El amor se gana
Las pasiones son poderosas, pero hay que construir el camino que nos lleva hasta ellas
—Si quieres que te quiera un poco más, sedúceme.
Aquella frase me indignó. Rugí:
—¡No! ¡Tú eres mi madre! ¡No tengo que seducirte! ¡Tú tienes que quererme!
—Eso no existe. Nadie tiene que querer a nadie. El amor, uno se lo gana.
Me derrumbé. Era la peor noticia que había oído nunca: tendría seducir a mi madre. Tendría que merecer su amor y todos los demás amores.
Así pues, no bastaba con aparecer y exigir ser amada. Así pues, yo no tenía esencia divina. Así pues, las dosis faraónicas de amor que yo exigía no eran legítimas. Aquella avalancha de «así pues» hizo que me viniera abajo.Biografía del hambre, Amélie Nothomb
El amor de los niños es tan puro como egoísta: regala toda la inocencia y exige toda la atención. Quizá por eso es un amor sincero, desprendido, sin mácula… pero también exiguo, pasajero y atrabiliario; nada hay más dictatorial que el cariño de un pequeñuelo que imparte órdenes o ruegos para ser consentido en sus inagotables deseos de adoración. Parece imposible maridar narcisismo y cariño, pero los niños pueden hacerlo sin menoscabo de su inocencia, porque en su ignorancia reside la integridad de ese querer.
Pero el amor no es eso (por desgracia, quizá cabe añadir). Como acertadamente señala la narradora de Nothomb, no basta con exigirlo para disfrutarlo, no es suficiente ser merecedor de él para alcanzarlo. No estoy seguro de si al desearlo lo legitimamos o no: quizás el mero acto de enamoramiento valide la posibilidad de ser amado —de forma hipotética, al menos en un primer momento—, pero es más que probable que un sentimiento no pueda generar respuesta solo por un imperativo emocional. En caso contrario, cuántos romances se habrían dado ya… y cuántos no se habrían rescindido.
«En materia de amor, hay siempre una importante dosis de sugestión», dice Luis Goytisolo en Antagonía; y así es, porque amar —incluso, a veces, ser amado como agente pasivo que recibe el regalo del otro— significa, entre otras muchas cosas, convencernos a nosotros mismos de aquello en lo que queremos creer de la otra persona. «¡Tú tienes que quererme!», exige la protagonista/narradora de Nothomb: y lo hace a conciencia, sabedora de que la pasión nos convierte en tiranos. Nos persuadimos de lo que desearíamos y olvidamos que los deseos confluyen, sí, pero también entrechocan, como las olas del mar funden sus gotas mientras se azotan y se zarandean provocando brindis de espuma.
Es la propia narradora, de nuevo, la que se topa de bruces con la desoladora verdad: no basta con desear ser amado. No es suficiente. Estamos solos con nuestro amor.
¿O no? Porque, como te decía al comienzo, se hace difícil imaginar un amor egoísta, un amor avaro que solo guarde sus riquezas para sí; pero a menudo nos encontramos con esas pasiones —ya sean o no correspondidas—, así que lo cierto es que existen, se dan. Lo curioso es que la niñez juega un papel importante en estos casos, porque, si bien es cierto que son los más pequeños los que imponen su apetito de cariño a los adultos, la verdad es que ya de mayores nos seguimos comportando como niños en cuestiones de amor y pecamos al tomarlo como un deseo soberano que nos debe ser otorgado tan solo por la gracia de nuestro propio interés.
La avaricia sentimental es mala cosa. Y en cuestiones del corazón, aún más. La protagonista de Expiación, de Elizabeth von Arnim, afirma que «lo que uno quería más que nada en el mundo era el amor, y uno hacía lo que fuera para conseguirlo». Es ese prurito de sentirnos amados, ese anhelo de concitar las pasiones ajenas, esa pulsión por alcanzar la emoción, lo que nos lleva a exigir, a demandar, justamente aquello que solo puede brindarse de manera gratuita y sincera. Por eso la narradora de Nothomb se enfada al descubrir que su madre no le «regala» su amor, sino que tan solo lo ofrece para que ella aspire a merecerlo.
Y es que el amor es compromiso, es responsabilidad, es intercambio. Sí, claro, también es pasión y fuego y lágrimas y temblores y sueños y carne y ternura y sollozos y vida… Pero para que todo ello se manifieste pienso que debe haber una resolución firme con la otra persona: hay que aceptar que el cariño no es algo que se dé por descontado, sino que se fabrica día a día como el ebanista da forma a sus creaciones: puliendo, cincelando, lijando…; haciendo surgir de un leño rugoso e informe una obra de magnífica belleza. Si creemos que la hermosa pieza se ha manifestado sin más, nunca entenderemos que el proceso de su confección fue, justamente, lo que la dotó de sus perfecciones.
Nos enfrentamos a un problema si no aceptamos, como la altanera protagonista de Biografía del hambre, que el amor no es un sentimiento que «se nos debe» tan solo por aquello que somos (o, las más de las veces, por lo que creemos ser). Hay que ganarse el cariño de los demás porque en ese afán es donde nos descubrimos ante ellos y, al tiempo, desvelamos su auténtica faz. Como tantas otras cosas —importantes— de la vida, el amor se completa y conforma gracias al esfuerzo que ponemos en elaborarlo, en dotarlo de significado, y no simplemente porque sea un afecto maravilloso que se prodiga como mieses en primavera. Natalia Ginzburg dice en «Las relaciones humanas», uno de los textos que componen Las pequeñas virtudes, que al hallar a la persona amada «nunca nos cansamos de hablar y de escuchar»; supongo que porque hablar y escuchar son ese camino que andamos para conocer al otro, para entenderlo, para ser merecedores de su amor. Y no creo que pueda haber nada más hermoso que esto.
Uno de mis libros favoritos: Antagonía. Buen texto, Emi. Gracias.
Desde luego que el amor arranca en el amor a uno mismo, a nuestra identidad conformada por principios y valores, a quererse como eres con un propósito elegido para buscar el mayor desarrollo de nuestro potencial. La autoconfianza viene del amor propio a nuestras decisiones y actos. Y sin ese amor propio, es difícil poder dar amor al resto, porque el AMOR se genera en uno mismo para poder entregar a otros lo sobrante de uno. Primero está la relación uno mismo-uno mismo para luego encontrar uno mismo-el resto, y todo es un intercambio de energía y esfuerzos para uno mismo y para con el resto. En un AMOR SENTIMENTAL DE PAREJA, desde luego que ese amor es un constructo diario que conlleva el esfuerzo de elaborar para entregar, y si el amor existe, será un amor recompensado por el otro llenando el vacío que dejaste para equilibrar la balanza y que el estado permanezca balanceado y en armonía, necesitando que ambos estén alineados en los principios y valores que sustentan el amor y una pareja enamorada.