Una historia inteligible
¿Se puede desentrañar la compleja realidad? ¿Hay modos o herramientas que nos permitan comprender mejor el entramado del mundo?
Cuando le pedía detalles sobre su vida en la cárcel, tampoco era más concreto. Me daba la impresión de que no se interesaba por la realidad, sino solamente por el sentido que se oculta detrás de ella, y de que interpretaba como un signo todo lo que le sucedía, en especial mi intervención en su vida. Se declaraba convencido «de que la forma de ver que un escritor tiene de esta tragedia puede completar y trascender ampliamente otras visiones, más reductoras, como las de la psiquiatría u otras ciencias humanas», y porfiaba en persuadirme y persuadirse de que «toda recuperación narcisista» estaba «lejos de su pensamiento (al menos consciente)». Entendí que contaba más conmigo que con los psiquiatras para hacerle inteligible su propia historia, y más que con los abogados para hacerla comprensible al mundo.
El adversario, Emmanuel Carrère
En la magnífica novela El adversario, Emmanuel Carrère ficcionaliza la historia real de un hombre que asesino a su familia después de haberlos engañado durante años, haciéndoles creer que trabajaba en la OMS mientras, en verdad, se dedicaba a deambular por la región sin ejercer ningún trabajo y dilapidando el dinero de sus padres. En esta impresionante recreación, lo que verdaderamente nos sorprende, lo que nos sacude y desgarra, es el mero hecho de que ese hombre, ese improbable asesino, actuaba de esa forma por motivos que jamás se podrían llegar a comprender. A pesar de haber sido atendido por psicólogos y psiquiatras, a pesar de haber declarado su culpabilidad y contado su trágica historia a docenas de personas, a lo largo de varios años, sus razones para llevar la vida que eligió son tan oscuras como antes de cometer su crimen.
La realidad es así: caótica, inhumana, sombría, ininteligible; hay belleza y amor y compasión y verdad en el mundo, pero los hilos que sujetan el tapiz y mantienen la urdimbre compacta son invisibles para los ojos humanos. Nos pasamos nuestra fugaz existencia luchando por entrever algún extremos de esos hilos, algún punto o cruce, pero la armonía de la vida es tan inaprensible como los pensamientos de las mentes de aquellos con quienes convivimos.
Enfrentarse con algo así puede conducirnos al absurdo. «El deseo profundo del espíritu […] coincide con el sentimiento inconsciente del hombre frente a su universo: es exigencia de familiaridad, apetito de claridad», afirma Albert Camus en El mito de Sísifo; y es que nuestra desesperación por entender, por saber, por aprehender —en todas sus acepciones—, nos conduce inexorablemente a reducirlo todo a una escala humana, a unas dimensiones que seamos capaces de manejar, a un tamaño que nos permita diseccionarlo sin sentirnos abrumados por su vastedad.
En ese prurito de comprensión entra en juego la escritura, que se erige en ineluctable intermediaria entre el absurdo de una realidad casi por completo ajena a nosotros y la racionalidad que desarrollamos en nuestro devenir por el mundo. Si acaso es posible imponer cierto orden a ese caos que denominamos «realidad» no puede sino hacerse a través del lenguaje: «En el principio era la palabra», reza el Evangelio de San Juan; no será el último texto (sagrado o no) en otorgar a la lengua la facultad de crear, de ordenar, de traer a la luz aquello que está oculto.
Porque el lenguaje, devenido en escritura poco después, es simplemente un vehículo del pensamiento; si Wittgenstein los relacionaba en sus límites es debido a lo inextricable de sus lazos: lo que puedo nombrar existe, mientras que aquello que ignoro cómo denominar no tendrá relevancia en mi universo (que es todo el universo real para cada uno de nosotros). Ya hemos hablado en otras newsletters sobre esta capacidad de creación vicaria que son las palabras, pero no puedo evitar recordarte que la escritura, como representación suprema —por compleja y artística, entre otras cosas— de la virtud del lenguaje, es la habilidad que nos permite conocer la realidad al tiempo que la construimos.
Pensar mediante la palabra es la única forma que tenemos, especie frágil y olvidadiza, de desentrañar el misterio del mundo; mejor dicho, de intentar desentrañar el misterio. Pero esa cualidad de contingente (casi inviable, en verdad), esa batalla imposible de ganar que es la misma existencia, esa pertinaz ignorancia del universo, no le quita ni un ápice de majestuosidad al intento de asignar significados —erróneos o no— a las cosas que nos rodean. Es solo gracias al texto que nos concedemos la opción de interpretar el mundo, tratando de unir y conectar, de ordenar y construir, y levantando unos cimientos que jamás serán edificio vamos creando un entorno que nos resguarda —no del todo, no por siempre— de ese absurdo que es la existencia. Camus decía, poco después de la frase citada, que para el ser humano «entender el mundo es reducirlo a lo humano»; en esa reducción, aun con su fragilidad, encontramos la llave para la vida.
Así pues, ¿por qué actuó el protagonista de la novela de Carrère (no olvides que fue un hecho real…) como lo hizo? No lo sabemos: es imposible conocer sus razones, así como es imposible interpretar su mente para alcanzar una respuesta. Sin embargo, y gracias a las palabras, un escritor tejió una bella novela en la que se planteó muchos enigmas, se enfrentó a muchos misterios y se hizo muchas preguntas; merced a ese trabajo de pensamiento, de elucidación y, sobre todo, de lenguaje, se acercó un poco más a la impenetrable naturaleza humana y nos brindó también a nosotros la oportunidad de imponer un ápice de orden en ese caos cotidiano que llamamos vida.
Muy ciertas tus palabras, sobre todo esas donde referencias que el lenguaje es la herramienta de que disponemos para interpretar el mundo. Mi caso particular es así: tenía en mente un objetivo: escribir un libro, y para este proceso me impuse como tarea vinculante abrir mi substack, "obligándome" a buscar el resultado esperado: "L'appel (La llamada): Maroc", me libro autoeditado que anuncio por primera vez en este comentario, y sobre el cual tengo pendiente una nueva nota. Os dejo el enlace por si os interesa: https://amzn.eu/d/7IuGJHq ; y sí, hoy sábado me tomé la tarde para ponerme al día de newsletters varias y nutrirme tb en lo intelectual.
Hace una semana, mi psicóloga me dijo "quizá el problema está en que tratas de entender todo, de encontrarle una explicación a todo, y no todo tiene por qué tenerla".
Tal vez, la palabra y el amor que le profeso me estén jugando una mala pasada justamente por lo que comentas. Esa imposibilidad de construir el edificio, de llegar a comprender la mente humana. Si acepto que intentar explicar o intentar entender no es llegar a hacerlo realmente, quizá (solo quizá) pueda afligirme menos por esa imposibilidad.
Gracias por este texto.
Saludos