Estamos todos acostumbrados a considerarnos como primordialmente realidades mentales, y a los demás como directamente realidades físicas; vagamente nos consideramos como gente física, para efectos en los ojos de los demás; vagamente consideramos a los demás como realidades mentales, pero sólo en el amor o en el conflicto adquirimos verdadera conciencia de que los demás tienen sobre todo alma, como nosotros para nosotros.
Libro del desasosiego, Fernando Pessoa
La realidad nos impone unos límites que habitualmente nos pasan desapercibidos. Quizá el más paradójico de ellos sea la autoconciencia: el sabernos y conocernos como individuos sin llegar a tener una idea cabal de lo que significa ser individuo. En este campo —infinito— de juego se han batido la filosofía, la teología y, últimamente, la ciencia; pero, a fecha de hoy. las respuestas son tan múltiples que podemos adentrarnos por los resquicios que nos convengan para sostener puntos de vista de lo más creativos. Comoquiera que sea, tal vez coincidas conmigo en que estar seguros de cómo somos, quiénes somos y qué somos son cuestiones un tanto nebulosas, que requieren un esfuerzo mental por nuestra parte y que, de manera habitual, solemos dar por sentadas gracias a una ontología «casera» que nos libra de examinar en profundidad los aspectos escabrosos del asunto.
Pessoa, el poeta de las mil personalidades, tenía —como no podía ser de otra forma— una obsesión con el «problema» de la identidad. En su Libro del desasosiego lo expresa en múltiples pasajes, dando así cuenta de su fijación y abriendo al lector (a ti, a mí) la ventana hacia ese universo de visiones que constituye la personalidad y sus innúmeros entresijos. Uno de los elementos más interesantes de su percepción al respecto la puedes encontrar en la cita que abre este artículo: la consideración de los demás como «irreales», seres que carecen prácticamente de existencia física, pero que se encarnan —en todos los sentidos del término— ante nosotros en determinadas circunstancias.
Así, el otro (sea lo que sea ese concepto o ente) deviene conocido solo en tanto aplicamos —sobre él o ella— una mirada concreta, una mirada especial. Los demás, pues, cobran conciencia ante nosotros en el momento en que actuamos sobre ellos de una forma muy concreta.
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