Doquiera que el hombre vaya lleva consigo su novela
O por qué nuestras maletas siempre están llenas de nosotros mismos
Don Benito Pérez Galdós, en Fortunata y Jacinta, dejó escrito que «por doquiera que el hombre vaya lleva consigo su novela». En este caso, el escritor se refería a la historia de Juanito Santa Cruz, el mujeriego protagonista de la inmortal obra, ya que sus acciones le conducen hasta un punto de no retorno a partir del cual los acontecimientos se desarrollarán sin vuelta atrás.
Esta frase me viene mucho a la memoria: en algunas ocasiones por circunstancias harto azarosas, aunque en general cuando veo a las personas que piensan que cambiando elementos de su vida pueden conseguir alcanzar una transformación interna.
Sueños digitales
Estos días (por azares de la vida y las redes sociales, imagino) me topo en mis feeds multitud de entradas y artículos que ensalzan las virtudes del nomadismo digital.
Dice la Wikipedia que un nómada digital es «un profesional que usa las nuevas tecnologías para trabajar, y que lleva a cabo un estilo de vida nómada». Parece que el uso del término no tiene un origen conocido, aunque una de sus primeras apariciones fue en el libro Digital Nomad de Tsugio Makimoto y David Manners, allá por 19997.
La idea podría, a priori, parece buena; no solo buena: estupenda. Trabajar en remoto desde donde te apetece, viajando sin parar; el sueño de todos los asalariados que penan en un puesto de trabajo gris, solo con una pared vacía frente a ellos, o con una multitud de clientes haciendo cola delante de su caja.
Cadenas digitales
Sin embargo, creo que la realidad es bien distinta. En el libro Contra la creatividad, Oli Mould afirma lo siguiente:
Más que liberarnos de los grilletes del trabajo monótono y nada creativo, se ha puesto de manifiesto que la retórica del «trabajo creativo» es meramente un ardid que permite que las prácticas «laborales» invadan nuestro ocio y nuestra vida social y no económica. Resulta que los trabajos «creatificadores» no elevan el trabajo no creativo de baja categoría hasta la utopía del no trabajo creativo; antes bien, aplican a todo trabajo la naturaleza dogmática e injusta de la interpretación capitalista de la creatividad. […]. Todos somos creativos porque así es como se redefinen actualmente todos los trabajos.
El trabajo remoto, ese que los nómadas digitales llevan a cabo, es –en el 99% de los casos– un trabajo «creativo»; esos viajeros suelen ser diseñadores, creativos, fotógrafos o alguno de esos puestos con denominaciones foráneas relacionados con el marketing.
A ese tipo de trabajo se refiere Mould en el anterior párrafo: una labor que no termina nunca, que no es fácil abandonar un día para retomar al siguiente, sino que te persigue en tu cabeza. Nuevas ideas que aparecen mientras comes, llamadas a deshoras de tu cliente, correcciones de urgencia que debes hacer, cambios inesperados que te llevan más tiempo del que creías…
Cualquier que tenga un trabajo de este estilo sabe que la libertad es algo que parece estar al alcance, pero que es muy difícil de conseguir (especialmente en los primeros años de actividad). Y, para colmo, la creatividad, ese vocablo que nos seduce y hechiza, se expande como la brea por otro tipo de trabajos para impregnarnos y hacer de nuestras vidas un continuum de responsabilidades.
Por ese motivo, el hecho de estar en Bali (¿por qué siempre Bali?; ¿por qué no Taormina, o Guayaquil, o Dijon, o Graz, o Brisbane, o…?) no implica que te pases la vida contemplando amaneceres, practicando surf o bebiendo cócteles; probablemente, de hecho, tu actividad como freelance te implique más trabajo, responsabilidad y tareas que un trabajo «normal» en tu ciudad de origen.
Vacuidades digitales
Pero quizá tu máxima aspiración vital es viajar. Sin más. Estar en suelo extranjero, no importa dónde, y poder experimentar esa sedicente inmersión en otra cultura.
Es posible. Ha habido viajeros desde que el hombre se levantó sobre sus piernas y aprendió a caminar, así que es lógico que haya personas que disfruten de la experiencia de conocer otros lugares, sin importar el coste implícito en ese periplo.
Sin embargo, el nomadismo digital se vende hogaño como una suerte de retiro de la vida corriente que te brinda libertad sin límites, experiencias transformadoras y una suerte de aura de emprendedor de éxito. Puedes diseñar desde tu apartamento de 40 m2 en [inserta aquí tu ciudad], pero nunca serás tan cool como toda esa tropa de creativos que se juntan en los garitos balineses para estrechar lazos (entre ellos, claro, no con los locales).
Es aquí donde me viene a la cabeza la frase de don Benito. Nuestra novela nos acompaña siempre, allí donde estemos: tal vez cambiemos el decorado, pero el teatro es siempre el mismo.
Me pregunto a menudo si esos nómadas que viven vidas de Instagram no están, en realidad, tratando de dejar atrás una novela que no les gusta. Si sonríen, se deshacen en encomios y alaban las bondades de esos destinos intentando disimular un vacío que sigue ahí, perenne, insoslayable, paciente. Si su nomadismo no esconde una huida de sí mismos imposible de lograr.
O tal vez yo me conformo con una vida gris y monótona.
Quién sabe.
Para auto(des)conocerse
Ya que ha sido citado, el ensayo Contra la creatividad es un excelente libro que alerta sobre esa «creatificación» no solo del trabajo, sino del mundo en general. Una visión descarnada de la supuesta libertad que las nuevas tecnologías dicen haber traído y que, en realidad, nos ha vuelto más esclavos que nunca.