El texto de hoy no será un artículo «al uso», sino que, a iniciativa de Mario Acevedo Aguilar, forma parte de una serie titulada "Cartas para un Mundo Mejor", en la que cada escritor responde a la misma pregunta proporcionando su mirada personal. Esa cuestión es —ni más ni menos— «¿Qué cambio personal has hecho que crees que podría beneficiar al mundo si todos lo adoptaran?»
Con esa premisa en la cabeza, voy a aportar mi humilde granito de arena a esta cadena de textos que va creciendo poco a poco. Si quieres leer las anteriores cartas, puedes encontrar la recopilación aquí o al final de esta newsletter. Y, puesto que la cadena continuará en las próximas semanas, la siguiente carta correrá a cargo de Marta y Andreu.
Dicho esto, vamos con la carta.
La piedra de toque de todo cuanto puede acordarse como ley para un pueblo se cifra en esta cuestión: ¿acaso podría un pueblo imponerse a sí mismo semejante ley?
Contestación a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?, Immanuel Kant
Quizá pensamos en muchas ocasiones en el concepto de cambio como un elemento motivador, gratificante, poderoso: el fulcro que permite a la palanca moverse, modificando así aquello de lo cual queremos librarnos, o creando ese nuevo hábito que tan seductor nos parece. El cambio es una aspiración, un ideal, con el cual fantaseamos, pero con el que pocas veces nos enfrentamos de igual a igual. Como sucede con tantas cosas, la imagen que tenemos, que nos ofrecen, que se crea, es mucho más deslumbrante que su encarnación real. Al igual que ocurre en otros ámbitos, el cambio, entendido como herramienta de perfeccionamiento o de evolución, ha visto deformada su intencionalidad en favor de un discurso vacuo y ramplón: ahora el cambio es positivo, es alegre, es aconsejable… es casi obligatorio. La vida, nos dicen, es un cambio perpetuo, una carrera en la cual debemos mutar cual dioses griegos descendiendo a la tierra a codearse con los mortales, metamorfoseándonos en «mejores versiones» (sea eso lo que sea) de nosotros mismos. La resiliencia —el término cool para referirse al cambio— se ha convertido en una cualidad insoslayables.
Pensando en ello me vino a la mente la definición de ley que Kant creó en el ensayo que cito al comienzo: una forma de actuación que se pueda universalizar, que se pueda aplicar por doquier con un mínimo de coherencia en cualquier sociedad humana. Si bien el concepto requiere de un ulterior desarrollo (como así lo hizo el filósofo alemán en algunas de sus obras), no por su simplicidad debe ser arrumbado al baúl de las buenas intenciones. Tal vez Kant pecaba de ingenuo, pero la visión de la regla de conducta (llámese ley, cambio o principio) como elemento cohesivo de los hombres me parece una idea tan revolucionaria en su momento como plena de razón. Lo que no es bueno para uno, no puede —no debe— serlo para otros, para los demás, y viceversa. Así, la transformación que uno pueda llevar a cabo sobre su propia vida, del mismo modo, debería poder hacerse extensiva a toda la humanidad.
En este sentido, atribuir a un cambio personal el potencial de influir en otros pasa, en primer lugar, por atender a su carácter universal, y, en segundo, por sofocar nuestra vanidad inherente respecto a las decisiones que tomamos. «Los valores, a diferencia de las cosas, actos o ideas, nunca son los productos de una específica actividad humana, sino que cobran existencia siempre que cualquiera de tales productos se llevan a la siempre modificada relatividad de cambio entre los miembros de la sociedad», dice Hannah Arendt en La condición humana, señalando de esta forma la necesidad (la obligación, casi) de que los elementos que ejercen influencia sobre nosotros, ya sea de manera íntima o bien comunitaria, tengan un componente social, en tanto es inexcusable su puesta en práctica dentro de un contexto social. Aquello que decidimos, aquello que modificamos en nosotros, es más que probable que tenga algún tipo de repercusión externa, de manera que sería deseable que tuviésemos en cuenta la mirada de los otros.
¿Puedo desea que un cambio personal se convierta en universal? Por supuesto, siempre que tenga en cuenta su validez en tanto, precisamente, elemento genérico, colectivo. Pero, por otra parte, también deberíamos tener en consideración las modificaciones que ese cambio individual experimentará al confrontarse con el grupo: Henry David Thoreau desconfiaba de parte de la sociedad de su tiempo a la hora de establecer según qué preceptos: «Un hombre prudente no dejará lo justo a merced del azar, ni deseará que prevalezca frente al poder de la mayoría. Hay muy poca virtud en la acción de las masas», afirmaba en su ensayo Desobediencia civil. Si bien el estadounidense se refería a la injusticia que veía como fruto de la mala interpretación de sus coetáneos, la universalización de un cambio personal se topa con las mismas circunstancias: lo que hace «compartible» una transformación debería radicarse en una conciencia individual que lo juzgue apropiado, para, solo entonces, extender ese juicio al resto de la sociedad. Lo que ocurre es que hay que tomar en consideración el hecho de que la «masa», tal y como Thoreau entiende a la sociedad, puede ser reacia o contraria al cambio, aun cuando sea beneficioso, como numerosos ejemplos han probado a lo largo de la historia.
Tomando todo esto en consideración, la idea de que un cambio que se adopta en la vida privada como apropiado pueda ser generalizado y exportado como norma de conducta resulta un tanto problemática, especialmente, como te contaba al comienzo, si tenemos en cuenta que la transformación —entendida como progreso personal, como desarrollo— se ha convertido poco a poco en un producto en sí misma. Desde el momento en el que nuestros procesos de cambio devienen mercancía que exponemos, de la que hablamos y que comercializamos, es complejo situarlos en un contexto social. Cuando la sociedad acepta el cambio sin cuestionamiento, sin juicio, no significa que este sea adecuado o útil, sino que se ha sabido promulgar como tal; el marketing y la publicidad, amén de los intereses personales o jerárquicos, pueden imbuir en la sociedad la creencia en algo solo por intereses espurios. Solo has de mirar a tu alrededor para darte cuenta de que cambios adoptados de manera mayoritaria (el uso del móvil, sin ir más lejos) se han «vendido» como insoslayables, cuando en realidad las ventajas que ofrecen o la utilidad que presentan es mínima o, incluso, cuestionable.
La pureza y simplicidad que Kant veía en ese concepto de ley que encabeza este texto son la fuente que debería guiar la aspiración a hacer de nuestros modestos cambios un ejemplo a imitar. No solo eso, sino que deberíamos aspirar a una cierta originalidad, a un cuestionamiento perpetuo de los hábitos y rutinas que tenemos (a menudo fruto de los intereses concretos de una parte minúscula del tejido social), de la duda cartesiana de la que hablaba en la anterior newsletter, para acercarnos algo más a la libertad que surge cuando nos apartamos de la norma, de lo sancionado, de lo habitual. No se trata de poner en duda todos los cambios que nos aconsejan, sino de preguntarse qué hay detrás de todo ello y valorar, como hacía Kant, como hacía Thoreau, si en ello existe un poso de virtud. No dejar lo justo a merced del azar. Si somos sinceros con nosotros mismos, nos daremos cuenta de que solo unos pocos cambios, quizá los más íntimos, los más pequeños, los más modestos, son los que podrían servir de inspiración a otros. En esa insignificancia es, tal vez, donde se encuentra lo que puede humanizarnos a todos.
Cartas publicadas hasta el momento:
Carta #1 para un Mundo Mejor de Mario Acevedo Aguilar
Rechazar activamente las tendencias que no benefician al mundoCarta #2 para un Mundo Mejor de Christopher Lopez
Poniendo ejemploCarta #3 para un Mundo Mejor de Reina
Dejar (lo más posible) el ego de lado y no tomar las cosas personalmenteCarta #4 para un Mundo Mejor de Alex Pares
Ni juzgar a los demás ni buscar parecernos a ellosCarta #5 para un Mundo Mejor de Julia Úbeda
Detecta tus detonantes emocionalesCarta #6 para un Mundo Mejor de Álvaro García
Cuidar la naturaleza
Estimado Emi, siempre te leo embelesado y maravillado de cómo utilizas y mencionas a grandes pensadores para reflexionar sobre temas tan profundos. El imperativo categórico de Kant y su ley universal es más que acertado en este caso.
Me ha encantado la parte en la que señalas la transformación que, como sociedad, hemos hecho del cambio, convirtiéndolo en un producto. Cierto es que el cambio, ahora casi obligatorio, se promueve con un discurso que resuena más con el marketing que con una verdadera necesidad de evolución o mejora. Tu paradoja es más que acertada: mientras que el cambio es esencial para el crecimiento personal y colectivo, la manera en que se comercializa y se impone puede vaciarlo de su autenticidad y valor real.
Mi reflexión personal: Yo considero que lo ideal para afrontar cambios en la vida es construirse una filosofía propia sólida, un marco de principios y valores que guíe nuestros procesos de transformación personal y evolución. De esta manera, los cambios que adoptemos no serán meras reacciones a influencias externas, sino a decisiones conscientes y alineadas con nuestra esencia y objetivos más profundos. Todo ello nos permitirá no solo evolucionar de manera auténtica, sino que también nos ayudará a proyectar cambios que sean coherentes y genuinamente beneficiosos tanto para nosotros como para quienes nos rodean.
Siempre es un placer leerte.
Gracias por estar. ❤️
"Cuando la sociedad acepta el cambio sin cuestionamiento, sin juicio, no significa que este sea adecuado o útil, sino que se ha sabido promulgar como tal"
La forma tan clara que tienes de explicarlo, es de admirar y aprendo muchísimo en cada una de tus cartas.
Tocas un punto clave Emi, la autoaceptación de lo considerado útil según de quién venga y de cómo se venda. La individualización falsa en la que vivimos, no es más que un discurso bien vendido. Los autoproclamados, que "no siguen al rebaño" se convierten en otro. Quizá ahí empiece todo, en darnos cuentas de que nuestra individualización se crea a partir de la aceptación de que no tenemos que estar de acuerdo en todo. De dar la importancia a la creación de un juicio propio, tan complicado en la sobreinformación a la que estamos expuestos hoy en día.