Instrucciones para construirse una torre
Por qué necesitamos una isla de soledad para exprimir nuestra potencialidad
Carl Jung solía navegar por el lago de Zúrich con una pequeña embarcación. En una de sus salidas, hacia 1921, vio un terreno casi en la orilla que le llamó la atención. En aquel entonces, el psiquiatra suizo estaba dándole vueltas en su cabeza a la idea de construir un refugio apartado que le permitiese trabajar a conciencia en sus estudios sobre la psicología humana en un entorno retirado, tranquilo y alejado del tráfago de la ciudad.
Aquel terreno, que finalmente compró en 1922, se encontraba en un pueblecito de unos docenas de habitantes llamado Bollingen. Y fue allí donde se hizo construir una pequeña torre sobre el armazón original de la casa: una estructura de dos plantas cuyo propósito era aislarle del mundo y permitirle avanzar en sus trabajos. Aunque hizo ampliar la casa posteriormente, añadiendo alas y habitaciones, fue en la torre donde consiguió concentrar su atención para desarrollar una de las carreras más notables en el ámbito del estudio de la psique humana.
Es posible que no te dediques a un campo tan sumamente especializado como el de Carl Jung. Yo, desde luego, no. Pero su idea acerca de cómo abordar el trabajo es muy interesante.
En una época como esta, en la que estamos sometidos a un constante bombardeo informativo, con decenas de distracciones a un clic de distancia, con una oferta de ocio casi infinita, es difícil considerar dedicarse a una tarea con una concentración plena.
Cuando supe de la historia de Jung, lo primero que pensé fue: «a comienzos del siglo XX no tenía muchas cosas que le impidieran dedicarse a ello». (Bueno, eso y «quién pudiera vivir a orillas de ese lago tan hermoso…».) Es cierto que hace un siglo la vida tenía un ritmo mucho más morigerado y que lo más vertiginoso que solía ocurrir es que un coche a motor te adelantase mientras caminabas tranquilamente por un camino.
No obstante, la idea subyacente es lo que me hizo pensar en la necesidad de atención, en la perentoria búsqueda de ese «foco» del que tanto oímos hablar (a gurús de la productividad, psicólogos y coaches). Si hoy día tenemos acceso a un caudal de información tan formidable ¿cómo es posible que nuestra capacidad de atención se haya reducido hasta el punto de no poder concentrarnos en tareas simples?
Puede que, en realidad, el problema no sea ese; o que no debamos abordarlo desde esa perspectiva. La cuestión es, más bien, en qué queremos enfocarnos.
A la infoxicación generalizada, al ruido, hay que añadir el hecho de que una de las consecuencias de todo ello es que no elegimos con sabiduría aquello a lo que nos dedicamos. En nuestra cabeza habrá docenas de temas, de proyectos, de ideas, que vayan apareciendo como una luz en la oscuridad según las circunstancias, y se irán convirtiendo en unas estrellas hacia las que corremos… para, poco después, olvidar esa pulsión inicial y perseguir nuestro siguiente deseo.
Es lógico que cambiemos nuestro foco dado el cúmulo de estímulos al que nos vemos sometidos. Si tienes la idea de montar una web para tu proyecto, pero lees la historia de alguien que empezó un podcast y le fue muy bien, seguramente te cuestionarás la idoneidad de tu opción inicial. «Saltamos» de un plan a otro porque la propia rapidez del entorno nos dificulta la concentración profunda, la observación plena.
La única solución a esto es imponernos unas restricciones que nos faciliten tanto la concentración en aquello que deseamos como la capacidad de focalizarnos y perseverar en su implementación. Es algo que ocurre en casi todos los trabajos creativos con el advenimiento de la economía de la creación, pero que poca gente lleva a cabo con eficacia. Si queremos desarrollar con éxito una idea, tenemos que aislarnos del ruido y centrarnos en la ejecución.
No se trata solo de los clásicos consejos de tener el móvil alejado de nosotros mientras trabajamos, o evitar acceder a internet cada pocos minutos. Las distracciones son inherentes a la conducta, de manera que, si eliminas una opción, enseguida encontrarás otra cosa con la que sustituir tu «mono» de ruido informativo. (Sí, todos somos un poco adictos: reconozcámoslo.)
El objetivo sería, más bien, bloquear nuestras jornadas para evitar ese ruido que aparece continuamente y que nos seduce para leer, escuchar, ver o hablar con gente que nos es indiferente o de cosas que no nos importan (en el mejor de los casos). En su libro Céntrate1, Cal Newport incluye una cita del escritor Michael Lewis que resulta muy iluminadora:
Es increíble cómo la gente está accesible en todas partes y a todas horas. Hay muchos tipos de comunicación en mi vida que no son enriquecedores, sino que, por el contrario, son empobrecedores.
Esa comunicación empobrecedora es lo que debemos evitar. Nuestras restricciones deberían centrarse en evitar, a toda costa, ese tipo de interacciones que nos consumen tiempo y energía sin proporcionar nada a cambio. No es cuestión de volvernos «ermitaños» o «luditas digitales», sino de entender el precioso valor de la atención. De nuestra atención.
Jung buscó un lugar que le facilitó esa búsqueda de la concentración, pero también ese retiro del tráfago de la vida académica a la que se dedicaba. Solo gracias a esos periodos de aislamiento pudo enfocarse en su trabajo y dar a luz algunas de las obras más importantes del campo de la psicología.
Puede que nosotros no contemos con una hermosa casa a orillas de un lago de ensueño, pero lo que sí tenemos es la capacidad de elegir cómo queremos invertir nuestro tiempo y nuestra concentración. Aprovechar nuestros recursos mentales es lo que puede definir la forma en la que tomamos decisiones, abordamos proyectos y ejecutamos acciones.
No debemos ser esclavos de las listas de tareas o de las apps de productividad. Al contrario: ser disciplinados acerca de nuestro foco contribuirá a que nuestro tiempo sea más «disfrutable»: si llevamos a cabo nuestros proyectos, si ejecutamos nuestras ideas, si ponemos en práctica nuestros planes con eficacia y concentración, el tiempo de ocio del que dispondremos aumentará.
Construir nuestra torre puede parecer complicadísimo, pero el primer paso es establecer prioridades. ¿Preferimos el trabajo pasivo, determinado por los minutos que nos sobran entre tanta infoxicación? ¿O sabremos poner el foco en lo provechoso, hacer del trabajo algo enriquecedor y no subyugante?
Yo, personalmente, opto por Bollingen.
Para auto(des)conocerse
Aunque de manera un tanto extemporánea, los libros de Knut Hamsun reunidos bajo el epígrafe de «Trilogía del vagabundo» son una muestra (peculiar, eso sí) de la forma de gestionar el tiempo. Un hombre deambula por un entorno noruego dominado por la naturaleza: sin rumbo fijo, se detiene aquí y allá buscando alguna labor que hacer y un refugio donde guarecerse. Un vagabundo, sí, pero quizá con más libertad que cualquier trabajador de la ciudad.
Cal Newport (2022). Céntrate (Deep Work). Las cuatro reglas para el éxito en la era de la distracción. Península.