Detenerse para disfrutar ¿Podemos (re)descubrir la plenitud en una sociedad acelerada?
La realidad en que vivimos es tan agitada que apenas tenemos tiempo para disfrutar de las cosas. Pero ¿es así de verdad? ¿El tiempo es escaso, o lo desaprovechamos?
Acabas sintiendo que estás conectado con el mundo entero, y sientes que cualquier cosa que ocurra sobre un tema, puedes averiguarla y saber cosas de ella. Pero nos decíamos a nosotros mismos que podíamos experimentar un aumento masivo de la cantidad de información a la que estábamos expuestos sin que ello tuviera coste alguno. Y eso es engañarse. […] Lo que sacrificamos es la profundidad en toda clase de dimensiones... La profundidad requiere tiempo. Y requiere reflexión. Si tienes que mantenerte al día de todo y enviar correos electrónicos constantemente, no hay tiempo para la profundidad. La profundidad vinculada con el trabajo en las relaciones también exige tiempo. Y energía. Y largos periodos de tiempo. Y compromiso. Y atención, ¿verdad? Todo lo que requiere profundidad se está resintiendo. Se nos está llevando cada vez más hacia la superficie.
El valor de la atención, Johann Hari
¿Cuántas veces hemos pensado que «perdemos» el tiempo? ¿O que carecemos de él, que no tenemos suficiente tiempo? Es probable que estas y otras cuestiones hayan surgido en tu cabeza más a menudo de lo que recuerdas, porque nuestra relación con el tiempo es tan estrecha como complicada. Hablamos de un elemento, de un fenómeno, que apenas podemos designar, sobre el cual no podemos actuar y que, sin embargo, intentamos dominar imponiéndole normas, medidas y cualidades.
Definir con precisión qué es el tiempo es difícil, al menos desde una perspectiva filosófica. Sí, es cierto que la ciencia puede ayudarnos a mesurar el flujo de la existencia y ayudarnos así a parcelar nuestras vidas en función de segundos, minutos y horas; pero tener por delante dos horas no representa lo mismo para nosotros que sopesar dos manzanas. No solo hay diferencias físicas, palpables, sino psicológicas: sabemos perfectamente qué podemos hacer con las manzanas, pero las posibilidades se multiplican cuando pensamos en lo que esas dos horas pueden significar. Todos hemos experimentado la sensación de que el tiempo se «dilata» o se «acorta» en función de lo que estamos experimentando, de las acciones que estamos llevando a cabo.
El problema con el tiempo (o uno de las más importantes) es la idea de que debemos aprovecharlo, de que es un bien precioso que no debemos malgastar. No obstante, en esta sociedad tan acelerada nos preocupa desperdiciar las horas, pero no intentamos descubrir cómo gestionar esa relación con ellas. Afirmaba el psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi en su libro Fluir que «tener oportunidades [para disfrutar] no es suficiente. También necesitamos de las habilidades para utilizarlas». Como objetos impelidos por una fuerza que nos pone en movimiento, rodamos y rodamos sin ejercer un mínimo control sobre nuestras trayectorias, dejando al albur de otros la forma en la que nos relacionamos con nuestro propio tiempo de vida.
El tiempo también se gana, se adquiere, se conquista. De hecho, en un entorno como el actual, el tiempo ha devenido un bien de consumo que entregamos con facilidad sin caer en la cuenta de la importancia que tiene. Somos poco o nada conscientes de lo que hacemos y, por lo tanto, de en qué empleamos nuestro tiempo; no es de extrañar que en los escasos momentos de reflexión que nos concedemos pensemos que lo hemos «perdido», como si fuese un objeto que hemos dejado arrumbado en un asiento del autobús.
El papel de internet y, en particular, de las redes sociales en este fenómeno es notable. Como ya hemos comentado en otras newsletters, la velocidad que imprimen a nuestras vidas es desoladora, puesto que nos empujan a consumir minutos con la excusa de la novedad, de la interacción, del ocio o de la conexión con los demás. En realidad, el negocio de la atención, como explora el libro del que está extraída la cita del comienzo, busca que sacrifiquemos la reflexión, la concentración, en favor del beneficio de unos pocos. Curiosamente, ese tiempo que casi todos consideramos «perdido» se convierte en la manera cotidiana de emplear nuestro ocio, como si no pudiésemos escapar de ello y solo en los intersticios de sus redes pudiéramos recapacitar sobre el uso que le damos. Como dice María Ángeles Quesada en su libro La virtud de pensar: «No necesito tener una opinión de todo ni postear la imagen de mi desayuno con una frase lúcida y perfecta para impactar. Necesito simple y llanamente darme tiempo para pensar».
¿Es el tiempo escaso, pues, o hacemos mal uso de él? Creo que hoy día tenemos una conjunción de ambas cosas: por un lado, el tiempo de trabajo es largo y, además, se nos anima a «prorrogarlo» en forma de actividades «provechosas» que infestan nuestros momentos de asueto; por otro, muchas veces dejamos de lado nuestra responsabilidad y cedemos la soberanía de nuestro tiempo a terceros, ya sean redes, televisiones o incluso personas. «No te arrastren los accidentes exteriores; procúrate tiempo libre para aprender algo bueno y cesa ya de girar como un trompo», afirmaba Marco Aurelio en sus Meditaciones hace ya casi dos milenios, quizá porque sabía ya entonces que lo externo, lo accesorio, puede ocupar demasiado espacio en nuestra vida, restándonos la posibilidad de centrarnos en aquello que realmente es importante.
¿Y qué sería eso? Bueno, evidentemente cada uno debe decidir qué es aquello que le resulta apasionante, fascinador o atrayente. Pero, sea ello lo que sea, lo principal sería que entendiésemos que la lentitud, la pausa y la reflexión son condiciones necesarias, insoslayables, para llegar a saber qué es aquello que nos importa, y así poder dedicarnos a perseguirlo. Sin un proceso de reflexión e introspección será difícil entender nuestras propias inercias y nos veremos abocados a poner en manos de otros la experiencia vital del tiempo; de nuestro tiempo. Solo mediante el silencio y la concentración, mediante la pausa y la serenidad, podemos ver con claridad el uso que hacemos de la existencia. En palabras de Petrarca: «El tiempo por sí mismo se escapa paso a paso, y aunque no lo aproveches se va consumiendo poco a poco. No os dais cuenta, y ya se ha ido. Las quejas llegan tarde y de nada sirven. Lloráis la pérdida del tiempo y nada decís de vuestra culpa.»
Totalmente de acuerdo contigo. Desde mi punto de vista, la reflexión y la crítica van de la mano, sin tiempo para reflexionar la capacidad de crítica se oxida, unida a la polarización aún más