Pregunta cualquier cosa
Mientras progresamos sin pausa hacia un futuro brillante, ¿estamos seguros de que cada nueva tecnología supone un paso en la dirección correcta?
Entonces, mientras continuaba mirando hacia la calle, se me ocurrió otra posibilidad: que los AA no se sintieran avergonzados, sino temerosos. Se sentían inquietos, porque nosotras éramos modelos nuevos y ellos temían que sus niños no tardasen mucho en decidir que ya era hora de lanzarlos a la basura y reemplazarlos por un AA como nosotras. Por eso se mostraban tan incómodos al pasar cerca de la tienda y no querían mirar el escaparate. Y por eso veíamos a tan pocos AA por los alrededores. Por lo que sabíamos, la siguiente calle —la que quedaba detrás del Edificio RPO— estaba repleta de ellos. Por lo que sabíamos, los AA del exterior hacían todo lo posible por tomar cualquier otro camino que les evitase pasar por delante de la tienda, porque lo último que deseaban era que sus niños nos vieran y se acercasen al escaparate.
Klara y el Sol, Kazuo Ishiguro
Aunque hace años que se viene vaticinando, nadie podía suponer que dos simples vocales pudieran suponer tantos trastornos en nuestro día a día. Pero tal vez «trastornos» sea un término en exceso grandilocuente; quizá baste con hablar de comentarios, charlas o discusiones. Los trastornos se los podemos dejar a aquellos que lidian con las tecnologías en su día a día, que al fin y al cabo tendrán más de que preocuparse. ¿O no?
Estas dos vocales, como ves, no hacen sino plantearnos preguntas que se abren ante nosotros como las bocas de Escila, mordisqueando y desgarrando. Quién sabe si el trabajo que haces no se está viendo afectado, de una u otra forma, por ese cursor parpadeante que todo lo sabe y resuelve. Quién sabe si tus proyectos de futuro pasan por utilizar herramientas que, de un día para otro, pueden quedar obsoletas en un plazo de tiempo ridículamente breve. Quién sabe si un avispado competidor no está usando esos recursos para plantear soluciones más rápidas y económicas a los problemas que tú sueles resolver. Preguntas y más preguntas.
Porque, esencialmente, la IA es tan solo eso: preguntas. Nosotros planteamos dudas y el ente ficticio al que dotamos de cierta personalidad las resuelve con su vastísimo conocimiento, acumulado en fracciones de segundo gracias a la sabiduría de enteras civilizaciones que hemos puesto a su alcance. La solución a nuestra ignorancia se encuentra en una ventana de chat que, en lugar de servir para acercarnos a otros —no olvides que fue concebida como herramienta de comunicación interpersonal—, nos brinda la posibilidad de solucionar nuestros interrogantes en la soledad que se crea en esa comunión IA-humano. En ese solipsismo propiciado, paradójicamente, por la tecnología nos topamos con la individualidad absoluta convencida de su omnipotencia.
Johann Hari dice en su ensayo El valor de la atención: «El mundo es complejo y requiere una concentración sostenida para ser comprendido; ha de poder pensarse y captarse lentamente; y las verdades más importantes no serán populares la primera vez que se expresen.» Hay dos conceptos significativos en esa frase: complejidad y popularidad. El primero nos remite a lo que, en mi opinión, constituye la esencia de ser humano (no, no falta una letra ele en la preposición): la posibilidad de aprehender —o, al menos, intentarlo— los entresijos de la vida gracias al estudio y la perseverancia. La concentración a la que alude Hari nos obliga a cavilar con cierta lasitud, adecuando nuestros pensamientos al ciclo vital que nos es propio; no hay atajos para alcanzar ese punto de sabiduría al que solo arribamos después de paladear las ideas como los buenos vinos. El segundo concepto evidencia el mal uso del primero: si algo es complejo, lo más probable es que pase desapercibido y tendamos a simplificarlo para no sentir la incomodidad de la ignorancia. El prurito de conocer, la curiosidad de la que tanto hablo en estas newsletters, es lo que nos conduce hacia el auto(des)conocimiento, pero haciendo hincapié en la partícula encerrada entre los paréntesis; nada es sencillo, pero el conocimiento aun menos, por lo que necesariamente nos vemos obligados a esforzarnos: literalmente aplicamos nuestra fuerza al acto de aprender.
La IA, al menos por el momento, se limita a facilitar el salto hacia ese saber «liberándonos» del peso del esfuerzo. Lo aceptamos sin más, aunque sin reparar en el hecho de que ese saber solo llega a nosotros por el empeño en conocer y no gracias al atajo de unos prompts introducidos en el chat. Podremos tener datos, fechas, resultados; pero no alcanzamos el conocimiento porque este solamente se nos desvela durante el propio trayecto, no en la meta. Mientras que la inteligencia artificial se nutre de un número astronómico de operaciones, los seres humanos echan mano de lo que podríamos denominar «intuición»; en uno u otro caso, el resultado puede llegar a ser el mismo, pero el cambio producido es radicalmente distinto. Esa intuición no tiene que ver con un pensamiento mágico que nos ilumina el camino, sino con un proceso deductivo que reúne múltiples elementos; a lo largo de la historia de la filosofía, la intuición ha puesto en marcha procesos directos, inmediatos y totales, lo que implica conocer lo más a fondo posible el objeto de conocimiento. En otras palabras: la serie de «operaciones» que nosotros, humanos, llevamos a cabo para llegar a resultados semejantes a los de la IA es, precisamente, lo que nos brinda la oportunidad de conocer, de saber, de ser.
Cuando se habla del posible «reemplazo» que tendrá lugar con la disrupción de la inteligencia artificial, olvidamos siempre que la tecnología viene marcada por dos características: la evolución y la implementación. Todo descubrimiento marca una ruptura con otros que le precedieron, forzando una serie de cambios que, casi de manera inevitable, impactan en la sociedad como las ondas del agua tras el lanzamiento de un guijarro; solo poco a poco, cuando la tecnología se asienta, van llegando las ondas exteriores a mostrar el verdadero efecto producido. Ishiguro mostraba en su espléndida novela la turbación de una IA al pensar en la posibilidad de reemplazar o ser reemplazada, y es que así ha siempre: lo que hoy tomamos como algo monolítico, sustancial y perturbador, el día de mañana puede haber sucumbido ante otro adelanto más sofisticado. De ahí que sea fundamental poner las cosas en contexto y no ceder a la tentación de los análisis apocalítpicos o triunfalistas.
Por otra parte, la implementación de la tecnología tiene consecuencias que, si bien desconocidas, pueden ser parcialmente previsibles. Y, como apuntaba Ted Chiang en un artículo escrito en el New Yorker: «The only way that technology can boost the standard of living is if there are economic policies in place to distribute the benefits of technology appropriately.»1 La vida, nuestra vida, se ve afectada por los cambios tecnológicos de una forma cada vez más directa; ignorar que las decisiones que se toman al respecto de cómo se implantan determinados elementos es tan inocente como peligroso. En un mundo donde algunos actores tienen más poder que grandes colectivos de personas, pensar sobre los efectos de un invento sobre la humanidad entendida como conjunto es fundamental. La intuición, de nuevo, se convierte en el instrumento necesario para determinar si, como dice el refrán, es oro todo lo que reluce.
Por ahora, y desde el cierto aburrimiento que me suscitan algunos debates (quizá por la edad, quizá por el espíritu de tranquilidad que cultivo), prefiero seguir pensando acerca de todas las maravillas que se anuncian cada día y de todas esas fascinantes aplicaciones de las que vamos a ser testigos. Quiero reflexionar despacio, con calma, tomándome el tiempo necesario para valorar la información que llega y los primeros efectos que se van desencadenando. Y más adelante, cuando las ideas vayan asentándose como posos al fondo de una taza, tal vez me formule un juicio que me sirva para aprehender algo más de todo esto. Por ahora, la velocidad a la que se suceden los hechos es demasiado fugaz para mí.
«La única manera de que la tecnología aumente el nivel de vida es que existan políticas económicas que distribuyan adecuadamente sus beneficios.»
Un pov (punto de vista) novedoso en torno al conocimiento y la IA en el proceso de los seres humanos de aprehender sabiduría, más centrado en el proceso de buscar y llegar a él. Para mí, si la IA se enfoca como herramienta y utilidad tecnológica facilitadora de nuestra meta, como quién antes acudía a la enciclopedia en tomos que se solía tener en casa, el enfoque será el correcto porque es indiscutible el avance que ha supuesto, visto desde este pov.
Me gusta esa distinción entre obtener información - para lo que ayuda la IA - y obtener sabiduría que es un proceso espiritual con el motor de la curiosidad.
Puede que la IA haga a la sabiduría el mismo daño que la comida rápida a la gastronomía?