Doctor Faustus, de Thomas Mann - Ecos #2
La mirada del creador: entre el aislamiento, la genialidad y el espíritu
Los ecos de las grandes obras resuenan en nosotros porque, más allá de sus detalles temporales concretos, de su contexto único y antiguo, son portadoras de la experiencia humana en su más pura condición. La literatura, la gran literatura, siempre arroja una mirada certera sobre el alma, porque en la imaginación del escritor se halla la penetración del que, igual que tú, igual que yo, ha probado los sinsabores y los goces. «Esto es amor, quien lo probó lo sabe», decía Kavafis Lope de Vega, y así ocurre con el resto de emociones, ideas, miedos y esperanzas del ser humano: aquellos que lo percibieron y supieron plasmarlo, abrieron una estrecha senda por la que el resto caminamos con precaución, pero, al menos, con una guía.
El caso de Thomas Mann es un bellísimo exponente de todo esto. En sus obras, entre las cuales se encuentran algunos monumentos de la literatura universal, se puede hallar todo un compendio de las miserias y glorias humanas. El autor alemán supo buscar en el interior de sí mismo y de sus contemporáneos todo aquello que nos construye y nos derriba, legando así a la posteridad un puñado de textos cuya genialidad va mucho más allá de los aspectos estilísticos o formales: en Mann se puede hallar una sociedad al completo, pasada y presente, porque su visión era tan pródiga en detalles como precisa en juicios, lo cual le convierte en un magnífico cronista del hombre y sus azares.
Y, si hay algo que preocupa al ser humano desde que se dedicaba a mezclar minerales y grasas para dibujar aquello que veía y constituía el entero universo de sus vidas, es la manifestación artística de sus anhelos y pesares, la plasmación de sus miedos y alegrías, la expresión de sus desgracias y conquistas. Más allá del afán por perseverar como especie y como individuos, hay un prurito de registrar esos logros para una posteridad apenas intuida, como si la perpetuación de un éxito supusiese el marchamo que lo nombra como tal, a riesgo, si no lo hacemos, de que se pierda en los meandros del tiempo y la memoria colectivos. El arte, como hemos comentado en esta newsletter en muchas ocasiones, es quizá el rasgo más intrínsecamente humano que poseemos: el eslabón que nos une —o ata— a la fragilidad inherente de la especie, pero también el arma que nos eleva sobre esta naturaleza lábil y permite que fantaseemos con una eternidad vedada por decreto. Mann supo leer todas estas inquietudes (supongo que tanto en su interior como en el de sus coetáneos) y escribió un texto monumental no solo sobre el estro artístico y sus consecuencias, sino también sobre la conciliación del ansia creativa con la sociabilidad.
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