Perseverar en el ser
Un análisis sobre la naturaleza de la voluntad y su papel en la búsqueda de conocimiento
El esfuerzo con que cada cosa se esfuerza por perseverar en su ser no es nada aparte de la esencia actual de la cosa misma. […] Este esfuerzo, cuando se refiere al alma sola, se llama voluntad […].
Ética, Baruch Spinoza
La idea de «perseverar en el ser» es un concepto magnífico que Spinoza utilizó para ilustrar la fuerza que nos lleva a construirnos como seres humanos: la voluntad, así, no es sino la fuerza que nos impele a conocer, a dudar, a construir, a amar… La vida como un camino interminable de asunción de imposibles, por supuesto, pero también de aspiración al infinito.
Quizá tenemos una relación equivocada con ese término: «voluntad». Lo pensamos como taxativo, rimbombante, codiciable; consideramos a las personas con voluntad unos privilegiados, seres con potencial para lograr todo aquello que se plantean, para alcanzar cualesquiera objetivos que se propongan; pensamos en la palabra como un ideal, como un estado o cualidad que abre las puertas hacia el éxito, hacia la seguridad. Asociamos «voluntad» con «energía».
Y quizá algo haya, sí. Pero creo que la visión spinoziana otorga algunas pistas del modo en que podríamos mirar esa voluntad para tornarla más humana, más cercana, más amable con aquello que realmente somos. Es una forma de pulir el concepto, de desbastarlo, para reconciliarlo con nuestra fragilidad en tanto seres que dudan, que no poseen seguridad. Esa voluntad que parece indómita, fruto de una pulsión latente que solo algunos selectos personajes atesoran, se ve sujeta, de esta forma, a nuestro pensamiento. Algo similar pensaba Kant, que, en palabras de Michael Sandel en Justicia, afirmaba: «Si la razón determina mi voluntad, la voluntad se convertirá en la facultad de escoger con independencia de los dictados de la naturaleza o de la inclinación».
Esta definición de «voluntad» me resulta más sugerente, aunque reste potencialidad al término. Si perseveramos en nosotros es porque razonamos, porque no confiamos en un impulso ciego que nos facilite el superar los obstáculos; muy al contrario, precisamente nos hacemos conscientes de las dificultades de un proceso —la vida misma— y, pese a todo, cavilamos sobre cómo superarlo y llegar un poco más allá. Siempre, a todas horas, en toda circunstancia.
La voluntad de poder de la que hablaba Nietzsche, si bien es un concepto mucho más elaborado y amplio, no deja de conectarse con esta labilidad del término; de hecho, el filósofo relacionaba esa voluntad con la creación, ya que postula una potencia inmanente dentro de cada uno de nosotros que manifiesta la energía de la razón para dar forma a lo que nos rodea. Spinoza lo aborda desde la serenidad del pensamiento, mientras que Nietzsche se deja llevar por la pasión del vigor que atribuye al género humano. Ambos, creo yo, supieron ver algunos de los entresijos de ese concepto.
Aristóteles postulaba, por su parte, que la voluntad tenía como objeto los «fines» y la deliberación los «medios»; pareciera que el griego ponía más énfasis en el carácter impulsivo de la voluntad como motor de la acción, mientras que la razón sería la encargada de guiar ese energía hacia el objetivo correcto. Tiene sentido si pensamos que en la antigüedad el concepto de «voluntad» era considerado inherente al alma: un elemento pasional, irrefrenable y tumultuoso que ayudaba al hombre a desafiar aquello que estaba por encima de sus limites.
¿Y con qué habríamos de quedarnos nosotros? Como casi siempre ocurre, y ya habrás adivinado, es imposible conocer la respuesta. Personalmente, creo que la visión de Spinoza se corresponde con una noción más «humana» del concepto que nos traemos entre manos. Somos falibles, ignorantes y débiles, pero nuestro deseo de superar esas limitaciones es lo que, en sí, nos imprime fortaleza y nos encumbra; si existe una idea, un aspecto, que verdaderamente nos señala como humanos, es la perseverancia en el ser. Y aunque la voluntad sea una imagen confusa, indeterminada y proteica, no concibo una aspiración más encomiable que la de esforzarnos, con todas nuestras fuerzas, por ser.
Muy buen escrito, Emi. Al leer tus palabras me resonaba el potente contenido de estos conceptos de voluntad y perseverancia en el ser que han gravitado fuertemente en el pensamiento de otros autores, particularmente y con permiso de Spinoza como gran antecesor, de los románticos del siglo XIX tan cargado de irracionalidad.
Por ejemplo, para Schopenhauer, la voluntad es la esencia de todo lo que existe, pero no una fuerza creativa ni racional al estilo kantiano que citas, sino una energía ciega e irracional que impulsa al ser humano a desear sin descanso. Este deseo perpetuo es el núcleo del sufrimiento, pues la voluntad carece de un propósito final. En este marco, el “perseverar en el ser” no es más que una manifestación de este impulso irracional, que condena al individuo a un ciclo interminable de frustración. Schopenhauer, influido por el budismo, propone liberarse de esta esclavitud mediante la negación de la voluntad y el desapego.
Para Kierkegaard, el concepto también es central. A su estilo asimila parte de este sufrimiento en forma de angustia y desesperación. La voluntad sería el medio a través del cual el ser humano afronta su responsabilidad de convertirse en sí mismo. La elección es crucial: solo al tomar decisiones auténticas, el individuo puede perseverar en el ser, no como un mero “estado” de conservación, sino como un proceso dinámico de realización personal. La “desesperación” es el estado de una voluntad que no logra alinearse con la llamada a trascender la mera finitud. Para él, perseverar en el ser no es simplemente un esfuerzo por mantener la existencia terrenal, sino un acto de reconciliación con lo eterno, lo divino. Este perseverar implica asumir la angustia de existir como una tarea en la que el individuo busca a Dios, quien es la garantía última de sentido.
Entre nosotros, Unamuno recoge esta idea en buena medida de Kierkegaard - a quien dicen que pudo leer aprendiendo directamente danés -. Pero para el vasco, la idea de la voluntad se sitúa en un marco mucho más incierto y trágico. Para él, el deseo de permanencia no es solo un impulso biológico, sino una necesidad profundamente existencial: la lucha por preservar la propia identidad frente a la finitud y la muerte. La voluntad de perseverar en el ser se convierte, así, en una batalla contra la nada, un anhelo que mezcla esperanza y angustia. En este sentido, la voluntad es existencial, marcada por la tensión entre el deseo de inmortalidad y la certeza de la muerte. En definitiva, de seguir perseverando en el ser.
Y finalmente me viene a la cabeza Bergson, quien concibe la voluntad como un élan vital, un impulso creativo que atraviesa el tiempo y se manifiesta en la experiencia subjetiva de la duración. Perseverar en el ser, desde esta perspectiva, no es un acto de simple conservación, sino de transformación continua. Para Bergson, el ser humano, como expresión del élan vital, tiene la capacidad de superar sus limitaciones mediante la creatividad, integrando la temporalidad como un proceso vivo y dinámico.
Y entre medias, sin duda, Nietzsche, a quien bien citas. Pero te matizo un poco: en Nietzsche, la voluntad con pasión y vigor no es “del género humano” sino de “los menos”, los “hiperbóreos”, los que dicen sí a la vida y son afirmativos. No todos están dotados para ejercer esa voluntad y no podemos renunciar nunca al principio jerarquizante en el alemán. De hecho, para Nietzsche, “los más” niegan la voluntad, la castran y domestican, la convierten en nada. Son los nihilistas.
Abrazo.
No tiramos los muros a base de cabezazos. El éxito no es perseverancia bruta que a veces se idealiza, es perseverancia inteligente.
Gracias, Emi 🖤