, amar… Todo lo que imaginamos está ahí, existe, gracias casi exclusivamente a que hay un término que da forma a un pensamiento: lo fantástico y lo real se pueden concretar gracias al uso de unas u otras palabras. De ahí que sea tan importante conocer nuestro idioma tanto como nos sea posible.
Pero la palabra también tiene un componente metalingüístico. No se trata tan solo de emplear el término apropiado (le mot juste, que decía Flaubert), sino de comprender el contexto en el que nos hallamos para poder utilizar ese lenguaje con la finalidad correcta. Yago no consigue convencer a Otelo de la infidelidad de Desdémona solo porque use ciertas palabras, sino porque sabe «leer» las circunstancias y los estados de ánimo de su interlocutor para, en el momento adecuado, susurrarle los versos que provocarán sus celos y detonarán los acontecimientos. Si te das cuenta, empleamos el verbo leer para dar a entender que comprendemos los pormenores de una realidad; esta lectura se complementará así con el discurso que usaremos para modificarla.
Aunque nuestra sociedad moderna es palmariamente audiovisual, olvidamos en muchas ocasiones que detrás de muchos vídeos, de muchos shorts, incluso de muchas imágenes, hay palabras que transmiten un propósito y dan cuenta de una idea. Sin lenguaje, por decirlo sin ambages, no existe la comunicación; y el lenguaje escrito, la palabra, es lo que da soporte al resto. Puede que en ocasiones olvidemos que tiene un poder semejante, pero siempre está ahí, acechando, esperando el momento en el que nos hará reflexionar sobre una idea, imaginar una situación, rememorar el pasado, fantasear sobre el futuro.
Por todo ello, hoy más que nunca (puesto que todos nos movemos en un contexto de intercomunicación como jamás se había dado en la historia de la humanidad) es preciso aquilatar el lenguaje y ser muy conscientes de su fuerza: cuidar nuestro vocabulario, ampliarlo, cultivarlo, como si se tratase de nuestro tesoro más preciado; utilizarlo con sabiduría, con intención, con precisión, con inteligencia, con agudeza; compartirlo con gentileza para difundir sus omnímodas facultades. No dejemos que una sociedad rendida a la prisa, que menoscaba la profundidad de la palabra para evitar el pensamiento complejo, nos dicte cómo hemos de farfullar; plantemos batalla a la ramplonería, a la banalidad, a la brevedad estéril. Ofrezcamos nuestros pensamientos bruñidos con el lustre de la sabiduría, la intención y la exuberancia. Mimemos cada palabra como si de una joya preciada se tratase. Porque así es.
Gracias Emi por otra de tus brillantes aportaciones de los viernes. De acuerdo con lo que expones: la importancia de la palabra y de saber leer situaciones y contexto. Me ha venido a la cabeza la importancia también de nuestro diálogo interno. De cómo, sutilmente, nuestra voz interior nos moldea y de lo importante que resulta prestar atención a lo que nos dice; su tono y forma...
Te leo en el próximo :)
Gracias por el post. Me resuenan muchas cosas. Por ejemplo, la influencia del lenguaje - ¡e incluso el idioma! - en la formación de nuestras ideas (Sapir y Whorf). También la específica capacidad de nuestra especie para orquestar acciones colectivas gracias al lenguaje. El caracter democrático del lenguaje (en contraste con el elitismo histórico de la escritura). El poder de persuasión para ganar la voluntad del semejante. Ya decía Spinoza que nada es más útil a un hombre que otro hombre. Lo mismo me animo también a escribir algo :)