La simplicidad de lo complejo
O por qué no deberías fiarte de tu capacidad de solucionarlo todo
Durante la pasada Semana Santa aproveché el tiempo para leer. No solo ensayo, ya que pienso que la literatura de ficción puede llegar a ser más formativa que cualquier manual o guía que se pueda encontrar, sea del tema que sea.
Uno de los libros que leí es Fin de capítulo, de John Galsworthy: un volumen que recoge la última trilogía dedicada a los Forsyte, una familia inglesa acomodada de principios del siglo XX. En las trilogías, el escritor británico expone los cambios a los que sus personajes se ven sometidos con los incesantes cambios de las primeras décadas del siglo, y cómo los afrontan (no siempre de manera conveniente).
En el primer libro de esa última trilogía, una de las protagonistas femeninas expone su opinión acerca de las diferencias entre hombres y mujeres durante una conversación:
¡Oh, no! Las mujeres no tienen el sentido de la dificultad que tienen los hombres. Las dificultades femeninas son físicas y reales, las masculinas son mentales y de forma, por lo que siempre dicen: «¡Imposible!». La mujer nunca dice eso. Actúa y descubre si es posible o no.
Es una idea que llama la atención por la rotundidad con que se expresa. Y, ciertamente, me hizo pensar no solo en las distintas maneras de abordar un problema según el género, sino en la variedad de posibilidades a la hora de abordar las dificultades.
Obstáculos reales
No hay dos personas iguales. Cada uno de nosotros afronta la vida de diversa manera y aborda los obstáculos de acuerdo con su carácter, habilidades y experiencia.
Echando mano de la lógica, un problema suele constituir un conglomerado de variables que se pueden solucionar siguiendo una cadena de acciones –más o menos– razonables. Si tengo que aprobar el examen teórico de conducir, la solución casi ineludible es estudiar el temario del examen; si tengo que montar una estantería de Ikea, tan solo es necesario seguir cada uno de los pasos que los simpáticos monigotes me ilustran en las instrucciones.
¿Cómo es posible, no obstante, que ante una dificultad similar, las respuestas sean tan diferentes?
Aquí es donde entra en juego nuestra mente, nuestros sesgos y nuestros fantasmas. Ante el mismo problema, tú puedes sentarte en tu mesa a estudiar los tests hasta conseguir aprobar el examen, mientras que yo me limitaré a echarle un vistazo rápido al manual sin profundizar en ello. Tal vez tú hagas sitio en el salón y te rodees de destornilladores, dispuesto a pasar un par de horas apretando tornillos, pero yo rechinaré los dientes y postergaré el momento de juntar unas piezas con otras.
Donde tú ves un desafío, yo veo un problema. Donde tú ves una valla que puedes saltar, yo veo un muro que no me veo capaz de franquear.
Obstáculos percibidos
Pero no hay que olvidar que, por el contrario, existen problemas que no tienen una solución lógica: cada uno de nosotros puede proponer un acercamiento distinto, aunque ninguno (probablemente) sea óptimo; de hecho, puede que en realidad no existe una solución real para esa dificultad: podremos proporcionar un resultado aceptable, pero no conseguiremos establecer una pauta de actuación que garantice la efectividad.
Puede que tanto tú como yo queramos escribir un libro, por ejemplo. Tú has decidido desarrollar un esquema detallado preparando cada uno de los capítulos, escenas y acciones que compondrán esa obra, registrando cada pormenor para que durante la escritura no tengas que pensar en posibles alternativas. Yo he optado por fiarme de mi instinto y seguir mi idea inicial sin necesidad de un mapa mental: tan solo escribiré conforme a mi inspiración hasta terminar el libro.
¿Es un sistema mejor que el otro?
Aunque reconozco que me parece infinitamente mejor el tuyo, lo cierto es que se cuentan por miles los escritores (sobre todo de ficción, como es lógico) que se dejan llevar por su intuición y pergeñan novelas excelentes. Los dos métodos pueden ser eficaces: su efectividad tan solo depende del grado de habilidad de quien lo lleve a cabo.
Sin embargo, la solución perfecta, evidente, óptima no existe. Tú puedes prepararte y yo puedo improvisar, pero en ninguno de ambos casos está garantizado nuestro éxito. Es posible que ninguno terminemos el libro, o que su calidad no esté a la altura de nuestras expectativas.
El obstáculo existe, pero no sabemos qué hay tras saltar la valla.
Complejidad sencilla (o sencillez compleja)
Valga toda esta diatriba para exponer el hecho de que hay problemas que no tienen una solución sencilla. Toda investigación, preparación y planeamiento que hagamos no servirá de nada, porque no tenemos la certeza de los obstáculos que van a surgir, o de la complejidad de los mismos.
Lo cierto es que está claro que hay personas que se preparan y otras que no, pero esa preparación no garantiza el éxito. De hecho, existen problemas (como el de escribir un libro) que no tienen una solución «real», definida.
La diferencia entre el obstáculo real y el percibido, pues, se basa en cómo abordamos aquello que sí tiene solución, no en lo que pensamos al respecto. De hecho, puede que esa cita inicial se refiera a un atributo (o defecto) masculino o puede que no, pero no ahonda en la existencia de obstáculos insoslayables, de problemas irresolubles.
Si nos fijamos en muchos mensajes, tanto en redes como en otros canales1, se puede observar una tendencia a facilitar las cosas: escribir un libro es fácil; montar una empresa es fácil; perder 20 kg es fácil; conseguir mil seguidores en Twitter es fácil… Y así hasta el infinito.
Puede que algunos de esos «obstáculos» sean más reales que otros, pero ninguno se puede incluir con certeza en la categoría de solucionable. Cuando alguien intenta hacer pasar un problema objetivo (escribir, emprender, adelgazar, crecer) por algo inequívocamente personal, trata de simplificar un camino complejo para lograr un beneficio.
Lo curioso del caso es que, en muchas ocasiones, los mensajes iniciales tienden a reducir esa dificultad mediante un lenguaje atractivo y animoso: «Puedes escribir un libro: sigue estos 10 pasos». Sin embargo, si escarbas un poco enseguida encontrarás un curso/manual/sistema/programa que te ofrecerá resolver el problema con una metodología complicada.
Si era tan sencillo ¿por qué es necesaria una preparación compleja?
Prepararse para el salto
Pienso que hay cosas para las que es necesaria una buena preparación. Esto no significa que nos escudemos en el paso previo para evitar lanzarnos, sino que la planificación puede ayudarte a abordar un obstáculo difícil.
De igual modo, tampoco es conveniente obsesionarse con la forma perfecta de solucionar un problema. No existe una solución universal que valga para todos. Tienes que arriesgarte y probar aquello que te funciona a ti. Puede que lo consigas, puede que precises de varios intentos… y puedo que fracases.
Porque sí, habrá momentos en los que te topes con un obstáculo insalvable; al menos, en un momento concreto de tu vida (puede que más adelante logres superarlo). Y en esos casos, está bien recordar que la complejidad, en ocasiones, es real. Existe. Te abofetea en la cara y duele.
Pero recuerda que lo importante es el salto. No la valla, ni lo que hay detrás. Ese instante en el aire, suspendido entre lo que deseabas y lo que está por llegar, es lo que hace que el riesgo merezca la pena.
Para auto(des)conocerse
Qué mejor que recomendar Fin de capítulo como lectura para esta edición de la newsletter. No solo porque del libro surgió la idea para este texto, sino porque John Galsworthy es un escritor maravilloso que puede crear personajes con los que te gustaría trabar amistad. Su capacidad para impregnar de humanidad a esos caracteres es soberbia. Y, si no te fías de mi palabra, piensa que no le dan el Nobel de Literatura a cualquiera.
Como ya comenté en la última edición de Auto(des)conocimiento.