Utopía, de Tomás Moro - Ecos #1
Deseo, justicia y sociedad: la utopía como proyecto de futuro
Deseo… esa emoción impetuosa que nos seduce y nos hace imaginar lo imposible, soñar con lo inalcanzable y trabajar por lo anhelado. Deseo puede ser potencia y acción, idea y esfuerzo, posibilidad y hecho; todo lo imaginado posee virtualidad, contingencia: lo que solo es intuición puede devenir forma, lo abstracto tornarse concreto. Deseo es saberse humano y, al tiempo, soñar la divinidad.
Porque el deseo es un don, aunque también una maldición: un regalo que nos brinda la oportunidad de proyectarnos hacia el futuro, hacia la nada, para construir una expectativa de realidad en la que levantar un «yo» —o un «nosotros»— diferente, quizá mejor. Y por eso el deseo es una fuerza poderosa, ineluctable, si bien no necesariamente provechosa; al igual que la imaginación todo lo puede (y en esta newsletter hablo sobre las obras de ficción que encarnan esa posibilidad), la acción no siempre logra ejecutar con éxito sus ensueños. Sin embargo, es en esa potencialidad donde reside el valor del deseo: esa mirada proyectada hacia el porvenir teje, urde y planea, de manera que solo con lo ignoto podemos ir, paso a paso, construyendo el camino que pretendemos recorrer.
Si todo ello se encuentra en un contexto individual, es obvio que podemos aplicarlo también en uno social. Las comunidades se desarrollan y evolucionan en la medida en que sus miembros son capaces de sustraerse de las circunstancias presentes para concebir un futuro distinto; solo con un objetivo definido en mente se puede, entonces, elaborar las metodologías necesarias para concretar los deseos comunes, el futuro esbozado. La sociedad, tal vez, no es más que un simbionte preñado de fantasías que va tratando de alcanzar, logrando algunas y defenestrando otras, mientras se esfuerza por no sucumbir ante una realidad que no se acomoda a sus antojos.
A comienzos del siglo XVI el mundo vivía una época exultante: cambios y descubrimientos sacudían los países, provocando en la gente no poca ilusión, aunque también harta incertidumbre. La llegada a América, las nuevas rutas de comercio y el contacto con pueblos hasta entonces desconocidos exacerbaban la imaginación de una sociedad que viraba sus deseos hacia esas noticias que llegaban de todas partes del orbe. Tomás Moro, como ilustre intelectual y ferviente curioso, seguramente asistió con expectación a los hallazgos de los exploradores y estudió con atención las transformaciones que se propagaban en todos los ámbitos (algunos de los cuales, para su desgracia, contribuyeron a su desdichado fin). No podemos saber con seguridad qué elementos influyeron en su concepción de la obra de la que te hablo hoy, pero no me cabe duda de que esa efervescencia social tuvo algo que ver con el hecho de que fantasease con un lugar imaginario en el que se daban unas circunstancias sociales, políticas y culturales bien diferentes de las de su Inglaterra natal.
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