El negocio de la vida
La falta de certezas no significa que la existencia carezca de propósito
El negocio, quiero decir el negocio de la vida, no habría podido ser, sin duda, diferente para mí; porque es, en el mejor de los casos, un molde de hojalata, o estriado y con relieves, con resaltos ornamentales, o bien liso y espantosamente plano, en que se vierte una masa desamparada, la propia conciencia, para que uno «coja» la forma, como dicen los cocineros, y quede más o menos compacta gracias a él; se vive, en fin, como se puede. Sin embargo, se tiene la ilusión de la libertad; en consecuencia, no se ha de vivir, me parece a mí, sin el recuerdo de esa ilusión.
Los embajadores, Henry James
La vida como ilusión es un concepto que se ha repetido hasta la extenuación tanto en literatura como en filosofía. Calderón bien lo sabía al escribir La vida es sueño, donde los más hermosos versos nos recuerdan que todo lo que hacemos puede no tener ni el más mínimo ápice de realidad; vidas soñadas, imaginadas, creadas, en las que nos movemos como actores que interpretan sus papeles sin recurrir a memorias, porque el libreto se escribe sobre la marcha de un devenir tan imparable como azaroso. Violencia del caos que nos rodea y luz del universo que nos acoge. Muerte, vida…
Pero, más allá de poesías, lo cierto es que la duda nos asalta a menudo, ya sea expresada en reflexiones articuladas y enjundiosas, ya sea en ataques de pánico de origen incierto: nuestra fragilidad es tan palpable como el alma, porque muy en el fondo de nuestro ser sabemos con certeza que todo lo que hacemos es pasajero, inasible, y que ese negocio de la vida al que alude James es, qué duda cabe, un trámite sin firmas ni acuerdos. Nuestro cuerpo, nuestra voracidad de estabilidad y solidez, nos urge a buscar un asidero en esa cubierta azotada por la tempestad, y es lógico que lo hagamos con desesperación; al igual que los marineros, a pesar de sabernos desamparados en mitad de una naturaleza que nos ignora con aterrador despecho queremos maniobrar la embarcación para arribar a un puerto seguro donde guarecernos de la tormenta. Esa batalla perpetua por hallar el rumbo «correcto» es solo otro nombre para la vida.
El problema no es sencillo. No solo es complicado navegar por un océano de tempestades en forma de incertidumbres, miedos, ignorancias, malentendidos, aspiraciones y prejuicios, sino que en verdad apenas conocemos el destino hacia el que hemos enfilado la proa de esa nave. Deseamos algo indefinido: el prurito de vivir reconcome y desazona, pero no otorga conocimiento. En el mejor ejemplo de existencialismo, la vida se nos revela como algo ilógico, absurdo y sin sentido. Un mar, sí, infinito y sin puertos seguros hacia los que encaminarse.
Continúa leyendo con una prueba gratuita de 7 días
Suscríbete a Auto(des)conocimiento para seguir leyendo este post y obtener 7 días de acceso gratis al archivo completo de posts.