Gente eventual
¿Cuánto necesitamos a los demás? ¿Hay una medida que cuantifique la exigencia de trabar relaciones con otros?
Lola veraneaba en Ostia. Iba sola, porque a su marido no le gustaba demasiado el mar, y sus hijos en ese período estaban generalmente fuera de Roma, en sus campamentos de boy scouts. Iba con gente eventual, utilizada simplemente para eso, para que la fueran a buscar en coche y para que la dejaran en casa a la vuelta. Con estas personas mantenía conversaciones que ni la aburrían ni la divertían, porque su carácter tenía una parte mundana, ajena a la diversión y al aburrimiento y normalmente unida a un interés inmediato, como el de que la acompañaran en coche o conseguir señas de tapiceros. Solía complicar su vida práctica buscando tapiceros lejanos, carpinteros que cobraban poco pero que no tenían teléfono y tiendas de telas en el quinto pino, donde podía obtener, gracias a aquella gente que había conocido eventualmente, pequeños descuentos.
Léxico familiar, Natalia Ginzburg
Quizá tú, como yo, eres una persona más bien solitaria y retraída; en mi caso esto ha supuesto que durante toda mi vida haya sido etiquetado como introvertido, asocial, tímido e incluso huraño. Adjetivos todos ellos que, en su momento, hirieron con mayor o menor intensidad mi ánimo, pero que hoy apenas cuentan con cicatrices que den cuenta de su paso. Para bien o para mal, las personas reservadas suelen (solemos) tender a evitar las multitudes, las celebraciones y las alharacas: no porque las desdeñen —a veces sí, qué demonios—, sino porque se sienten aturdidos. Creo que es eso lo que les lleva a ser selectivos con la gente a la que tratan, a extremarse en la construcción de su red de conocidos, ya que su serena forma de abordar este viaje llamado vida los obliga a escoger con esmero a sus compañeros de asiento.
Confieso que miro con algo de suspicacia a esa gente que siempre está rodeada de otras personas, que parecen poseer una fuerza especial para congregar a su alrededor a docenas de idólatras de la conversación. Petrarca decía que «la amistad verdadera es tan rara, que quien en toda su larga vida halló un amigo cierto puede ser tenido por el más hábil mercader de tan preciada mercancía», y pienso que pocos aforismos habrá más ciertos: la amistad, como el amor, como las grandes pasiones humanas, se mide por su escasez; si se prodiga en demasía, quizá su pureza se vea desleída en el champán de la exuberancia.
Lo cierto es que las personas introvertidas distinguen muy bien entre aquellos que comparten inquietudes, ideas o sueños, aquellos con los que merece la pena invertir tiempo suficiente para tejer lazos fuertes, y esos otros que solo pasan por nuestras vidas como autobuses que no se detienen en esta parada. Quizá pueda parecer un tanto desapasionado, y tal vez así sea, pero creo que el corazón no puede dilatarse hasta acoger a tantos pasajeros. Por supuesto, no se trata de empatía o de comprensión: de hecho, muchas personas reservadas suelen tener una gran capacidad para ponerse en el lugar de los demás o de entender puntos de vista ajenos. Más bien al contrario: los solitarios son capaces de respetar las psicologías del resto hasta el extremo de no intentar congeniar con aquellos con los que, evidentemente, no tienen nada en común, más allá de un dato anecdótico.
Para Lola, el personaje de Natalia Ginzburg, la selección de gente, sin embargo, es un mecanismo utilitarista: esa «gente eventual» a la que recurre parecen simples figurantes que le echan una mano de forma esporádica, o que le hacen un favor cuando lo necesita; tras hacer su aparición y cumplir con su papel, se retiran discretamente de escena para que la vida de Lola continúe como si nada. Ginzburg (certera siempre) afiló su prosa al extremo al denominarlos así: «eventuales»; seres que podrían estar o no, como si su existencia fuera un mero azar, una jugarreta del universo, que los colocaría en un lugar determinado solo por un lúdico y absurdo capricho. Aunque Lola, despierta y espabilada, se aproveche muy bien de esas apariciones.
Como persona introvertida, entiendo en el fondo ese concepto de «gente eventual»: recuerdo a algunos individuos que han pasado por mi vida como parpadeos, cumpliendo una función que tal vez les fue asignada por un demiurgo incognoscible y siendo devueltos por él a la nada de la que provenían cuando ejecutaron su cometido con éxito. Esas gentes fueron (¿son?), en todos los sentidos, «eventuales»: lo que importó fue el acto que llevaron a cabo, no su personalidad o presencia. En ese sentido, su azarosa e imprevista aparición fue tan fugaz como inesperada, ya que ni tenía intención de trabar conocimiento con ellos ni, por su parte, ellos hicieron gala de querer compartir algo conmigo que no fuera la circunstancia que provocó que nuestros caminos se cruzasen.
Y me parece importante distinguir ese concepto de «eventualidad» de otro tipo de relaciones, porque pudiera parecer que a la gente retraída los demás no les importan, o no les prestan suficiente atención. A diferencia de Lola, las personas introvertidas son muy conscientes de la energía que se invierte en trabar conocimiento con (o de) los demás: entre otros motivos, es por ello por lo que son selectivos a la hora de emplear tiempo y esfuerzo en amar a alguien, en comprender a alguien; existe un compromiso interno que se manifiesta en cierta discreción emocional, pero que rebosa humanidad. Sin embargo, y quizá precisamente por ese entendimiento ingénito de las relaciones, también pueden evitar el trato y esquivar las situaciones en las que una intimidad prescindible solo mina la pasión, la curiosidad y el tiempo; tratan a otros sabiendo que será algo eventual, pero desde la absoluta certeza de que no existe cualquier otra finalidad posible para ese pasajero intercambio. Se podría afirmar, creo yo, que son honestos emocionalmente; mucho más que aquellos que desean transformar, tal vez a toda costa, un mero roce en un abrazo imposible.
Quizá lo único que importa, como sucede en tantos otros aspecto de la vida, es ser cabales y sensatos con nosotros mismos. Saber que las personas, como las pasiones, a veces exigen todo y no dan nada… o viceversa.
En mi concepción del mundo, establezco una importante diferencia entre ser sociable y ser introvertido / extrovertido. Lo primero habla sobre esa capacidad de rodearte de gente y establecer lazos sociales, más o menos firmes. Lo segundo tiene mucho que ver con la facilidad que se tiene para ser abrirse y expresar lo que se piensa o se siente, de un modo honesto.
Hay gente que va más allá y establece un tercer parámetro, a lo que muchas veces se refieren como "pila social". Es esa energía que tenemos todos para interacturar con otras personas y que, en el caso de algunos, se gasta rápidamente: se necesita tiempo para recargarse antes se volver a interactuar (todo esto con mil y un matices, claro).
Por encima de todo ello se puede establecer un manto, que sería lo que cada cual entiende por amistad, o cómo catalogamos los distintos tipos de relaciones sociales: tenemos palabras en común, pero muchas veces dudo que todos tengamos una definición semejante para esas palabras.
Con todo esto en la cabeza, cada vez que leo una reflexión al alguien sobre este tema no puedo sentir otra cosa que no sea una mezcla entre fascinación y sorpresa por entender lo distinto que es la experiencia vital para cada uno.
Gran reflexión, y perdón por la chapa. Me ha pillado esta lectura en el tren, con mucho tiempo por delante.
PS: yo me considero un tipo sociable, pero notablemente introvertido.. Excepto en las distancias cortas, con la gente que tengo una relación íntima y duradera, aunque no de forma constante. Curiosamente, en la perspectiva de muchos, esto se traduce como extroversión.
Siempre he pensado que la forma con la que la sociedad trata a las personas introvertidas es bastante injusta. No de una forma explícita, todo el mundo dirá de viva voz que puedes ser como quieras, sino de una forma más sutil. Sin palabras directas pero con actos. Por ejemplo, si no aportas temas en una reunión o no te unes a menudo a las quedadas de un grupo de compañeros, estos se sienten con la potestad para dejar de invitarte. Pero la parte más incongruente viene cuando oyes a personas que son claramente extrovertidas decir que son introvertidas, supongo que les da un aire de intelectualidad o de misterio. Quieren llevarse el mérito del que sufre en silencio sin pagar el mismo peaje.