La muerte de Iván Ilich, de Lev Tolstói - Ecos #3
La crudeza y compasión de Tolstói ante la condición humana
La literatura de Lev Tolstói trasciende las meras consideraciones narrativas: su obra no es solo el reflejo de una época, o el logro de un estilo depurado —si bien logró ambas cosas—, sino una reflexión continuada acerca de la naturaleza del ser humano, de sus relaciones sociales y de su moralidad. Como todo escritor (como toda persona, en puridad), Tolstói navegó por esta indagación vital con devaneos, extravíos y zozobras, puesto que su concepción del hombre no dejó de desarrollarse durante toda su vida; no es posible encontrar en su obra certezas absolutas o ideas fijas, sino una búsqueda constante, a menudo dolorosa, punzante, en pos de una visión que él mismo intuía inalcanzable, pero no por ello menos deseable como propósito vital.
Si bien este rasgo se aprecia en toda su narrativa, La muerte de Iván Ilich es un excelente ejemplo de lo que preocupaba al genio ruso y cómo pugnaba por trasladarlo a la ficción de manera cabal. Algunas de las preocupaciones más profundas de Tolstói, como la conciencia de la mortalidad o el papel del individuo en sociedad, ya se presentan en esta obra de cierta madurez (tenía 58 años cuando la publicó) con una claridad prístina, pero también —sobre todo, cabría añadir— con una despavorida desilusión. A pesar de su breve extensión y de su —solo en apariencia— sencilla estructura, la novela golpea al lector en lo más hondo del alma: en ella encontramos la pérdida, la angustia, la envidia, la incomprensión, la duda, el miedo, el arrepentimiento, la culpa… todas las emociones, vicios y virtudes del ser humano en maravillosa conjunción. Una oda a la desesperación, tal vez, pero también a la energía vital, a la alegría y la felicidad. Con Tolstói se puede esperar cualquier cosa…
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