No pensaba en aquellos libros como algo inventado para distraer las horas muertas, sino como criaturas vivientes, atrapadas en el mismo acto de vivir, sorprendidas tras la severidad engañosa de la forma y la frase. Estaba escuchando subrepticiamente el pasado, le estaban dejando entrar en el mundo magnífico que había caído y brillado y pecado suntuosamente mucho antes de que nadie soñara siquiera con los pueblecillos del Oeste. Aquellas extáticas veladas junto a la lámpara le dieron una profunda perspectiva, influyeron en su idea de las personas que le rodeaban, le hicieron saber cómo deseaba exactamente que fuese su relación con esas personas. Por algún motivo, sus lecturas le llevaron al deseo de convertirse en arquitecto. Si el juez hubiese dejado su colección Bohn en Kentucky, es posible que la vida de su sobrino se hubiese resuelto de manera diferente.
Una dama extraviada, Willa Cather
Si ya llevas conmigo un tiempo, o has brujuleado por otros textos anteriores, habrás comprobado —no es ningún secreto— que la literatura es el eje sobre el que se centra esta newsletter; no solo cada edición se abre con alguna cita, no solo hago referencias a distintas lecturas, no solo empleo libros para ilustrar conceptos, sino que la palabra es el camino por el que me he movido desde que tengo uso de razón y no podía sino convertirse en el núcleo de este proyecto que compartimos.
Hoy día, los libros (como ocurre en otros ámbitos) son considerados básicamente un medio de evasión: lejos quedan los tiempos en los que el conocimiento se fundamentaba en lo que algunas mentes preclaras, de cualesquiera disciplinas, volcaban en las páginas. Y no solo pienso en saberes técnicos o científicos, sino en aquellos grandes exploradores del alma humana que han iluminado nuestros caminos gracias a la imaginación: es dudoso —o así me gusta pensarlo— que el ser humano hubiera llegado a conformarse como lo que es sin la mirada de personajes como Homero, Dante, Cervantes, Voltaire, Goethe, Austen, Joyce, Galdós o Ginzburg. La literatura constituye una búsqueda incesante de respuestas que nunca llegan, un periplo absurdo sin destino conocido que jamás arriba a puerto seguro, dejándonos abandonados como pecios en las playas de lugares ignotos y peligrosos; pero, sin embargo, es en esa desesperada peripecia donde encontramos alivio para las incertezas que dominan la existencia. Y empleo el término «alivio» porque es imposible hallar remedio para la incertidumbre, ni en la literatura ni en ningún otro lugar, como —por desgracia— ya sabemos. Quizá esto puede parecer angustioso, desesperanzado; si nos detenemos un segundo, no obstante, podemos en realidad considerarlo como una ventaja frente al páramo que supone no tener la literatura de nuestro lado. No tiene nada que ver con la siempre discutible y discutida superioridad (moral, intelectual) de los lectores frente a los alérgicos a la página, sino de acrisolar nuestro temple ante el sinsentido que es la vida gracias a las señales que esos autores fueron hallando en sus respectivas búsquedas.
La literatura es un refugio, un bálsamo, un abrazo que no nos libra del sufrimiento, pero que lo hace humano, lo desacraliza para tornarlo algo, si no manejable, al menos tolerable. De ahí que el conocimiento que se puede hallar en los libros sea tan frágil como valioso: nos pertrecha para afrontar una realidad hostil en un combate que estamos destinados a perder siempre, pero cuyo desempeño también comportará descubrimientos felices. Lejos del consuelo de las falsas certezas, de las autoayudas sonrientes, de las promesas de triunfo, de las disciplinas forjadoras de carácter, están las costas de esas tierras que vislumbraron los escritores y solo pudieron atisbar desde la distancia, pero cuya mera existencia hace del autoengaño cotidiano algo soportable. «Las novelas son cuñas que el escritor, ese histrión de la pluma, va clavando en la hermética personalidad de sus lectores. Cuanto mejor calcule la capacidad de penetración de la cuña y la resistencia por vencer, más escindida dejará a su víctima», dice el narrador de Auto de fe, certificando así que la ficción literaria no restaña heridas, sino que las causa, dejándonos «escindidos», pero también —así lo creo— dichosos.
Hay gente que utiliza la literatura como forma de encumbrarse, de epatar al resto a través de un aluvión de referencias, citas y glosas, por supuesto. Como dice Petrarca en el compendio Remedios para la vida: «Algunos piensan que saben y entienden todo lo que está escrito en sus libros porque los tienen en casa, y cuando se trata de cualquier asunto, dicen: «Ese libro está en mi anaquel», creyendo que esto basta para indicar que lo tienen en su mente. Oh, qué gentes tan ridículas, que después de confundir su biblioteca con su inteligencia callan y miran con aires de superioridad». Curiosamente, es algo que sucede mucho con el ensayo, con la no ficción, como si leer libros técnicos otorgase un marchamo de sabiduría, mientras que la novela se arrumba al rincón de lo inútil. Y, sin embargo, es en la ficción donde se puede hallar el saber más humano, más profundo, más sincero, sobre aquello que nos preocupa y desasosiega. La literatura, como te decía antes, no proporciona respuestas —si acaso, solo preguntas—, pero en su abismo de incertidumbre podemos encontrar un remanso de sosiego gracias a la empatía de (o hacia) unos seres que no existen. Absurdo, desde luego, casi ridículo, pero tan cierto como el respirar y el morir.
Hoy día, en una sociedad que se distingue por la rapidez, por la fugacidad, en la que deseamos tenerlo todo, verlo todo, pero también en un momento en el que dedicar concentración a cualquier tarea parece casi imposible (tanto por la falta de costumbre como por la dispersión a la que estamos sometidos), buscar una habitación propia en la que refugiarnos para penetrar en esa incertidumbre que proporciona la literatura es un acto de resistencia. Cuando lo habitual es toparse con creadores de contenido, influencers, divulgadores o sedicentes comunicadores que parecen tener todas las respuestas, o que ofrecen un resumen, compendio o síntesis para que no tengamos que pasar por la «molestia» de hacerlo nosotros (sesgando así las ideas primigenias), la auténtica necesidad es detenerse, reconocer la propia ignorancia y asumir la incapacidad congénita de obtener certezas; solo a partir de ahí se puede construir una vida de curiosidad que nos lleve a la búsqueda incesante de esa duda, de esa inseguridad que domina la existencia, pero que constituye nuestro más íntimo ser. Pienso que la literatura es la compañera ineludible y cariñosa en ese camino interminable. Al menos, así lo es en mi caso, y deseo lo mismo para ti.
Cada viernes te superas Emi. Me has tenido una hora reflexionando y pensando qué decir ante tan tremenda exposición. Y es que, en verdad, pocas cosas se pueden añadir.
Tu reflexión sobre la literatura me resulta profundamente inspiradora y resonante. Coincido plenamente con tu visión de que la literatura trasciende su función de simple entretenimiento para convertirse en una guía esencial que nos ayuda a entender la complejidad de la existencia humana. La forma en que describes la literatura como un refugio y un alivio ante la incertidumbre refleja tu comprensión profunda (así lo creo) de su poder transformador. Quizá por ello también me tienes aquí los viernes, como un reloj. 😃
En estos tiempos en los que estamos, donde la velocidad y la superficialidad predominan, es crucial que recordemos y defendamos el valor de la lectura profunda y reflexiva. Nosotros ya hemos visto muchas cosas, conocemos prácticamente el mundo entero sin la necesidad de viajar. Me gusta imaginar qué sentirían las personas en siglos pasados al leer libros que evocaban a lugares lejanos, desconocidos y que para llegar a ellos habrían de coger, no sé, un barco y lanzarse a la aventura de meses de travesía para comprobar aquello que leían... ¿Qué pasaría por sus cabezas? Ahora todo parece más banal, todo parece inventado, creemos saberlo todo y estar en posesión de todas las verdades del universo. Una pena.
Tu mención de cómo los grandes autores nos han iluminado el camino es especialmente relevante. La capacidad de la literatura para generar empatía (característica que cada vez veo menos en las personas) y ofrecer una comprensión más profunda de nosotros mismos y del mundo es un tesoro inestimable y que no valoramos lo suficiente, creo. Además, tu crítica hacia quienes utilizan la literatura como un símbolo de estatus en lugar de una fuente de verdadero entendimiento, también creo que es muy acertada y necesaria.
Gracias por compartir esta perspectiva tan valiosa, Emi. La he disfrutado mucho.
Gracias por estar. ❤️
Qué sería de mí sin letras, sin libros, sin literatura...es todo lo que has dicho, "un refugio, un bálsamo, un abrazo ", el placer de los placeres. No imagino la vida sin ese viaje infinito que es leer. Muchas gracias por tu parte en ese universo.