Las riendas de la pasión
O por qué relacionar tu trabajo y tus pasiones puede no ser una buena idea
Hace más de dos décadas, un equipo de expertos en psicología organizacional llevó a cabo un estudio1 en el que planteaban la posibilidad de establecer una clasificación acerca de la orientación hacia su trabajo de empleados de diversos campos.
El objetivo era descubrir qué trabajadores eran más felices con sus trabajos y cuáles eran las labores que mayor satisfacción proporcionaban. Para ello, tomaron como punto de partida tres posibles orientaciones:
Orientación hacia el empleo. Las personas de esta categoría consideran su trabajo un medio de subsistencia: un medio necesario para alcanzar un fin (aunque este no tenga una definición clara). Su conexión con el trabajo es débil, ya que lo toman como una carga insoslayable para construir sus vidas.
Orientación hacia la carrera. En este caso, la persona se orienta hacia una motivación progresiva: su trabajo le permite «escalar» posiciones y ascender en la escala interna de una organización. Las motivaciones, como imaginarás, tienen que ver con el éxito o el prestigio social.
Orientación hacia la vocación. Los integrantes de este grupo perciben su trabajo como una parte inherente a su naturaleza, como una extensión de su ser. Perciben su labor como una manera de ofrecer lo mejor de sí al mundo, aunque también como una manera de expresar su individualidad.
El equipo de investigadores descubrió (no es difícil imaginarlo) que los trabajadores del grupo 3 estaban más satisfechos con su trabajo y lo consideraban como algo que les «llenaba».
Pero lo sorprendente es que el estudio detectó también que muchos sujetos entrevistados se dividían, casi a partes iguales, entre las tres orientaciones, con independencia del tipo de trabajo que tuvieran. De hecho, para corroborar este descubrimiento el equipo se centró en un solo grupo de empleados (administrativos) y, tras los tests, se dieron cuenta de que ante un mismo puesto, los trabajadores se encuadraban, según su propia apreciación, en igual proporción entre las tres categorías.
¿Conclusión? El tipo de trabajo no define per se tu satisfacción acerca del mismo. En realidad, otros factores, especialmente tu grado de experiencia, son los que conforman tu grado de felicidad ante la labor que ejerces.
La pasión que te mueve
Toda esta introducción me lleva a exponer la incertidumbre (por no decir el escepticismo) que me suscita la idea de la pasión como un elemento definitivo a la hora de decidirse a hacer algo.
En los últimos tiempos, y muy especialmente desde la burbuja emprendedora que comenzó hace una década, se impele a la gente a que construya su propia carrera, su propio negocio, a partir de enunciados como «haz lo que apasiona», «sigue tu instinto» o «si haces aquello que amas, la gente te seguirá».
No entraré en la peligrosidad naif de esos mensajes. Me inquieta más la difuminación que se ha establecido entre la idea de emprender un negocio y el absurdo de confiar en una pasión para comenzarlo.
Como cualquiera que haya sido autónomo y haya montado un proyecto sabe, el camino para conseguir vivir de ello es duro. Durísimo. Más allá de que estés seguro de lo que haces, de que seas un gran profesional en tu campo y de que estés motivado, la cantidad de obstáculos que vas a encontrar es enorme. Por no hablar del componente azaroso que implica toda actividad de riesgo (como bien ilustra el concepto del cisne negro de Taleb).
Establecer una conexión entre aquello que te gusta, que te apasiona, y aquello que te da de comer es, cuando menos, arriesgado. Y es que, como el estudio que citaba al principio muestra, uno puede sentirse realizado en su trabajo sin desempeñar un puesto en el que ponga su corazón. Basta con ser bueno en lo que haces y hacerte responsable.
Ikigai o las intersecciones imposibles
Aquí suele hacerse una salvedad (muy útil para los mismos que lanzan los mensajes motivadores, ya que así se «cubren las espaldas») en cuanto a la puesta en práctica de esa pasión: haz aquello que te apasiona… y por lo que los demás estarían dispuestos a pagar.
Es en este punto donde aparecen diagramas, infografías y gráficos pseudomatemáticos que te muestran la importancia de interrelacionar tu pasión, tus valores, tus creencias, tus habilidades, tus expectativas y una larga lista de elementos que ni siquiera sabías que tuvieras. Como, por ejemplo, el concepto de Ikigai:
El concepto en sí, no me malinterpretes, es fundamentalmente correcto. Mucha gente podría llegar a elaborar una lista de habilidades en las que sea competente, relacionarlas con aquello que más le gusta hacer, descubrir las que serían «monetizables» y, por último, elegir las que podrían proporcionar un sentimiento de satisfacción.
Pero el problema estriba en el componente azar. En el caos inherente a cualquier sistema diseñado por humanos. En el efecto mariposa. [En el momento de programar esta edición, Adrián Pedro Pérez2 compartió un enlace a una newsletter de Corti, de Product Hackers, en la que habla sobre el tema del azar en los negocios online: puedes leer sus interesantes ideas aquí.]
Si programas en Python tienes una habilidad interesante: eres diestro en ese campo, es probable que disfrutes con la programación, existe un mercado para ello y, probablemente, podrías experimentar felicidad dedicándote a ello (fruto de todo lo anterior).
Incluso si dejamos de lado el azar, el mero hecho de que seas un buen programador de Python no te va a convertir en un protoemprendedor exitoso. La cruda realidad es que necesitarás otras habilidades que puede que no poseas y tengas que aprender: marketing (para venderte), expresión oral (si quieres convencer a tus clientes de que te contraten), don de gentes (cuando debas trabajar en equipo), desarrollo web (si quieres montarte una web propia), finanzas (hasta que puedas contratar un gestor), etc. (Hablaré más en profundidad de todo esto en una futura edición de la newsletter.) Sí, sé que exagero un poco, pero puedes ver claramente cuál es el quid de la cuestión: tu sola pasión no es suficiente para llevarte hasta donde quieres llegar.
No sigas a tu pasión, sigue a tu cerebro
Creo que el estudio del que hablábamos nos pone una solución a todo esto en bandeja. Tu pasión puede proporcionarte una gran satisfacción en el terreno laboral, pero no es un elemento capital para que tu vida entera se diseñe en base a ello.
A lo largo de la historia, muchos creadores, por ejemplo, se han dedicado profesionalmente a diversos oficios mientras escribían, pintaban, inventaban, descubrían o reflexionaban. Einstein trabajaba en la Oficina de Patentes de Berna mientras trabaja en su teoría de la relatividad. Kafka fue funcionario en una compañía de seguros en Praga y escribía en sus ratos libres. Aunque hoy día las oportunidades sean mayores, el hecho de no monetizar una habilidad no significa que estés malgastando tu talento, o que no estés en un puesto de trabajo correcto.
(Lo contrario, claro está, tampoco es deseable: si tu ocupación conlleva un desgaste psíquico, emocional o físico, sería conveniente buscar alternativas para evitar llevar una vida marcada por la frustración y el desánimo.)
Llevando el tema a mi terreno, la creación de un sistema de gestión del conocimiento (algo de lo que hablé la semana pasada) puede ayudarte a enfocar tus pasiones, pero teniendo claras también tus prioridades: la información que consumas y proceses te puede ir marcando un camino que te sirva para reconocer oportunidades, creencias o intereses. Con todo ello tal vez puedas precisar qué temas o áreas te interesan y saber hacia dónde puedes encauzar tus habilidades.
La conclusión, a mi modo de ver, es que el objetivo debería ser buscar una intersección –mucho más simple– entre aquello que hacemos y aquello que somos. El trabajo no tiene por qué definir nuestra existencia, de la misma manera que nuestras pasiones tampoco tienen por qué definir nuestra subsistencia.
Es más importante disfrutar de lo que haces, ya sea en lo laboral o en lo personal, que mantener una batalla interna persiguiendo metas impuestas desde fuera. Tu pasión siempre será tu fuente de energía, aunque no vivas de ella. Aprovéchala.
Para auto(des)conocerse
El filósofo italiano Nuccio Ordine es un firme defensor de la calidad de la enseñanza. En su libro La utilidad de lo inútil habla sobre la necesidad de los saberes que no producen beneficios económicos como esenciales para una buena vida. Creo que es muy interesante relacionar esa constructiva ausencia de beneficio con la espuria necesidad de combinar pasión y monetización.
Adrián tiene una newsletter recién creada, «Efecto Eureka», que te recomiendo encarecidamente.