Irreverencia, ironía y sinceridad
La ironía y el sarcasmo son recursos que utilizamos para enfrentar algunas situaciones cotidianas, pero ¿las utilizamos juiciosamente?
Tal como dice Hyde (que obviamente me cae bien): «La ironía solamente se puede usar como emergencia. Prolongada en el tiempo, es la voz de los encerrados a quienes ha llegado a gustarles su celda». Esto es porque la ironía, por divertida que resulte, cumple una función que es casi exclusivamente negativa. Es crítica y destructiva, sirve para limpiar el terreno. […] Pero la ironía resulta singularmente poco efectiva cuando se trata de construir algo que sustituya a la hipocresía a la que desacredita.
«E unibus pluram»: televisión y narrativa americana, David Foster Wallace
Vivir puede ser una experiencia difícil. No hablo de enfermedades, catástrofes o adversidades, sino de la simple existencia cotidiana: conminados —como seres sociales que somos— a relacionarnos con el entorno, ya sean personas o situaciones, en muchas ocasiones nos vemos abocados a interpretar las cosas y extraer conclusiones que nos resultan complejas. Tomar decisiones, por ejemplo, puede llegar a paralizar a ciertas personas; interactuar con los demás también puede ser complicado, especialmente cuando hay que alcanzar acuerdos. Nuestra relación con el mundo es más frágil de lo que imaginamos.
Quizá por eso el recurso de la ironía es profuso, aún más en estos tiempos de redes sociales y comunicación instantánea. La ironía, definida como «burla fina y disimulada», es un elemento característico en nuestro trato con el mundo, ya que impone una distancia entre aquello que valoramos, o con lo que interactuamos, y nuestra concepción de ello. Así, la ironía (o el sarcasmo, que viene a ser muy parecido tanto en su acepción lingüística como en su modo de empleo) nos facilita establecer una comunicación con el entorno, si bien deformada, en algunos casos, hasta extremos dañinos.
Es probable, como te decía, que hayamos adoptado la costumbre de emplear este recurso debido a la complejidad de nuestras relaciones con el entorno. En una sociedad en la que es difícil juzgar con ecuanimidad y lógica, en la que somos bombardeados con miles de datos continuamente, resulta complicado formarse opiniones cabales que puedan ayudarnos a conducirnos con sabiduría. Frente a la complejidad inherente del mundo, nos protegemos con un barniz de ironía que nos «protege» de aquello que ignoramos, malentendemos o malinterpretamos.
El problema de la ironía y el sarcasmo es que, demasiado a menudo, confundimos sus razones de utilización. Ambos recursos, en mayor o menor grado, se basan en la tergiversación del significado: se retuerce una expresión para dotarla de un trasfondo paradójico, dramático, que transmita una intención disimulada. Para captar ese significado encubierto hay que disponer de herramientas intelectuales apropiadas, incluso en ocasiones de una cierta sagacidad, por no hablar de un contexto apropiado. Sin embargo, por regla general carecemos de algunas de estas características y la comunicación se enturbia. Nos quedamos con la burla, la chanza y el retruécano, sin advertir que bajo esas palabras (recuerda: solo palabras) se esconde un mensaje distinto.
Bien empleada, la ironía puede ser una poderosa herramienta para iluminar contradicciones, para sacar a la luz mentiras y dobleces, para excavar en los sentidos ocultos. No obstante, la perversión de su utilización, especialmente con el auge de las redes sociales, la ha ido privando de esa labor clarificadora, dejándonos un vacío de significación difícil de llenar. Interpretar la vida a través del cristal distorsionado de la ironía puede sesgar nuestra percepción, provocando que malinterpretemos aquello que observamos. Esa distinción entre la literalidad y el sobreentendido es capital para que el uso del recurso sea provechoso, de manera que si no somos capaces de emplearlo (o interpretarlo) con habilidad, nos quedamos tan solo con una visión fragmentada y equívoca de la realidad.
La comunicación fugaz y vertiginosa de hoy día nos ha llevado a una sobreutilización de la ironía y el sarcasmo; en parte como formas de «protegernos», como te comentaba antes, pero también como interpretaciones simplistas del mundo: reducir la realidad a un puñado de conceptos ingeniosos, humorísticos o burlones nos concede cierta comodidad, aunque sea a costa de eludir la reflexión compleja para analizar los hechos con criterio. La ironía se cimenta sobre una «inteligencia social», una lectura correcta de los acontecimientos que permite al que la usa ofrecer una mirada paradójica, pero ajustada a esos mismos hechos; sin embargo, cuando la utilizamos sin criterios de verdad, con la mera excusa del ataque o la pulla, la despojamos de sus posibilidades interpretativas. Lejos de ofrecernos una mirada diferente, aunque cabal, del mundo, se transforma en un simple juego que busca la herida, la mofa y la deshumanización.
No creo que debiésemos perder de vista que la comunicación implica una gran dosis de sinceridad. La ironía puede ser una herramienta comunicativa que permite atacar la mentira, la hipocresía o la vanidad; pero, por sí sola, no transmite certezas o realidades. Un intercambio honesto de ideas nunca podrá esconderse detrás del recurso de la ironía.
Por eso considero importante empezar a pensar en el uso que hacemos de ella en nuestro día a día. Es habitual encontrar «conversaciones», especialmente en las redes sociales, que se sustentan en el intercambio de frases sarcásticas y pullas irónicas, como si el ingenio implicase, por necesidad, una cierta falta de honestidad comunicativa. Si bien hay situaciones en las que podemos «leer» la realidad a través del cristal de la ironía, en la mayor parte de los casos su uso se limita a intentar apabullar al interlocutor con una ristra de artificios verbales que empobrecen la conversación y socavan las ideas.
Quizá ha llegado el momento de tener una visión más sincera del mundo, una visión más enriquecedora, que limite la ironía para utilizarla solo cuando los hechos impongan una necesaria distancia para juzgar. Nuestras relaciones deberían sustentarse en la veracidad, en la confianza, en la certeza de que aquello que expresamos es honesto y fruto de un pensamiento reflexivo. Ceder a la tentación de la ironía, sin más, no es sino degradar la palabra. Y la palabra, no lo olvides, es la herramienta más poderosa que tenemos.
¿Es necesario seguir leyendo después de la cita de Wallace? (Ironía)
¡Buena reflexión!
En mi opinión, el uso de la ironía es un mecanismo para no mostrar nuestra vulnerabilidad; a veces porque no queremos mostrarla y otras, porque ni siquiera sabemos cómo hacerlo.