Porque un poema o es perfecto o no tiene derecho a existir, pues aquel que no tiene ninguna capacidad para hacer lo mejor debe abstenerse de practicar el arte y no debe dejarse seducir por él. En todo hombre se despierta cierto indefinido deseo de imitar aquello que ve, mas este deseo no asegura que en cada uno habite la fuerza para lograr aquello que se propone. Mira, si no, a los niños después de que la ciudad haya sido visitada por volatineros: van de un lado a otro de las tablas y las vigas haciendo equilibrio, hasta que un nuevo aliciente los induce a otros juegos similares. […] Dichoso aquel que se da cuenta de que sus deseos no están en consonancia con sus facultades.
Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister, Johann Wolfgang von Goethe
Seguro que has escuchado o leído en alguna parte la expresión inglesa Fake it 'til you make it: una frase que se suele utilizar mucho en el ámbito del malhadado entorno del emprendimiento y que te urge a poner en marcha tus proyectos aunque no estés seguro de tenerlo todo bajo control. A priori pudiera parecerte un lema motivador: puedes confiar tanto en tus capacidades como para arriesgarte a hacer algo de lo que no estás seguro por completo; y de eso se trata, en efecto: de que eches la barca al agua para aprovecharte del movimiento y te embarques en la aventura sin mirar atrás. Aunque no te sientas seguro, «finge» estarlo para que tu propia inercia te conduzca hacia el éxito.
El problema con este tipo de elementos motivacionales es que suelen confundir conceptos para que sus mensajes no se vean cuestionados. En este caso, el objetivo de lanzar un proyecto, de crear algo, no tiene en cuenta las habilidades necesarias para ejecutarlo con éxito; se presuponen ciertas cualidades, pero se minimiza su impacto apelando a algo que todos tenemos: la presunción.
El envanecimiento es un vicio que, sin embargo, todos cultivamos en mayor o menor grado: nos gusta sentirnos poderosos, exhibir aptitudes, ser alabados y dominar las situaciones. Es fácil creer que podemos hacer algo, lo que sea, con virtuosismo, ya que nos solemos considerar más capacitados de lo que estamos en realidad. De hecho, ni a ti ni a mí nos gusta que nos echen en cara nuestra impericia o torpeza a la hora de escribir, tocar un instrumento, redactar un informe, jugar a un deporte, sacar una fotografía, grabar un vídeo o cualesquiera otras tareas que se nos puedan ocurrir.
De ahí que existe un abismo digno de respeto que separa los conocimientos de los objetivos, las habilidades de los sueños. Y no se trata de incapacidad, de no dejar volar la imaginación y soñar con las estrellas, sino de reconocer nuestras posibilidades y centrarnos en ellas. «Non est ad astra mollis e terris via», dijo Séneca: «No hay un camino sencillo que lleve de la tierra a las estrellas». O, como bien supo reflejar Goethe en su paradigmática novela de formación: «Dichoso aquel que se da cuenta de que sus deseos no están en consonancia con sus facultades».
El deseo, la presunción en verdad, nos suele conducir a la frustración por medio de la ignorancia. Creemos poder alcanzar ciertas cotas y no reflexionamos acerca de los caminos que conducen ahí arriba; caminos que están abiertos para todos, pero que solo algunos transitan porque es preciso planificar el viaje y prepararnos para la aventura. Sin embargo, nos solemos poner en marcha sin preparar convenientemente el equipaje.
La literatura de autoayuda, la visión cortoplacista de la época y la concepción «buenista» del desarrollo personal te impelen a probar, a arriesgar, a proyectar, sin proveerte de herramientas que coadyuven al éxito de la empresa que te hayas propuesta, sea cual sea. Detrás de los mensajes de ánimo hay toda una mercadotecnia que se sustenta en ese auto(des)conocimiento: el no saber qué necesitas para alcanzar un propósito. Anegados como estamos en la creencia del «sí se puede», olvidamos que todo éxito, todo logro, toda victoria, reclaman lo mejor de nosotros mismos y exigen un compromiso casi absoluto. Y hogaño, es menester reconocerlo, el compromiso es una virtud en decadencia.
El compromiso nos obliga a centrarnos, a perseverar y a involucrarnos totalmente en aquello que hacemos, ora una relación, ora un libro, ora un trabajo… Pero la velocidad de la sociedad actual y las prisas por conseguir las recompensas han arrumbado la idea del compromiso a un oscuro rincón; aquello que nos exige cierto sacrificio, que pide algo de atención, que demanda un poco de concentración, pasa enseguida al cajón de las cosas olvidadas. ¿Hemos perdido la capacidad de perseverar en una actividad hasta llegar a dominarla? No lo creo, pero un entorno de recompensas rápidas e infantilización experiencial nos priva de la oportunidad de descubrir nuestro potencial para desarrollar una nueva habilidad. Si añadimos una banalización del esfuerzo y una percepción excepcional de uno mismo, tenemos la combinación perfecta.
«…aquel que no tiene ninguna capacidad para hacer lo mejor debe abstenerse de practicar el arte y no debe dejarse seducir por él», afirmaba Goethe, y aunque es extremista en su visión, no dejo de pensar que tenía mucha razón en su visión del arte. Porque no se trata de aspirar al genio absoluto, a la habilidad prodigiosa, sino al trabajo bien hecho, a la perseverancia y a la dedicación; al amor por una labor, a la constancia en nuestros desvelos y a la preocupación por el resultado. Se trata de conocer nuestras limitaciones para superarlas, para rebasar los límites (impuestos por los demás o por ti misma) y alcanzar la excelencia. Se trata de no confiar en el deseo, sino en las facultades.