Pequeños placeres
O por qué la dimensión de las cosas no suele corresponderse con aquello que pensamos
Debemos meditar sobre las cosas que nos reportan felicidad, porque si disfrutamos de ella, lo poseemos todo, y si nos falta, hacemos todo lo posible por obtenerla.
[Epicuro]
La luz se desdobla en haces que alancean los árboles y trillan el camino que se desovilla ante nosotros, mientras la tarde agoniza con hálitos anaranjados y púrpuras que tiñen esa alfombra infinita que es el bosque que tapiza las faldas de las colinas que nos circundan. El color se confunde con la luminosidad, bañándonos en la templada oleada de atardecer que viene cargada de mador debido a la humedad del río que festonea la senda de arena por la que caminamos. Todo es tan fantástico, tan sublime, que casi olvidamos que hoy es un día laborable cualquiera y que mañana tendremos que volver a madrugar para trabajar.
Pero, aunque la tentación de la (des)memoria es poderosa, obligo a ese narrador homodiegético a desandar sus pasos y sustituir un verbo que me parece importante: no se trata de «olvidar», sino de «recordar». Casi recordamos que hoy es un día laborable cualquiera…
Aborrezco los manuales de autoayuda y desconfío de los discursos de gurús que me masajean con palabras y frases edulcoradas. Cuando abro una newsletter cargada de buenos propósitos redactados desde la comodidad de una posición que nada tiene que perder, me ofendo y siento rabia. Si escucho entrevistas o programas en los que sedicentes expertos (o, peor aún, coaches) hacen caja diseccionando el sufrimiento de los demás, me entristezco y siento desprecio. Los sentimientos que me suscitan los sermones sobre el éxito personal, sobre la superación, sobre la posibilidad de curarse uno mismo, sobre la psicología de pandereta para superar traumas, sobre la bobalicona gestión de las emociones… es mejor no expresarlos por escrito.
Sin embargo, trato de ser muy consciente de la felicidad que me rodea. No quiero compartirla o pregonarla: tan solo me limito a vivirla; tan intensamente como puedo, tan fugazmente como se me permite. Podría tejer frases bonitas para tratar de compartir esa visión de las cosas, pero sé por experiencia que serían vacuas dependiendo de cuál sea tu estado de ánimo, así que me las ahorraré. Tan solo te confieso, aquí, a solas, que me esfuerzo por recordarme, mientras doy un paseo por ese camino de arena al borde del río, que hay cosas que merecen la pena.
La vida está llena de momentos oscuros, me dijo mi terapeuta una vez, así que tenemos que aprovechar los ratos de felicidad. (Releyendo esta última frase soy consciente de que suena un tanto happy, pero me fue útil en un momento complicado y la reproduzco tal cual.) La vida es ausencia y es esfuerzo y es dolor y es pérdida y es trabajo y es deseo y es frustración y es olvido y es muerte y es oscuridad y es volver a empezar muchas veces. La vida es combatir todo eso, todo el tiempo, y comprender que todo pasará y volverá a pasar. La vida es aceptarlo y tomar a la fuerza cada día para quitarle el moho y quedarte con la pulpa dulce y jugosa, morderla sin miedo y paladear su sabor. La vida es un pequeño placer dentro de un gran dolor.
Por eso me esfuerzo en encontrar esos detalles en todo lo que hago. En la luz del ocaso entre los árboles. En la brisa soplando tenue en mis brazos en la mañana de verano. En las tardes de lluvia tras el cristal. En la taza de café en una sobremesa entre trabajo y trabajo. En la noche compartida en el sofá viendo un documental. En la mañana que te despierta con un piar de pájaros tras la ventana. En la palabra amable de un cliente satisfecho. En la caricia inesperada cuando me siento a desayunar. En la soledad de una ciudad abandonada por vacaciones. En el amoroso calor de una manta sobre las piernas en invierno. En la canción feliz tarareada sin darse cuenta. En el sudor del ejercicio que corre por la espalda.
Llamamos «pequeños placeres» a todo aquello que es más importante para nosotros. Los otros, los placeres «grandes», nos son tan ajenos que dudo que podamos apreciarlos: su majestuosidad, impuesta o sugerida por otros las más de las veces, es tan abrumadora que pasamos por ellos deslumbrados por sus dimensiones, pero sin llegar a captarlos, a aprehenderlos, en toda su dimensión. Sin embargo, los detalles poco relevantes son manejables, cercanos, familiares: son tan cotidianos que solemos enceguecernos y obviarlos, pero son ellos los que entretejen los hilos de ese tapiz que, a veces, llamamos «felicidad».
Yo también valoro y encuentro cada vez más pequeños placeres y ese disfrute inunda el resto del día. Escribía precisamente hoy sobre los ‘entretantos’ y esos huecos y trocitos de felicidad en nuestra vida. Gracias por compartir tus palabras, como siempre 🙏😊