Sobre las tonterías
O por qué la creación supone arriesgarse a desafiar lo que hace todo el mundo
El filósofo estadounidense Harry G. Frankfurt publicó hace más de cuarenta años un ensayo –posteriormente ampliado a libro– titulado On bullshit: algo así como Sobre las tonterías en castellano.
En su texto analizaba esas «tonterías» dentro del contexto de la comunicación, ya que el autor pensaba que se difundían con el único objetivo de convencer a la gente sin tener un mínimo interés por atenerse a la verdad. No se trata de querer ocultar los hechos reales, sino de que esos hechos son prescindibles: el propósito es persuadir al oyente. De hecho, Frankfurt distingue entre los mentirosos (que ocultan la verdad) y los bullshitters (que la obvian): los segundos le parecen mucho más peligrosos porque atentan contra el concepto de verdad en sí.
La cuestión que preocupaba al filósofo estadounidense (y a mí también, de ahí este preámbulo) era que los bullshitters se dedican a ofrecer algo que no poseen: puede ser experiencia, sabiduría, habilidades o conocimientos. Su interés está puesto en sacar un provecho del intercambio que efectúan, no en beneficiar a sus oyentes o «víctimas».
Si cambiamos «oyentes» por «clientes» o «seguidores» puede que empieces a verlo más claro.
Mímesis vs copia
Mímesis viene del griego μίμησις, que se traduce como «imitación». En su sentido original hace referencia al hecho de re-presentar algo, no a copiarlo sin más. Según la Wikipedia:
[…] la mímesis se resiste a la comparación con el referente y a convertirse en algo equivalente al original. Sin embargo, el ejercicio mimético obliga el uso de rasgos representativos.
Imitar algo para crear otra cosa nueva y diferente es una práctica habitual; no solo en la historia del arte, sino en todos los campos del conocimiento humano. Si no analizas lo que otros han hecho antes, incluso imitándolo en tus primeras tentativas, es imposible que logres crear algo novedoso y diferenciador.
Sin embargo, hay mucha distancia entre algo que es una mera copia del original y una reinterpretación. La re-presentación supone un intento por parte del autor de aportar algo más, de añadir sus ideas a un concepto ya existente; la copia, por el contrario, se limita a duplicar elementos sin agregar mejora alguna.
El mundo de la creación de contenidos es sencillo en apariencia, pero complejo en su funcionamiento. Puedes ser un gran inventor, una persona brillante con ideas novedosas sobre diversos campos, pero fracasar en tu intento de comunicarlas a tus seguidores. Incluso puedes fracasar en tu intento de crear comunidad, si tus habilidades «comerciales» no están bien consolidadas. Y sin embargo, cualquier mochuelo con desparpajo y labia puede congregar miles de seguidores en sus redes sociales, ansiosos de adquirir sus «conocimientos» al precio que quiera imponer.
La mímesis es creativa per se, aunque no asegura que el destinatario aprecie el valor intrínseco aportado. La copia es un plagio, pero bien ejecutada puede reunir una claque de fanáticos seguidores.
Sistema vs usuario
La creación de contenidos (que, en muchos casos, pasa por ese proceso de mímesis del que he hablado) requiere de una disciplina bastante acendrada y de una perseverancia a prueba de scroll. Formarse en un campo –o varios– hasta alcanzar cierto grado de conocimiento es algo que, como es lógico, puede llevar tiempo, a veces muchísimo tiempo.
No obstante, la sociedad actual, y las redes sociales en particular (en las que muchos creadores de contenido tienen su espacio de trabajo), promueven una visión cortoplacista del saber. Puedes volverte viral con el enésimo meme del perro cachas y el perro escuchimizado con algo de ingenio, pero difícilmente llegarás a cientos de seguidores con un artículo elaborado o un tuit en el que expresas una opinión razonada. Los hilos que triunfan son los que utilizan iconos, listas y frases telegráficas; las newsletters están plagadas de sedicentes escritores que parecen haber aprendido redacción en un parvulario; los vídeos más vistos de YouTube suelen estar protagonizados por personas histriónicas y soeces.
El sistema funciona de esta forma. Estamos más dispuestos a aceptar (consumir, comprar, seguir…) a aquellos que dicen tener respuestas, o actúan como tales, que a aquellos que exhiben su progreso desde la humildad o el auto(des)conocimiento. (No, no me estoy incluyendo en el saco).
Creador vs emprendedor
Quizá una razón tras todo este despropósito de re-creaciones sea el malentendido que existe entre lo que significa ser un «creador» y un «emprendedor». Aunque mi definición no sea categórica, tal vez te ayude a entender las diferencias.
Alguien a quien le interese crear sin más posiblemente se dedique a generar contenidos a partir de distintas fuentes: puede imitar, por supuesto, (es probable que su habilidad o conocimiento aporten ese «algo más» del que hablaba antes), pero sus creaciones tendrán un sello de autenticidad que le distinga de otros.
Un creador, por definición, estará más (pre)ocupado en desarrollar sus ideas que en mostrar ante su audiencia su sabiduría. Su interés reside en su propia obra, por lo que el resto de factores no serán tan importantes (lo que no significa que los descuide: tan solo pueden quedar en segundo plano).
Alguien que emprende busca un beneficio más o menos inmediato. Puede que en sus comienzos no persiga la venta directa de un producto o servicio, pero intentará construir una audiencia a la que vender más adelante, o bien fidelizar a sus seguidores para alcanzar algún tipo de remuneración.
Un emprendedor, por lo tanto, estará más (pre)ocupado en presentar sus planes con el objetivo de lograr un rendimiento (por lo general económico). Su interés estriba en generar ingresos a partir de cualquier idea viable.
[Hago un aparte para aclarar que esta categorización tiene excepciones. Utilizo la palabra «emprendedor» a sabiendas de que no todos presentan estas características, pero necesitaba un término que oponer a «creador» y creo que este es el que mejor se ajusta.]
Pasivo vs activo
Alcanzar tus objetivos (en forma de éxito, dinero, seguidores o fama, da igual) debería ser fruto de una contribución al mundo, de aportar contenido de valor del que otros puedan extraer sabiduría y aprender. Limitarse a perpetuar ideas trilladas en forma de hilos de Twitter con la lista de pasos para generar ingresos en internet (¿cómo, que todavía no has creado un infoproducto y no eres rico?), de vídeos resumiendo la teoría del aprendizaje de Feynman o de podcast en los que se condensan «las 10 ideas clave de Antifrágil» no sirve absolutamente para nada.
Ser original no es sencillo: de hecho, en un mundo plagado de información es lógico que los datos se interrelacionen y den lugar a contenidos amalgamados. Pero, como veíamos antes, hay una diferencia sustancial entre basarse en algo previo para re-crearlo y conformarse con repetir ideas trilladas.
Como creador –de esta newsletter, al menos– intento no constreñir los límites existentes y trato de explorar. Ese proceso de exploración, de investigación, es motivado por la curiosidad y me permite descubrir cosas nueva, que luego comparto aquí. Puede que no esté generando un contenido que genere cambios importantes, pero la reflexión es valiosa en sí misma.
No te limites a consumir o crear cosas vacuas, que solo constituyen un eslabón indefinido dentro del proceso de conocer el mundo. Arriésgate a leer/escuchar/ver algo nuevo, algo que desafíe tu comprensión sobre el universo, que ponga a prueba tu capacidad de razonamiento, que suponga un esfuerzo para tu intelecto.
Supérate. No te limites.
Para auto(des)conocerse
Hablar sobre la creación y sus entresijos me hizo pensar en una obra literaria que trata sobre el proceso de formación de un escritor. James Joyce mostró con enorme destreza, amén de un estilo que descollaba entre sus contemporáneos, en El retrato del artista adolescente el arduo camino por el que transita su protagonista (el joven Stephen Dedalus que aparecería más tarde en el famoso Ulises) para llegar a ser un creador.