Me gusta pensar en una newsletter (esta, entre otras) como en una colección de relatos: una historia que se va desmadejando a medida que el autor crea, recrea y explora. En el fondo, no deja de ser recurrente la metáfora del viaje, pero en este caso centrándose en lo externo, lo que podemos ver a través de la ventanilla del tren o del avión, o de aquello que contemplamos mientras avanzamos.
Cuando inicié la andadura con estos textos, el principal escollo que me carcomía era del propósito. Acostumbrado como estoy a tener un objetivo en mis proyectos profesionales (en parte relacionados con el diseño editorial, en parte con el marketing de contenidos), el hecho de dejar vagar sin rumbo las ideas era un concepto seductor, pero terrorífico. ¿Cómo se puede hablar de «todo», de «cualquier cosa», sin caer en la vaguedad, sin resultar universalmente superfluo?
Por eso, al comienzo empecé a reunir pequeños fragmentos de ideas en una página de Notion con la esperanza de que, con el paso del tiempo y de alguna extraña manera, pudiera ir transformando piezas aisladas en una suerte de imagen completa de lo que pretendía expresar. Sería algo así como uno de esos famosos «jardines digitales» que tan caros son a Elena Madrigal y que propician la serendipia creativa.
Poco después, me topé con un interesante artículo de David Perell sobre el concepto que él denomina story box: un lugar en el que guardas ideas, conceptos, temas o borradores que resuenan contigo y que te pueden servir como acicate para futuras historias. Perell lo enfoca más desde la mirada del escritor, en lugar de dejarse guiar de forma azarosa por la conexión entre las cosas que se guardan.
En cualquiera de los casos, la idea de «caos», de «desorden», aparecía una y otra vez (aún lo hace) en mi cabeza cuando pensaba en cómo abordar los primeros textos de la newsletter. No estaba seguro de si centrarme en una materia específica, por ejemplo en la gestión del conocimiento (siempre apasionante), y enfocarme en ella para generar un corpus homogéneo que pudiera interesar a un grupo concreto (el famoso nicho) de personas; o, al menos, mantener una coherencia temática y escribir siempre sobre un conjunto de asuntos que pudieran resultar atractivos.
Fue ahí cuando me detuve en seco y esta newsletter sufrió un parón considerable. Fueron meses de reflexión, de aprendizaje y de, por supuesto, auto(des)conocimiento. Meses en los que fui descubriendo la importancia del vagabundeo mental, de la libertad de propósito, del flaneurismo diletante.
Me llevó mucho tiempo comprender que las ideas no tienen un propósito definido y concreto, sino que se entrecruzan, se mezclan, se unen, se confrontan y se enmarañan. Es justamente en ese caos (llámalo azar, llámalo serendipia, llámalo viaje) donde surgen las dudas que nos empujan a la curiosidad, que es el camino último hacia el conocimiento, aunque este siempre sea, por desgracia, inaprensible. Como decía en la edición anterior, es la curiosidad la que nos motiva y nos sitúa ante la (única) certeza que tenemos: la de no saber; y, al tiempo, también nos acicatea a poner remedio a ese estado buscando ese conocimiento que nos falta.
Por ese motivo, la idea de que puedas tener un espacio en el que dar cabida a todas esas piezas de rompecabezas que conforman tus inquietudes es importante. Al menos, así ha sido para mí. Este tiempo pasado me ha servido para valorar y amar todas esas cosas: las chispas de inspiración que aparecen fugazmente en una duermevela; los recuerdos que se desperezan en el inconsciente cuando escuchas un fragmento de canción; las iniciativas que pergeñas después de leer el artículo de alguien; las preguntas que te asaltan mientras contemplas un cuadro; los deseos que circulan por tus venas al sentir el roce de la brisa en tu piel… La poesía de lo no conocido, de lo no sabido, que hace nacer en tu interior el ansia por expresar algo que casi no habías sentido hasta ese preciso instante.
Ahora, en este presente que para ti es presente, pero para mí ya será pasado, entiendo que la fragmentariedad de la existencia es, en sí misma, objeto de estudio para los curiosos. Entiendo que una newsletter que hable sobre auto(des)conocerse debe, casi por fuerza, ser caótica, azarosa y facetada. Entiendo que el cajón de sastre de las ideas es, en realidad, terreno abonado para que nazcan las reflexiones que nos ayudan, a ti y a mí, a despertar la curiosidad para vivirlo todo con más intensidad.