y pienso que todo lo que dice Åsleik lo ha dicho ya muchas veces, saca los temas una y otra vez, dale que dale, pero yo también debo de haberle dicho lo mismo mil veces, dale que dale, una y otra vez le pregunto si ha pescado algo, y una y otra vez me dice que ha sacado las redes negras, o me dice que pesaban tanto que casi no ha podido subirlas al Barco, o que algo sí que ha pescado, esas cosas me dice, y si alguna vez le enseño alguno de los cuadros que he pintado, él unas veces dice algo y otras no dice nada, pero en lo que dice, cuando dice algo, siempre hay algo de sabiduría, curiosamente, siempre ve algo que yo no he visto, y luego estas discusiones tan mentecatas que tenemos, es como si para tener algo de qué hablar tuviéramos que pelearnos por todo, por cualquier tontería, pienso, y oigo a Åsleik preguntar una vez más, como tantas otras veces, por qué pinto ¿no me canso de pintar mis cuadros?
Septología, Jon Fosse
Si pensamos en los procesos de creación a lo largo de la historia, es maravilloso (incluso inquietante, diría, en ocasiones) darse cuenta de la capacidad del ser humano para interpretar, reflexionar, conectar y crear nuevas obras a partir de sus ideas y su pasado. Imagino esa potencia creativa como la fuerza inconmensurable y eviterna de las mareas, rompiendo contras las costas en una sinfonía sin final, hendiendo la roca con su arañazo espumoso y regresando y retirándose y regresando y retirándose en un ciclo abrumadoramente seductor.
La mágica prosa de Jon Fosse lo recoge con una simplicidad no exenta de trascendencia: «… todo lo que dice Åsleik lo ha dicho ya muchas veces, saca los temas una y otra vez, dale que dale, pero yo también debo de haberle dicho lo mismo mil veces, dale que dale. El afán humano por la creación (por toda su misma existencia y conservación, cabría decir) es recursivo y obsesionante: nuestros desvelos son cíclicos, al igual que nuestras victorias. No es un proceso esporádico que surja de cuando en cuando para facilitar la creación artística, sino una forma de ser, de actuar, de fraguar, de pensar y de proyectarnos hacia el futuro; es un proceso infinito, que necesita de esa recursividad para moldear la idea y plasmarla, para concretar aquello que en un momento solo fueron chispas, sinapsis e intuiciones.
Curiosamente —o no tanto—, ese mecanismo se está viendo alterado por la llegada de las IAs generativas, que parecen haber distorsionado el paradigma creativo (amén de algunos otros) con su capacidad para recopilar información, elaborar modelos y ofrecer esquemas de trabajo efectivos. Todos sabemos de los miedos e incertidumbres que generan los avances tecnológicos: si tienes algunos años (eufemismo para decir que más bien estás en la segunda mitad de tu vida que en la primera) recordarás algunas reservas frente a otros inventos: ordenadores, consolas, teléfonos móviles… En general, pienso que todas las profecías han devenido en leyendas urbanas que servían más para perpetuar una concepción del mundo profundamente enraizada en algunos de nosotros que para juzgar con ecuanimidad los cambios que advenían. Pero parece que la inteligencia artificial está provocando una auténtica sacudida en creencias y certezas, así que ¿hay algo de peligroso en su implantación?
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