El azar engañoso
El éxito y el fracaso son elementos fortuitos, pero ¿se puede predecir su aparición?
[…] el hecho de que vivamos «engañados por el azar» significa que, en la mayoría de circunstancias caracterizadas por un elevado grado de aleatoriedad, no podemos determinar realmente si una persona que tiene éxito posee aptitudes para ello o si una persona que posee esas aptitudes va a tener éxito; lo que sí podemos predecir mucho mejor es la formulación negativa de esa idea: que una persona totalmente desprovista de aptitudes terminará fracasando.
Antifrágil, Nassim Nicholas Taleb
Taleb tiene la facultad —encomiable, sin duda— de expresar de manera sencilla argumentos tan antiguos como lógicos, haciendo que lo evidente tome proporciones deslumbrantes. Es un autor reconocido no tanto por sus ideas (tesis que rebatirán sus cohortes con fiereza), que son escasas, sino por su reformulación de tesis anteriores para epatar a sus lectores. Él mismo es un ejemplo perfecto de ese engaño del azar al que alude: no está claro que tenga aptitudes notorias como intelectual, pero sí es cierto que no es una persona carente de cualidades, por lo que su potencial fracaso queda descartado.
Lo que no cabe duda, más allá de las filiaciones autoriales, es que el éxito casi nunca es fruto de un plan trazado con anterioridad, cual itinerario turístico proyectado desde la comodidad de un sofá. La gloria es una condición inefable e inopinada, a la que, como apunta el autor de origen libanés, se llega merced a una suerte de «ausencia de defectos» y no tanto por un rosario de méritos. Una idea muy cara a los seguidores de Taleb es el archiconocido sesgo del superviviente, que da cuenta de que la fortuna es una dama caprichosa que concede sus favores con extrañas veleidades; y es que ese sesgo debería prevenir a cualquiera que aspire a alcanzar sus sueños a ser precavido, honesto y, sobre todo, sensato.
Dice Michael J. Sandel en su ensayo La tiranía del mérito: «En una sociedad desigual, quienes aterrizan en la cima quieren creer que su éxito tiene una justificación moral». Y esto, sumado al sesgo del que te hablaba, convierte la fama en un elemento de tintes casi mitológicos, aunque la sociedad actual (tal vez, en parte, subyugada por la premisa capitalista de que todas las personas deben perseguir la mayor fortuna posible, reinterpretando así la ética protestante) la presente como algo asequible, sencillo, cercano. Si aunamos moralidad y virtualidad habremos creado un fabuloso cóctel que nos embriagará hasta caer de cabeza en los urinarios más próximos…
Quizá el problema estriba en la consideración que tenemos (de manera un tanto general, aunque es evidente que cada uno de nosotros lo veremos bajo un prisma ligeramente distinto) del éxito. En sus cartas a Lucilio, Séneca decía esto:
Todos los bienes en los que se fija la fortuna resultan fructíferos y agradables, si quien los posee se posee también a sí mismo y no está esclavizado a sus cosas. Pues se equivocan, Lucilio, los que opinan que la fortuna nos procura algún bien o algún mal: ella nos brinda la materia de los bienes y de los males, y los principios de aquellas cosas que se convertirán en nosotros en bienes o en males. Porque el alma es más fuerte que cualquier fortuna, dirige sus cosas en un sentido o en otro y es la causa de la felicidad y de la desventura para sí misma.
La fama, así, sería aquello que (nos) resulta agradable, pero siempre que seamos dignos de nosotros mismos: coherentes, sensatos y juiciosos. Nada tiene importancia si no somos fieles a nuestro ser más íntimo, a nuestros valores y a nuestra ética; si, como vimos juntos hace un par de semanas, el individuo es responsable de sus actos frente al grupo, la consideración del éxito como fin insoslayable socava el buen juicio que deberíamos sostener ante los azares de la vida. El psicólogo Daniel Kahneman afirma en su archiconocido Pensar rápido, pensar despacio que la pretensión «de tener intuiciones correctas en una situación impredecible significan cuando menos engañarse, y a veces algo peor». Si el caos que es la naturaleza se impone con obstinada impertinencia a cada segundo de nuestras vidas, fantasear con la eventualidad de alcanzar una inaprehensible fama es casi un desafío a todos los dioses habidos y por haber.
Perseguir sueños, aspirar a logros, trabajar por triunfos, es algo no solo lícito, sino quizá inherente al hecho de ser humano: nada puede arrebatarte los anhelos y los ideales, y así debe ser. Pero en esta competición constante en la que parecen habernos inscrito a todos no siempre tenemos clara cuál es la línea de meta que aspiramos a cruzar; da la impresión de que, en muchos casos, somos como esos asnos que se afanan por mordisquear la zanahoria que un avispado labriego ha colgado frente a su testa. Si bien el estoicismo es una filosofía poco aplicable en casos como este, lo cierto es que Séneca tiene unas cuantas ideas que vienen muy a propósito; le cito de nuevo: «Es el alma la que ennoblece; ella puede, desde cualquier situación, elevarse por encima de la fortuna». Más allá de éxitos, más allá de notoriedades, más allá de relumbrones, más allá de seguidores, más allá de vanaglorias… más allá de todo eso solo nos tenemos a nosotros mismos.
No podemos controlar la miríada de factores que puede llegar a auparnos al pedestal: sería imposible hacerse cargo de las infinitas variables de la fortuna para emplearlas en beneficio propio. Sin embargo, sí que podemos perfeccionarnos, mejorarnos, ennoblecernos, para provocar cierto desequilibrio de la balanza a nuestro favor. Quizá no podamos estar seguros del grado de éxito que tendríamos con lo que hacemos, pero sí que podemos armarnos con el conocimiento necesario para ahuyentar al —posible— fracaso. Como siempre, ya sabes, la clave está en pensar, curiosear y aprender. Aquí te espero la semana que viene para seguir haciéndolo juntos.
Gran reflexión de Emi para aquellos que creen que el éxito es siempre el fruto de un esfuerzo planificado y merecido. Como bien escribe, la idea de que el éxito moralmente justificado es posible en una sociedad desigual es una ilusión.
El texto es una delicia Emi. La reflexión final me encantó, solo añadiría que hasta las mismas definiciones de "éxito" y "fracaso" deberían cuestionarse, en el camino a llegar a ciertas cimas sociales se sufren pérdidas enormes, condiciones provocadas por decisiones desafortunadas que hacen que uno inicie en menos de cero y al final son esos grandes fracasos el crisol donde se conjura un relativo éxito futuro, abonando a la reflexión. Mil gracias!