¿Es posible mejorarse a uno mismo? La lucha entre lo que somos y lo que aspiramos a ser
Todos deseamos tener cualidades que nos resultan interesantes, o bien despojarnos de vicios que consideramos nefastos. Pero ¿estamos capacitados para el cambio de cualidades (casi) inherentes?
Hay momentos en que el individuo, que hasta ese momento solo existía, de pronto empieza a comprender que en realidad vive y que en su vida hay algún tipo de cáncer. De dónde procede, de qué manera cuándo se formó exactamente no se lo puede explicar del todo en la mayoría de los casos y suele atribuir el origen a otras causas de las que lo ocasionaron en realidad. Pero en realidad no le importan las causas, le basta únicamente con que el cáncer exista. Este descubrimiento inesperado, que es para todos igualmente doloroso, tiene unos resultados ulteriores prácticos diferentes según el temperamento de cada individuo. A unos los renueva, les inspira la determinación de comenzar una nueva vida sobre unas bases distintas; en otros causa únicamente un dolor pasajero que no conduce a ningún cambio para mejor, pero en el presente los hace sentir más desgraciados que aquellos cuya conciencia despierta espera un futuro mejor a consecuencia de sus nuevas resoluciones.
La familia Golovliov, Schedrín
La idea de mejora es algo que suele perseguirnos durante nuestra vida. Aspiramos a cientos de cosas, tangibles o no, a lo largo de los años, y solemos perseguir algunas de ellas con denuedo. Del mismo modo, aborrecemos ciertas características que parecen habernos tocado en suerte y con las que no estamos contentos: nuestra timidez, nuestro mal carácter, nuestra tendencia a la procrastinación… En general, los seres humanos tenemos un prurito de inadecuación que nos impele a superar obstáculos, a desear logros y a aspirar a lo magistral. De muy diferentes formas, soñamos continuamente con cambios interiores que nos conduzcan a unas versiones mejoradas, depuradas y excelentes de nosotros.
Sin embargo, la otra cara de esa moneda es la de conformarnos con lo que somos. Es sencillo fantasear con la idea de modificar un hábito, o abandonar un vicio, pero poner en práctica las acciones necesarias para ello implica toda una serie de cambios que, en buena parte de las ocasiones, no queremos llevar a cabo. La relación entre idea y acto, entre sueño y labor, se ve afectada por esa tendencia, muy humana también, de permanecer anclados en lo que ya conocemos, en lo habitual, lo cómodo, lo rutinario, para evitar afrontar ese engorro que significaría imponer variaciones en nuestra amada cotidianidad. A la zona de confort no se la llama así por nada, está claro…
«Mirar en el espejo es, por lo tanto, especular, que en francés tiene el doble sentido de réfléchir ("reflexionar" y "reflejar"). […] con la ayuda de esta operación de flexión sobre uno mismo se obtiene una perspectiva del yo sobre el yo, lo cual también es una imagen del yo a partir de la cual puede realizarse un trabajo existencial», sentencia Michel Onfray en su ensayo Sabiduría. Me parece interesante el uso del término «flexión» para hacer referencia al movimiento hacia dentro que debemos hacer para realizar ese «trabajo existencial» al que se refiere el autor. Desear el cambio es algo lícito, deseable, incluso insoslayable; pero atreverse a cavilar sobre ese cambio, atreverse a buscar dentro de nosotros (con un esfuerzo casi físico) lo que no está bien, lo que falta, es una labor hercúlea. Quizá por eso, supongo, no todo el mundo la lleva a cabo y termina cediendo esa faena a otros, ya sea consciente o no.
El cambio es inherente al ser humano: todos cambiamos, queramos o no, seamos conscientes o no. Cambiamos a todos los niveles, de todas las formas posibles y a lo largo de toda nuestra existencia. Aceptar algo tan sencillo puede ser un poco complicado si asumimos sin más que determinadas características no pueden modificarse; es cierto que existen condicionantes psicológicos (algunos apuntan a rasgos biológicos, pero es un debate complejo), pero en general se puede afirmar que casi cualquier atributo es sensible a variación. Tal vez seamos tímidos, iracundos o vagos, pero con mayor o menor esfuerzo podemos actuar sobre esas características y modificarlas de acuerdo a nuestras necesidades o aspiraciones. Y el foco hay que ponerlo en esta última palabra: aspiraciones.
En muchos casos nos conformamos con lo que somos porque recibimos la anuencia de los demás. De alguna forma, se refrenda la idea de que es bueno ser «como uno es», como si la autenticidad que tanto se esgrime fuese un atributo grabado en piedra, imposible de variar. Aferrados a ello para evitar los esfuerzos que acarrea cualquier transformación, nos mantenemos en esa famosa zona de confort que, transformándose en jaula, nos impide ir más allá y nos acuna en la delicadeza de lo conocido, de lo usual, de lo familiar. Así, en bastantes ocasiones lo que ocurre es que renunciamos al cambio en favor de una tranquilidad espuria, frágil y pasajera, que termina trayendo consigo las inevitables amarguras de la culpa.
Pero quizá, por encima del resto, haya otra cuestión que nos impide encarar el reto del cambio: el auto(des)desconocimiento. Si me permites el juego de palabras con el nombre de la newsletter, lo cierto es que evitamos descubrir aquello que realmente queremos ser, ya sea por miedo o por haraganería, y eso nos condena a la inmovilidad, al estancamiento y a la perpetua insatisfacción. Es imposible alcanzar un objetivo que no conocemos. Si no pensamos en lo que deseamos, si no tratamos de definir ese «yo» que anhelamos, si no realizamos el «trabajo existencial» de Onfray, no nos resta más que echarnos a sestear en el sofá mientras hacemos scroll para que alguien nos diga la ropa que debemos vestir, los lugares que debemos visitar, las ideas que debemos tener, las aspiraciones que debemos desear y la personalidad que debemos presentar al mundo.
Y es que, en resumen: ¿es posible mejorarse a uno mismo? Después de todo lo que te he contado ya supondrás que estoy a favor de una respuesta afirmativa, pero partiendo de la certeza de que esa mejora, esa superación, solo puede ser fruto de un trabajo concienzudo que exige mucho de nuestra parte. Si estás dispuesto a hacerlo, estoy seguro de que ese «yo» futuro empezará a estar más cerca de lo que crees.
Hola Emi, me ha parecido muy interesante tu reflexión sobre el tema. Curiosamente, hace ahora 10 años, descubrí el poder de la transformación personal y de la capacidad que tenemos todas las personas de convertirnos en la persona que queremos ser. Y, precisamente, eso cambió mi vida y se convirtió en mi profesión. Un saludo!!
Interesante reflexión. Igual que tu, pienso que se puede cambiar. Sin embargo, gusta el balance, como dices, cambiar requiere esfuerzo por lo que debemos hacerlo eligiendo bien las batallas que merecen la pena.