La lucha entre saber y comprender
Vivimos en un mundo plagado de datos, veraces o no, referencias y documentación. ¿Somos capaces de construir(nos) una sabiduría a medida —y a la altura— de ese caudal de información?
Uno de los males que aquejan al individuo en nuestra sociedad occidental es el de querer que sus actos se realicen a una velocidad que no se adecua con el ritmo propio. Un ejemplo claro puede hallarse en el campo del saber, especialmente del saber filosófico. Como consecuencia del desarrollo de los sistemas de comunicación, el saber se ha cuantificado. […] El cúmulo de información disponible sobrepasa la capacidad de cualquier individuo normal […]. Esto tiene una consecuencia muy sintomática: se sabe sin comprender. El saber sin comprensión ya no es exclusivo de quienes sólo tienen capacidad de almacenamiento de datos, sino también de aquellos que teniendo capacidad de comprensión y creatividad, se ven sin embargo forzados a renunciar a ponerlas a prueba en razón de la falta de tiempo para su asimilación, del recogimiento y la quietud que se requieren para ello.
La razón estética, Chantal Maillard
Suelo escribir estas cartas por la tarde, cuando ya ha oscurecido (sobre todo en invierno), porque son esas horas en las que encuentro algo de tranquilidad para abordar la construcción de ese maremágnum que está resultando ser Auto(des)conocimiento. Y necesito esa ventana de reposo, de quietud, por el simple motivo de que casi todas las ediciones exigen un cierto esfuerzo intelectual por mi parte. Sé que no es esta la newsletter más profunda —en términos especulativos o eruditos— que puedes leer online, pero te aseguro que elaborarla requiere una proyección que va mucho más allá de elegir un tema cada semana.
Pero no es de la labor entre bambalinas de la escritura de lo que quería hablarte, sino de la ímproba selección de datos que me veo abocado a realizar cuando me sitúo ante la pantalla. Por un lado, y como señala Nassim Nicholas Taleb, «si para escribir tengo que buscar algo en una biblioteca me siento mal, como si careciera de ética»: su visión acerca de la necesidad de instaurar el compromiso doxástico (básicamente: involucrarse a fondo con la noción que se trata) me parece razonable, ya que no tiene sentido exponer ideas al mundo si no estoy interesado profundamente en ellas —y, por lo tanto, su estudio deriva de mi curiosidad, no de la voluntad de exponerlas—. Por otro, sin embargo, toda formulación de un tema requiere de una cuidadosa elección de la mirada que vas a elegir imponerle, por lo que, para exponer las tesis con solidez, necesitas construir un edificio teórico más o menos complejo.
Hoy día, el acceso a la información y a esos datos que fundamentan una idea simple es fácil: a un clic de ratón encontramos argumentos, refutaciones, estadísticas, citas, artículos, memorias, tesis… Y, sin embargo, nos topamos con dos problemas insoslayables: en primer lugar, el descomunal número de datos a los que estamos expuestos; en segundo, la necesidad de establecer un criterio en la selección de esos mismos datos. «Escribir es sacar de las sombras lo que sabemos», dice Karl Ove Knausgård, y estoy de acuerdo en esa visión platónica de la escritura; no obstante, para llevar a cabo ese proceso es necesario dotarse de las herramientas necesarias para prospectar, para hender la tierra, para extraer la sabiduría. No solo basta con unir letras y palabras, sino también recurrir a la sustancia que subyace para hacerlas inteligibles y, por qué no, hermosas.
El primer problema es irresoluble, aunque quizá es el menos importante. Tener a nuestra disposición un caudal de información enorme puede ser una bendición a la hora de construir un entramado teórico sólido para cualquier tesis que ideemos, ya sea ficcional o no, si bien nos sitúa ante un dilema menor: comprender, como apunta Maillard, aquella información de la que queremos hacer uso. Saber y comprender, como ya sabes, no son lo mismo: de hecho, no guardan la más minúscula conexión en estos tiempos que corren. Y el hecho de que la cantidad de datos sea cuantiosa no implica que seamos capaces de comprenderlos para ponerlos en contexto y hacer (un buen) uso de ellos. Si sacamos de las sombras algo que sabemos es porque queremos arrojar luz sobre ello, pero para poder hacerlo debemos comprender qué hemos rescatado de la oscuridad.
El segundo problema es de índole organizativa y se conecta con el dilema que te acabo de exponer: si no comprendemos los datos, difícilmente podremos escoger cuáles de ellos son relevantes para apoyarnos en esa información. Además, la labor de recopilación y posterior criba puede convertirse en una ordalía, ya que hay un sinnúmero de opciones para sostener un argumento. Aquí habría que echar mano del compromiso doxástico de Taleb y dilucidar qué idea es aquella que resuena, que nos interesa, que nos importa, para arriesgarnos en su exposición y defensa. Solo con un genuino apego por aquello que nos interesa logramos penetrar la superficie y llegar a lo más hondo, al corazón del significado.
Y ese es el motivo, en realidad, tanto de esta carta en particular como de esta newsletter en general. Tengo a mi disposición, seguramente como tú, una miríada de informaciones que, a priori, resultan interesantes y evocadoras, pero no me basta con reunir datos, sino que me gozo en su asimilación, su estudio y su comprensión. Prefiero comprender menos cosas, pero transitar por ese camino que me ha llevado hasta su núcleo; saber, sin más, no parece una opción atractiva en un mundo que cada vez es más complejo y abstruso.
Por eso busco la tranquilidad de la tarde cuando pienso en los temas que comparto contigo. Por eso no renuncio al trabajo que lleva expresar esas ideas, a veces inconexas, que propician estas cartas. Por eso escribo estos artículos (o pensamientos, o comentarios…): para entender mejor aquello que me interesa; para explorar aquello que sé, pero que no elaboro; para traer lo ininteligible a mi conciencia. Aunque el sendero que nos lleva de las sombras a la luz sea —evidentemente— oscuro, también es, creo, el más satisfactorio.
No estoy nada de acuerdo en lo de que no es la newsletter más profunda :) suelo esperar a este momento del domingo para leerla, cuando mi cabeza ya ha soltado mi propio tema y me puedo centrar en otros. Muchas veces no comento porque estoy, precisamente, digiriendo tus palabras. Me gusta mucho leer sobre cómo es el proceso creativo de otros, así que muchas gracias por esta.
Emi, gracias por plasmar tus pensamientos y visión en palabras.
Me quedo con un par de cosas que mencionas y que llamaron mi atención antes incluso de que expusieras los dos problemas.
La primera: me ha gustado que expongas esa necesidad de encontrar quietud para que las ideas desdibujadas puedan aterrizar en tu (nuestra) mente y tomar forma, que escribir esta newsletter semanal requiere de esos momentos de calma y sosiego, que no se pueden dar por sentados, que hay que buscarlos. La segunda: otra de las piezas clave antes de acceder a ese raudal de datos e información, es que necesitamos destilar nuestra mirada y definir cuál es el punto de vista que realmente queremos comunicar respecto al tema en cuestión.
En mi caso, antes de empezar cualquier publicación y una vez elegido el tema de la semana, me hago dos preguntas que me sirven de filtro para seleccionar información y me ayudan a perfilar el mensaje que quiero comunicar...
Gracias por sacar estos temas a relucir :)