Pensamientos fugaces, acciones erradas
O por qué detenerse es un acto de resistencia en el mundo de hoy día
Quiero adelantar la idea de que un predominio excesivo de los mecanismos rápidos del pensamiento, que llamaremos «pensamiento rápido» o digital, puede acarrear soluciones y actuaciones erradas, males para la educación y en general para la vida civil, porque introduce en la mente humana el sueño de un dominio casi sobrenatural de la naturaleza y del propio hombre, cosa que, debido a las evidentes limitaciones biológicas, no puede producirse. Invito a reconsiderar las posibilidades del llamado «pensamiento lento» basado principalmente en el lenguaje y la escritura, incluso para la enseñanza en los colegios.
[Alabanza de la lentitud, Lamberto Maffei]
Contemplar es un verbo que exige mucho de nosotros; no en vano su primera acepción es «poner la atención» en algo, ya sea material o espiritual. Echando mano de la etimología, toma prestado el término latino «templum», que era un lugar destinado al recogimiento y la mirada interior. Contemplar, en suma, no es sino indagar sobre la que vemos, sobre lo que sentimos, evitando una reacción instintiva para sumirnos en los caminos de la reflexión.
Contemplar, pues, nos urge a detenernos en el tráfago de nuestra mente: nos impele a parar, a mirar, a observar, a racionalizar… y a pensar. Lejos de la pasividad, el acto de contemplación exige de nosotros una actitud constructiva, capaz de poner en marcha los circuitos del pensamiento crítico para elaborar ideas sobre aquello que estamos analizando. Y, a su vez, esa actividad no puede darse en la fugacidad del presente, en la inmediatez que este mundo hiperconectado parece esperar de nosotros.
Ya sabes que soy ferviente partidario de la lentitud. Creo que la vida es un licor que hay que paladear para gustar de los matices de su sabor y eso es algo que no puede hacerse con prisas. Para escuchar los pájaros, acariciar las manos, saborear los platos o estremecerse con la brisa hay que pasar de puntillas y en calma por lo que acontece, dejarse mecer por los segundos y confiar en que el regazo del tiempo nos conforte. El acto de contemplar se abraza con la morosidad para ganar en significado. El paisaje que se despliega ante ti no es nada si no te tomas el tiempo para desgajarlo y paladearlo, para explorarlo y gozarlo. Las cosas carecen de sentido si no podemos detenernos para verlas en toda su magnitud y comprender su esencia.
Pero este tiempo nos empuja a lo contrario. Actuamos, juzgamos, vemos, hablamos y, peor aún, pensamos guiados por la inmediatez, como si la necesidad de actuar fuese apremiante. La prisa no es buena compañera de la reflexión y las palabras que escapan siempre tienen el poder de golpear, romper o dañar aquello a lo que aluden, incluso sin darnos cuenta; la velocidad del mundo puede provocar esa vorágine de frases que solo esconden el vacío, que solo transmiten una visión superficial de algo porque no hemos dedicado tiempo suficiente a… contemplar.
Como apunta el profesor Maffei en el texto que abre esta newsletter, el pensamiento rápido suele conducir a error. Puede que no errores de bulto, pero sí a un «ensuciamiento» del diálogo, a una opacidad del discurso que solo contribuye a crear más ruido, formando parte así de una cacofonía propiciada por la tiranía de la inmediatez en la que tropezamos casi sin querer. No se trata solo del eterno «pensar antes de hablar», sino de saborear el concepto de contemplación como un recurso del que podemos echar mano para descender de ese vehículo sin frenos que es la realidad social, la «actualidad», el devenir.
Actuar y hablar, reaccionar y pensar, necesitan de pausa y calma. Lanzarse al ruido pensando que tenemos datos que aportar o ideas que añadir es loable, pero solo si nuestra contribución enriquece el discurso y favorece la reflexión. No todos somos filósofos o pensadores ilustrados con la capacidad de reflexionar con precisión y agudeza acerca de todo lo que vemos, así que esto debería hacernos pensar en la superfluidad de las opiniones que deseamos lanzar al mundo. Incluso yo, desde la posición de cierta autoridad que me concede el hecho de que estés leyendo estas líneas, cuestiono los temas que abordo con paciencia exasperante; ni te imaginas cuántas cosas quedan en mi tintero virtual solo porque no estoy convencido ni de mi opinión sobre ellas ni de la pertinencia de esa opinión.
Detenerse, pensar, contemplar… son hoy día acciones casi revolucionarias; lo complejo, lo difícil, lo arduo es mantener una mirada inquisitiva que nos lleve a cuestionar el entorno, pero desde una posición de pasividad reflexiva. Claro que es complicado dedicar tiempo a reflexionar sobre algo, sobre todo si es un tema que no conocemos mucho, pero es justo ese reconocimiento de ignorancia lo que nos hace más humanos, lo que nos invitar a aprender y conocer, lo que espolea la curiosidad que, como ya te he dicho mil veces, nos ayuda a crecer como individuos. Respetar el proceso de pensamiento, investigar aquello que no entendemos durante minutos u horas, dedicarle tiempo a la reflexión… todo ello es necesario para (con)formar nuestro entendimiento, nuestra manera de ver el mundo. Abrazar una extravagancia tejida con bellas palabras, aceptar una opinión solo porque sea expresada con rotundidad, no aporta nada a nuestra mente, sino que, al contrario, dinamita la capacidad de razonar y pensar con claridad.
Seamos compañeros de ese «pensamiento lento» y dediquemos nuestro (valioso) tiempo a entender, a conocer, a explorar, a mirar, a aprender, a buscar. Andemos por este hermoso camino observando con fruición el paisaje. Abramos los ojos a la belleza de la complejidad.
‘Detenerse, pensar, contemplar… son hoy día acciones casi revolucionarias’ - me apunto a la revolución! 😉