Actúan y no saben lo que hacen
Más allá de la erudición: la línea que separa el aprendizaje de la vanidad
Si me preguntáis cómo he podido olvidarme tanto a mí mismo —pues tenéis derecho a hacerme esa pregunta—, tendré que replicaros, para gran vergüenza mía: porque olvidé a nuestro gran maestro Meng Tzu, que dice: «Actúan y no saben lo que hacen; tienen sus costumbres y no saben por qué; caminan toda su vida y no conocen su camino: así son los hombres de la masa».
Cuidémonos siempre y sin excepción del hombre de la masa, nos dice el maestro con estas palabras. Es peligroso porque no tiene cultura, es decir, inteligencia. Pero resulta que un buen día antepuse a los consejos del maestro Meng Tzu el deseo de aseguraros un cuidado físico y un trato humano. Y he pagado muy cara mi miopía. Es el carácter, y no el trapo, lo que hace al ser humano.Auto de fe, Elias Canetti
El hombre de la masa, qué curioso concepto… ¿No somos todos, en el fondo, «seres de la masa»? ¿No pertenecemos todos a una misma especie, a un mismo «todo», lo denominemos de cualesquiera formas?
Quizá el personaje de Canetti se presente como un arrogante estudioso, uno de esos intelectuales de salón que la propia literatura, y el arte en general, han ido constituyendo como un arquetipo de persona despreciable por su propia inclinación al desprecio hacia los demás; pero, en realidad, su propósito es (incuestionablemente) digno de alabanza. De alguna manera, esa actitud displicente para con los demás no puede sino conllevar una pasión igualmente poderosa hacia el saber, hacia la información, hacia el conocimiento. Kien (el protagonista de Auto de fe) es un ser humano desagradable, pero su altura intelectual es irrefragable.
La cuestión, como ya vimos el viernes, es cuál es la línea que separa al estudioso del despreciable, al que se consagra a una vida de aprendizaje y al que se disfraza de sabio para imponer sus vacías pretensiones. Como toda categoría social, el intelectual, el erudito, es solo un constructo que hemos levantado a partir de algunos datos objetivos (la obsesión por el conocimiento, la entrega puntillosa a ese fin) y otros muchos generados a partir de prejuicios, arquetipos y suposiciones.
Estos últimos deberían ser dejados de lado cuando pensamos en figuras de autoridad intelectual, pero la verdad es que, de manera paradójica, son los que han acabado por dar forma a ese personaje curioso, atildado, sibarita, desabrido y chiflado que es el profesional del saber. Pienso que es muy curioso el hecho de que a lo largo del tiempo se haya consolidado la idea de estos personajes hasta llegar al punto de considerar a personas con un enorme caudal de sabiduría a sus espaldas como displicentes, soberbios o incluso farsantes. Así las cosas, sería interesante pensar en el porqué de esa consideración y en las consecuencias que nos deja.
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