Charlando con L. el otro día, nos dimos cuenta de que si juzgamos la vida que tenemos nos debemos considerar privilegiados. Tenemos objetos materiales que nos gustan, disfrutamos de una vida tranquila juntos y podemos permitirnos algunos lujos inmateriales en forma de viajes, experiencias o descubrimientos. Nada extraordinario, más allá de lo que en pleno siglo XXI se considera una existencia acomodada.
Sin embargo, en muchas ocasiones nos hemos descubierto (sobre todo yo, debo admitir) anhelando una vida alternativa en la que nos adentramos en ese universo instagrámico y cool repleto de fotografías de atardeceres, ciudades exóticas, selfies con la ventanilla del avión de fondo, gráficos de líneas ascendentes y un dominio mágico de nuestro tiempo. Como buenos cuarentones víctimas de internet, miramos con una mezcla de desprecio y envidia esas cuentas que enseñan sin pudor los entresijos de vidas diseñadas con un tiralíneas hedonista, repletas de todas esas cosas que nos han enseñado a desear.
No importa si tu día a día te permite llevar una existencia sosegada; si tu hogar es acogedor tal cual porque reúne tus enseres; si tu trabajo es suficientemente tranquilo como para dejarte dormir sin sobresaltos. Todo es sensato, apacible y gratificante… pero no es suficiente.
Ese término es el que dinamita los sueños con una carga de profundidad de tremendas consecuencias. Lo suficiente es la vergüenza, el miedo a no probar, las posibilidades que esos mensajes de una línea en Twitter te ofrecen; lo suficiente es esa conformidad que te asusta, ese recuerdo del que no tienes memoria de un niño que no eras tú soñando con las cosas que no sabías que querías; lo suficiente es esa imagen entrevista en el scroll infinito de tus posibles vidas inalcanzables.
Ese suficiente es todo aquello que nunca me había planteado, pero que aparece obstinadamente cuando miro al futuro y pienso en lo que me apetece hacer. De repente, surgen anhelos que no estoy seguro de que resuenen conmigo, pero que se enquistan en mi interior y me sugieren que una casa junto al mar, una playa desierta, un helado junto a un canal, una visita a un monumento ancestral, un aparcamiento próximo a un mirador espectacular o un modelo de móvil ultraexquisito son cosas que debo tener.
No me malinterpretes: vivir experiencias y poseer cosas es un anhelo legítimo. Sin embargo, no hago más que preguntarme si ese suficiente es algo íntimo o impuesto; algo que bulle en mí por el deseo intrínseco de alcanzar un objetivo o un sutil comezón de cuyo prurito otros sacan partido. Y fue hablando de ello con L., como decía, cuando llegamos a la conclusión de que admitir que hay cosas que nunca tendremos, haremos o veremos, es suficiente para nosotros. Nunca se convierte así en suficiente.
Creo que he comprendido que hay sueños que no son tales, sino solo reflejos parciales de unas realidades que se acomodan al dictado de voces externas. No pienso que haya que conformarse con satisfacer las necesidades básicas a lo Maslow, pero determinados anhelos son, en verdad, obsesiones infiltradas en mi día a día que me impiden observar no solo lo que tengo, sino lo que de verdad me importa.
No, no necesito algunas cosas. La belleza está ahí, inquebrantable y sutil, y siempre tendré la posibilidad (esta sí, real) de admirarla, de contemplarla, de estudiarla e incluso de amarla; pero lo que no tengo, lo que no tenemos, es la necesidad de hacerlo. Suficiente no significa renuncia, cobardía o conformismo; al contrario: significa abrazar el mundo, enfrentarse a los límites de la vida y expandir nuestra conciencia. No se trata de cuantificar objetos o experiencias, sino de entender el placer de la vida tal y como es: limitada, parcial y compleja, pero también maravillosa, profunda y enriquecedora.
Por eso ahora puedo contemplar las imágenes y leer las descripciones sin que algo se remueva en mi interior. Aunque no las haga públicas, también llevo dentro mis propias imágenes y descripciones, ricas y coloristas, que son las que me llenan de una manera quizá menos espectacular, pero más intensa. Mi nunca es mucho más que suficiente.