Me desnudé y me quedé mirando en el espejo aquel cuerpo desnudo que ya no pertenecía a ningún hombre. Podía hacer lo que me diera la gana. Podía irme de viaje con Francesca y con la niña. Podía encontrarme con cualquier hombre que quisiera y hacer el amor con él si me daba la gana. Podía leer libros y visitar pueblos y ver cómo vivía el resto del mundo. Había sido necesario llegar hasta ahí. Me había equivocado en todo, pero todavía se podía remediar. Si hacía un esfuerzo me podía convertir en otra mujer. Me metí en la cama y todavía me quedé allí un poco con los ojos abiertos en la oscuridad mientras sentía cómo iba creciendo en el interior de mi cuerpo una fuerza fría y enorme.
Y eso fue lo que pasó, Natalia Ginzburg
Ya te ha hablado en esta newsletter del éxito y el fracaso en alguna ocasión. Supongo que es irremediable que estas palabras, estos conceptos, nos ronden la mente y nos preocupen, ya que no solo forman parte de un imaginario colectivo que se ha venido gestando desde que la humanidad dio sus primeros pasos, sino que constituyen una porción de nosotros que es insoslayable: la pulsión de logros, la aspiración (tal vez legítima, tal vez no tanto) a la ganancia, la certeza del mérito, el oropel de la fama… son mariposas que revoletean dentro de nuestros estómagos, delicadas, minúsculas, pero cosquilleantes. No muchos reconocerán que aborrecen malograr un proyecto, incluso pocos confesarán anhelar la fortuna, pero esa mácula existe: es real, es palpable, si bien escondidiza y discreta.
Sin embargo, en algunos casos el éxito se manifiesta a través de un fracaso; paradójico, absurdo casi, poco placentero en casi todas las ocasiones: un fallo, un plan malogrado, una idea tergiversada, una amiga juzgada erróneamente… En todo ello podemos hallar la semilla del error, de la equivocación, dolorosa y punzante, recordándonos que ejecutamos mal una acción o que escogimos a la persona inadecuada. En el caso del personaje de Natalia Ginzburg, la «desaparición» del otro la conduce a un reconocimiento de sí misma, a la asunción —revelación— de que tiene poder sobre sus decisiones, sobre sus acciones: la pérdida, siendo como es un concepto penoso, marca el inicio de un logro, la consecución de un éxito.
De esa forma —y una miríada de otras— se manifiesta la posibilidad del triunfo mediante la expiación de un fracaso previo; no tanto expiación, quizá, sino aprendizaje (siempre ulterior, siempre tardío…) o exégesis de lo vivido. «Me había equivocado en todo, pero todavía se podía remediar», dice la narradora, señalando así que su presente es luminoso porque ha entendido (o está en proceso de entender) sus errores del pasado. Una fuerza se apodera de nosotros porque no nos resignamos a aceptar lo acontecido, porque no nos conformamos con ser espectadores de la calamidad, porque no nos amoldamos al sufrimiento. Pero todo ello, claro está, supone no solo un esfuerzo (ímprobo, en algunos casos), sino la entrada en la oscuridad. «Le conté toda la historia de mis fracasos y terminé diciendo que, por supuesto, mi vida podría haber sido mejor, pero que no me arrepentía; si bien había perdido mis creencias de juventud, había adquirido una mirada sobria, acaso triste y desoladora, pero verdadera», dice unos de los personajes de la novela ¿Quién tiene la culpa?, de Aleksandr Herzen. Sin duda, el registro literario lo expresa con infinita exquisitez, pero el concepto se revela de forma incontestable: la mirada oscura del personaje es fruto de los fracasos, de los tropiezos, pero es consciente de haber arribado a un punto de su vida en el que siente su mirada como «verdadera».
¿No es peculiar —si no disparatado— que sea el fracaso lo que nos lleve a considerar las cosas desde una óptica más benevolente, más «verdadera»? Pienso que, aunque paradójico, en el fondo de nuestro ser somos conscientes no solo de los poderosos deseos que nos mueven a perseguir la fortuna, sino de que en muchos casos los errores son los que ponen de manifiesto la velada verdad de las cosas. Per aspera ad astra, como apuntaba —con otras palabras— Séneca siguiendo a Virgilio: no hay camino de conocimiento sin penuria, porque son las cicatrices las que embellecen nuestra piel otorgándonos ser, sabiduría y sapiencia. No deja de ser curioso que, a pesar de ello, maldigamos el fracaso como un elemento a proscribir; Daniel Kahneman lo expone en su ensayo más conocido con claridad: «La aversión al fracaso que supone no alcanzar la meta es mucho más fuerte que el deseo de excederla». Huimos como la peste del fracaso (de su mera eventualidad), hasta el punto de poner más esfuerzo en evitarlo que en prodigarnos en alcanzar las metas que perseguimos.
Creo que Ginzburg (como casi siempre) muestra con sencilla brillantez ese proceso que nos lleva de la oscuridad a la luz, de la ignorancia al conocimiento, del desencanto a la aceptación. Auto(des)conocerse es arduo, como ya te he contado muchas veces, implica trabajo, contrariedades y sacrificios; pero son esos reveses, esos obstáculos, los que acarrean consigo la felicidad de los momentos, la alegría de las renuncias, el perfume de la serenidad. Puedes equivocarte en todo, sí, y aun así remediarlo.
Hola Emi. Coincido contigo en que el fracaso, aunque lo tememos y muchas veces lo queramos evitar a toda costa, es en realidad un maestro invaluable. Cierto es, que a través de esos errores, esos tropiezos, es cuando a menudo logramos alcanzar una visión más clara de lo que realmente queremos, de quiénes somos y hacia dónde nos dirigimos. Me parece fascinante cómo destacas que el fracaso, paradójicamente, puede conducirnos al éxito y, en muchos casos, a una forma de éxito más “verdadera” o más en sintonía con lo que realmente nos define como seres humanos. No en vano, muchos genios fallaron y se equivocaron estrepitosamente antes de conseguir sus logros, y así lo han reconocido muchos de ellos.
Ginzburg se empodera precisamente en ese reconocimiento de su capacidad de decisión, de su derecho a equivocarse y, aun así, corregir el rumbo. Esta noción de que aún en medio de los fracasos queda espacio para la redención, el cambio y la reinvención, es profundamente esperanzadora.
Agradezco la profundidad de tu análisis y la forma en que logras hacernos ver el fracaso como algo más que un simple obstáculo. Lo conviertes en un paso necesario para el autoconocimiento y la autorrealización. Si bien seguimos -y seguiremos- teniendo miedo a equivocarnos, textos como el tuyo nos recuerdan que «el error» siempre puede ser el inicio de algo grande.
Un abrazo. 🤗
Cada comienzo es una vida nueva. Qué difícil, igualmente, cada renacimiento. Me encantó tu artículo.